¿Al mirarte en un espejo no has tenido la
sensación de que la persona que había al otro lado no eras tú? Haz la siguiente
prueba. Mira tu reflejo en un espejo cualquiera y piensa: Soy yo, soy yo….
¿Estas convencido de ser quien tú crees que eres? Si sigues mirándote mucho
rato y pensando en esto, tal vez no te guste lo que acabes viendo…
Javier y Conchi eran una pareja bastante
joven, de edad más cercana a los 30 que a los 20. Vivían en una “ciudad
dormitorio” cerca de Madrid. Después de años de ahorro y privaciones, por fin
habían conseguido tener una vivienda propia, 80 m2 en un edificio de nueva construcción de una zona residencial alejada
del centro.
Aquella noche habían salido a celebrar la
adquisición de la vivienda con unos amigos, una pareja algo mayor que ellos,
Joaquín y Lucía. Se conocían de toda la vida, de la época en la que se hicieron
novios en su antiguo barrio. Joaquín había aparcado el coche cerca del portal
de la nueva casa. Junto al coche, en unos contenedores de basura, alguien había
dejado apoyado un espejo grande, algo antiguo pero en perfecto estado.
-Eh mirad lo que han dejado ahí, un espejo
cojonudo. Ahora mismo me lo llevo para casa ¿Qué te parece cariño?- Dijo Javier
muy contento por el hallazgo
-Pues la verdad no me gusta mucho, lo veo un
poco rancio- Dijo Conchi a la que aquello de recoger cosas de los contenedores
no le resultaba en absoluto atractivo.
-Rancio, rancio ¿Qué vale un espejo así? ¡Lo
menos 200 pavos!- Dijo Javier arramblando con él.
En estas que Joaquín al que le había cambiado
la cara observando lo que hacían sus amigos dijo:
-¡No me jodas Joaquín! ¿Que me estas diciendo?
Que el espejo esta embrujado ¡Por favor! Estamos en el siglo XXI….- dijo Javier
desoyendo los consejos de su amigo y enfilando hacia su portal.
Tras despedirse, Conchi hizo lo mismo. Camino
de casa Javier se acordó de que se había olvidado en el coche las llaves. Dejo
el espejo en una esquina a escasos 100 pasos del coche, total no había nadie
por la calle. Llegó al vehículo, cogió las llaves y de vuelta cuando llegó a la
esquina, para su sorpresa el espejo había desaparecido. Siguió camino de casa. En
el fondo se sentía aliviado, ya que las palabras de su amigo habían hecho mella
en su ánimo. Al llegar, vio que le estaba esperando Conchi y el espejo estaba
apoyado en la pared junto al portal.
-Ah lo has traído tú, pensé que alguien se lo
había llevado- Dijo Julio.
-Yo no lo he traído, he llegado y estaba aquí
apoyado-
-¡Que raro! Eso es que alguien se lo iba a
llevar y ha cambiado de idea. Bueno, nos ha ahorrado el trabajo de traerlo
hasta aquí- Dijo Julio disimulando la desazón que le producía subirse el espejo
a casa
En la casa de la pareja, el mobiliario era aún
muy escaso. Una caja de cartón grueso hacía las funciones de mesita de la tele,
una mesa y unas sillas de plástico y una cama que cumplía también la función de
sofá frente a la televisión, era todo lo que tenían. Dejaron el espejo apoyado
en la pared del salón más cercana a la puerta de entrada y se fueron a dormir.
A la mañana siguiente Javier se levantó
el primero y vio su imagen reflejada en el espejo. Estaba medio dormido, pero
por un momento tuvo la impresión de que la imagen del espejo era de otra
persona que le observaba inquisitivamente. Se olvidó del asunto. Se aseó, tomó
un bocado y se marchó a trabajar.
Pasaron los meses y la casa poco a poco se fue
llenando de muebles. El viejo espejo fue colgado a la entrada del salón, justo
enfrente de la habitación de la pareja. Javier encontró un trabajo bastante
bien remunerado en una agencia de publicidad, un trabajo que como contrapartida
era terriblemente absorbente y hacia que Javier llegara todos los días muy
tarde, en muchos casos por que tenía que alternar con sus jefes o con clientes
de la agencia.
Casi al mismo tiempo se confirmó el embarazo
de Conchi, un embarazo buscado y deseado. A pesar de todo, Conchi lo estaba
pasando mal, sentía una gran angustia. Tuvo que dejar su trabajo, que aunque no
era una gran cosa, le proporcionaba un plus de autoestima al contribuir con su
granito de arena al sostenimiento de la casa. A partir este hecho, ella siempre
estaba sola, sola ante el televisor, sola en el barrio donde no conocía a
nadie, sola ante el espejo que le devolvía una imagen desconocida de si misma,
triste, fea y apática.
Con los problemas derivados del embarazo, las
relaciones sexuales de la pareja comenzaron a resentirse. Javier al principio
trató de sobrellevarlo con comprensión y volcándose un poco más si cabe en su
trabajo. Normalmente llegaba cuando Conchi ya estaba durmiendo. Se desvestía en
silencio y en la cocina se servía un gran vaso de güisqui para tratar de
amodorrarse y así poder dormir unas
horas.
Una noche, cuando Javier ya estaba más
introducido en su trabajo, uno de los socios de la agencia sacó un pequeño
sobrecito e hizo unas finas rayas de coca sobre su cartera. Todos consumieron,
Javier no se pudo negar. La agencia tenía un horario enloquecido. Si había
trabajo daba igual el día de la semana que fuera, se trabajaba hasta que este salía
y siempre había trabajo. Todos los de la agencia consumían coca en cualquier
momento. Javier se acostumbró a aquella vida. Apenas veía a Conchi y cuando se
veían mantenían fortísimas discursiones. Ella terminaba siempre llorando y el
se marchaba a beber y a meterse rayas con sus amigotes del trabajo.
Finalmente tuvieron una niña. La infelicidad
es algo contagioso y aquella criatura no era inmune al contagio. Siempre estaba
llorando, lo que acabó de destrozar los nervios de Conchi. Javier apenas
aparecía por casa. Se había liado con una compañera de trabajo. Con sus
adicciones y su nueva amante, había dejado a cero las cuentas corrientes de la
familia. Conchi y la niña apenas tenían para comer. Una tarde, Javier llegó a casa
totalmente ido. Pretendía llevarse la televisión para venderla, a lo que Conchi
se opuso. Forcejearon y él le pegó un par de puñetazos que dieron con ella en
el suelo. Tranquilamente se fue a la cocina, cogió la botella de güisqui del
armario y echó un trago largo a morro. Pudo oír como Conchi marcaba un número
en el móvil.
-¿Es la policía? Quiero denunciar una agresión.-
Sin pensárselo dos veces, busco la caja de
herramientas en la despensa y extrajo de ella un martillo. Se dirigió al
comedor y ante la horrorizada mirada de su mujer, le descargó un martillazo en
el graneo y luego otro y otro y otro…. Hasta que jadeando, se le cayó el martillo
de la mano. Después echo un nuevo trago de la botella y se quedo quieto,
observando absorto la masa sanguinolenta en la que se había convertido la
cabeza de su mujer. El llanto de la niña le hizo volver a la realidad. Recogió
el martillo y se dirigió hacia la habitacioncita. Pronto el llanto del bebé
cesó.
Ya solo ante el espejo, Javier no reconocía al
hombre que supuestamente era su reflejo. El tipo del espejo se reía con las
ropas manchadas de sangre y masa encefálica, Pero Javier no se estaba riendo
¿Qué había hecho? Había matado a su chica ¡El amor de su vida! También a su
pobre bebé indefenso. Javier no se estaba riendo, pero el tipo del espejo si,
se estaba riendo de él, Se dio la vuelta pero seguía sintiendo clavada en su espalda
la mirada burlona del hombre del espejo. Abrió una de las ventanas del salón y
salto por ella. Los siete pisos de caída dejaron el cuerpo de Javier reventado
en un escorzo imposible sobre la acera.
Los medios de comunicación se hicieron eco del
trágico suceso. Los vecinos, con los que la pareja no se había cruzado más
palabras que un “Hola y adiós” afirmaban que eran una pareja aparentemente
feliz, muy simpática y amable con todo el mundo. Los familiares se quedaron con
los muebles y enseres y el banco se quedó con el piso. Cuando mandaron a unos
operarios para limpiar y pintar antes de ponerlo de nuevo a la venta, estos
descolgaron un espejo antiguo pero en buen estado de la pared del salón y lo
bajaron a la calle con los demás trastos que nadie había querido.
Esa misma noche una pareja nueva en el barrio,
de regreso a su casa pasó por el contenedor.
-Mira lo que hay aquí, un espejo bien bueno.
Me lo voy a llevar y así nos ahorramos comprar uno ¿Qué te parece?- Dijo el
chico.
-Pse, no me gusta mucho. Lo veo triste, pero
haz lo que quieras-
Luego la joven y feliz pareja se dirigió hacia
su nuevo hogar….
Doctor Miriquituli.
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