EL JUANCARLISMO
Juan Carlos I ha sido una figura importante en la historia
española de este siglo pasado.
Creo que, en realidad, poca gente ha sido monárquica en
España, pero muchos si han/hemos sido en algún momento juancarlistas.
Franco, del que se podrán decir muchas cosas, pero nunca que
fue un idiota, recibió tácitamente de parte las fuerzas conservadoras a las que
representaba en la guerra, el encargo de restaurar la monarquía.
Esa restauración monárquica no era ni mucho menos la
prioridad del Caudillo, pero muchos monárquicos convencidos lucharon al lado de
Francisco Franco con esa idea.
Franco, que fue el general más joven de Europa y en su día
estuvo al servicio de Alfonso XIII, debía saber perfectamente con quien se
estaba jugando los cuartos. También supongo que, dada la naturaleza de su
mandato, en algún momento pudo barajar la posibilidad de trasmitírselo a su
descendencia, pero como ya hemos dicho, Franco de tonto no tenía un pelo y
conociendo el paño sabía que aquello no iba a funcionar con respecto a su
familia y optó por solucionarles la vida generosamente y buscar otra fórmula
para la sucesión.
En 1948 se optó por volver a explorar la vía monárquica para
la sucesión del Caudillo y se acordó una entrevista entre el hijo de Alfonso
XIII, Don Juan de Borbón, Conde de Barcelona y Franco en el Ferrol a bordo del
yate Azor.
Aunque ya iba prevenido, el dictador pudo constatar en
persona que Juan de Borbón era un perfecto imbécil.
Quiero creer que, a su manera, Franco quería lo mejor para
España y que por eso no abandonó a la primera aquella vía. El conde de
Barcelona tenía un hijo de diez años, que a decir de los que habían indagado
sobre la Familia Real en el exilio, era bastante despabilado. La alternativa a
una monarquía tutelada por él mismo era el ejército y Franco conocía demasiado
bien a aquella manada de lobos, de hecho, él, aquel hombre bajito y regordete,
con voz de pito, era el lobo alfa.
Juan Carlos se vino a España y se formó como español. A la
muerte del dictador en el setenta y cinco, le sucedió en la jefatura del estado.
En 1978 el país se abrió al mundo y se democratizó. Lejos de
lo que algunos que no vivieron aquella época afirman, la transición no fue un
asunto nada fácil.
Los comunistas, líderes de facto de la oposición al
franquismo y de lo que quedaba del bando perdedor en la guerra, no estaban muy
por la labor de aceptar un rey y menos uno puesto por Franco. El Partido, en
los países de nuestro entorno, había evolucionado a lo que entonces se dio por
llamar “Eurocomunismo”, una suerte de socialismo integrado en las democracias parlamentarias
occidentales, ya lejos de la obediencia soviética anterior.
Para llevar a los comunistas al redil de lo que pretendía
ser un régimen homologable con el resto de democracias occidentales, se trató
el asunto con un comunista de la vieja guardia que vivía exiliado en la Rumanía
de Ceaucescu y que no era otro que Santiago Carrillo.
Ceaucescu vino a España en el setenta y nueve, siendo el
primer líder de detrás del Telón de Acero que lo hacía en toda la historia. El
mandatario comunista, medió entre Juan Carlos y Carrillo, para que este último aceptara
integrar al partido en la naciente democracia española.
La jugada les salió a pedir de boca a los dos. Juan Carlos
conseguía que el Partido abandonase la vía de la clandestinidad y Carrillo, tras
haber perdido parte de su protagonismo en los últimos años del dictador, volvía
con fuerza a la primera fila del PCE.
Todos estos cambios no gustaron al sector inmovilista, con
fuertes conexiones en la economía, el ejército, la judicatura y la policía.
Juan Carlos supo maniobrar con gran habilidad entre estos poderes que
amenazaban con una regresión a tiempos pretéritos en los que las libertades
individuales que los españoles habían adoptado por derecho corrían serio
peligro.
Con el terrorismo de ETA sobrevolando la vida pública, el
ruido de sables llegó a hacerse atronador.
De nuevo Juan Carlos, que tenía mucho contacto con los
militares, supo obrar con gran habilidad y nadar entre dos aguas.
El 23 de febrero de 1981, se produjo una seria intentona
golpista, con un grupo de guardias civiles armados irrumpiendo la sesión del
congreso que tenía que investir al nuevo presidente del gobierno, Leopoldo
Calvo Sotelo y los tanques por las calles de Valencia, Alfonso Armada, el líder
en la sombra de aquella asonada, creía que el rey apoyaba su causa.
Aquella celebre noche, un alto mando militar habría de
comparecer en el congreso de los diputados, el llamado “Elefante Blanco” no era
otro que Juan Carlos Borbón que, en lugar de ir al congreso a la una y media de
la madrugada lanzó un mensaje televisado que desarticuló de hecho el golpe.
Las malas lenguas han acusado a Juan Carlos de no tomar la
decisión de desvincularse del golpe hasta comprobar que este no contaba con los
suficientes apoyos. En cualquier caso, aquella jornada sirvió para hacer una
profunda purga, que modernizó definitivamente nuestras fuerzas armadas.
Aquel suceso consolidó, con sus virtudes y defectos la
democracia española y con el PSOE, un partido de izquierdas en el poder, España
entró por fin en las principales organizaciones internacionales, la OTAN y el
Mercado Común Europeo.
Un problema que ha prevalecido hasta nuestros días ha sido
la complicada organización territorial de España. El rey Juan Carlos sirvió de
enlace entre los intereses económicos de Cataluña y los del resto del estado.
Aquellos besamanos de Baqueira Beret entre la familia real española y los
Pujol, virreyes de facto en la autonomía catalana, acabaron culminando en las
olimpiadas del 92, pistoletazo de salida de una corrupción sistémica que ha
llegado hasta nuestros días.
De aquellos polvos estos lodos… Juan Carlos pasó a ser “el
Campechano”, una especie de super embajador y conseguidor de grandes negocios
para las empresas españolas. Esa faceta, que en sí misma no es algo negativo,
ha acabado degenerando en una suerte de asuntos turbios, de comisiones y de
relación con personajes dudosos con los que un jefe de estado de una de las
naciones históricas más importantes del mundo, nunca deberían de haberse producido.
Del caso Urdangarín la Familia Real salió gravemente tocada
y nadie se creyó entonces, ni se cree ahora que Juan Carlos no tenía ninguna
vinculación con los sablazos que su yerno iba pegando por ahí.
El principio del fin del juancarlismo fue el caso conocido
como “asunto de Botsuana”. En medio de una profundísima crisis económica y con
millones de españoles en el paro, un decrépito Juan Carlos se rompió una cadera
durante una cacería de elefantes en el país africano. Para más Inri, Campechano
no estaba solo en aquella inoportuna aventura. Le acompañaba una mujer que, por
supuesto no era su legítima esposa, sino una “amiga entrañable”, la princesa
alemana Corinna zu Sayn-Wittgenstein, una aristócrata devenida en testaferro de
los tejemanejes del rey y alcahueta de altos vuelos. Este affaire y otros
muchos, eran del dominio público desde hacía muchísimo tiempo.
Nadie debería ponerse en una posición moral superior y no
voy a ser yo el que lo haga. Creo que España tiene mucho que agradecerle a Juan
Carlos de Borbón en el pasado, pero también creo que, al mismo nivel que
cualquier otro ciudadano, debería someterse a la acción de la justicia y pagar
como cualquier otro.
¿De qué manera afecta todo esto al actual rey Felipe VI? Creo
que más pronto que tarde, la monarquía va a tener que someterse al dictamen de
las urnas.
Yo nunca he ocultado mi republicanismo, ni cuando ser
republicano no estaba de moda como ahora, pero creo que esto no va sólo contra
la monarquía. Esto va contra un régimen de libertades que los españoles
conseguimos en el 78 y que unos nuevos inquisidores nos quieren arrebatar.
No es casual que todo esto salga en un momento en el que un
personaje, que reconozco que despierta en mí un enorme recelo y antipatía, como
es el vicepresidente del gobierno, Pablo Iglesias, ha tenido acceso a la
información secreta del Centro Nacional de Inteligencia.
Iglesias, claramente no es el profesor, ni el militante
altruista que nos querían vender. El vicepresidente es un tipo muy ambicioso,
que recientemente se está viendo cercado por asuntos turbios y que bien pudiera
con lo que se está sabiendo de Juan Carlos I desviar el foco mediático de sus
propias corruptelas.
¡Insisto! Creo que en este asunto el que la haya hecho debe
pagar, pero debemos mantenernos ojo avizor para que este país siga siendo igual
de libre de lo que era y que no nos sea impuesta una nueva dictadura de lo
políticamente correcto.