domingo, 30 de septiembre de 2012

YO TRABAJÉ CON MISTER 35cm


Max aparcó el viejo coche junto a la valla de los estudios Pink Visual. Movió su gran humanidad hasta la puerta y entró en el hall. Una recepcionista fea, pero a la que parecía no escapársele ni una, le indicó con la vista unos asientos donde una rubia excesivamente maquillada mascaba chicle y ojeaba el último número de Pink Affaire. Pink Visual era una de las productoras porno más importantes del valle. Producía películas, revistas y gestionaba varios portales en Internet que le rendían cuantiosos beneficios. Max saludó con una inclinación de cabeza pero la rubia ni siquiera levantó la mirada de la revista ¡Que le importaba a él la rubia! En realidad hacía mucho tiempo que le habían dejado de importar las mujeres ¡Bastante había tenido ya con sus dos matrimonios!

 

A su primera mujer hacia por lo menos veinte años que no la veía. Tenía una hija con ella allá en su pueblo, White River Alabama. Mientras “papa dinero” estuvo presente, Max recibía cartas y de vez en cuando alguna visita de Rose, que así es como se llamaba su hija. Cuando las cosas comenzaron a marcharle mal, no volvió a tener noticias. Un tatuaje en su brazo izquierdo era todo lo que conservaba de su perdida familia.

 

Su segundo matrimonio seguía siendo como un grano pustulento en el ojete. Victoria era también del oficio. Habían estado juntos casi 10 años. Se conocieron a finales de los 70. Era la época dorada del porno y Max estaba considerado el John Holmes del porno interracial, incluso había trabajado con “Mister 35cm” en “Tarzán y la Tribu de las Lesbianas Ardientes” aunque los productores se habían cuidado muy mucho de sacarlos juntos en ninguna escena ya que la lanza de Max superaba considerablemente a la de la estrella blanca. En aquel mundillo se consumían todo tipo de drogas, principalmente cocaína durante los rodajes y también en las fiestas salvajes que daban las productoras. El video, los DVD y finalmente Internet acabaron con las grandes producciones. Él y Victoria anduvieron una temporada follando en vivo en clubes de mala muerte. Lo poco que conseguían, Victoria se lo metía por la tocha. Finalmente le dejó y poco después hacia la calle para un chulo colombiano que le proporcionaba polvos más placenteros que los suyos.

 

Gracias a la iglesia metodista, Max había sustituido el consumo de drogas por la fe. Allí conoció al reverendo Robert. Aquel ministro de Dios, ayudaba a sobrevivir a la gente de los guetos, pero para eso necesitaba mucha pasta. Max le habló de su pasado como actor porno y le propuso volver a trabajar, para con sus ingresos ayudar al sostenimiento de la obra del reverendo. Robert que era un hombre grande ¡Tan grande como Max! No podía permitir que su discípulo caminara solo por el oscuro camino del pecado y decidió acompañarlo. Juntos pecarían contra el sexto mandamiento, pero sería en pos de una buena causa ¡Seguro que Dios les podría perdonar!

 

Crearon un “dúo artístico” y se hacían llamar “Los Hermanos Polla Enferma” Tenían mucho éxito en Internet. Follaban siempre enmascarados, con mascaras como esas que llevan los luchadores mexicanos, así el reverendo mantenía en secreto su identidad.  Sus partenaires eran chicas blancas de aspecto frágil, a las que los hermanos introducían sus monstruosas vergas por todos los agujeros practicables de su cuerpo.

 

-Mr. Maxwell, le están esperando en el estudio 8. Esta señorita es Alice Young, la actriz que va a rodar la escena de hoy con el reverendo Robert y con usted- Dijo la recepcionista en cuanto terminó de hablar por teléfono.

 

Max estrecho la mano de la rubia y caballerosamente, le franqueo el paso hacia la sala de grabación. En un amplio pasillo había una docena de puertas. Alice Young empujo la que tenía el número 8 encima. En el interior estaban rodando una escena sadomasoquista en la que participaban una pareja, ambos vestidos de cuero negro y una mujer de avanzada edad que estaba atada con cuerdas a una mecedora. Un asistente les indicó la puerta del fondo de la sala donde se encontraban los vestuarios. Allí estaba el reverendo Robert que acababa de salir de la ducha y se disponía a ponerse el atuendo de trabajo, unos escuetos calzoncillos de cuero con tachuelas, la mascara de luchador y unas botas de media caña. El clérigo les estrechó la mano y una blanca sonrisa brillo bajo su fino bigote. Max fue a darse una ducha y la rubia a ponerse un enema. En el plató varios operarios se afanaban en recoger el decorado de la escena sadomasoquista y traer un sofá.

 

Finalmente salieron los tres. A la rubia le dieron un corto guión con preguntas y respuestas tales como: -¿Tu culo sigue siendo virgen? Si, lo he estado reservando para los Hermanos Polla Enferma que son los reyes del anal ¿Cuál es tu fantasía sexual favorita? Que dos monstruosas pollas negras penetren todos los agujeros de mi cuerpo y al final su leche se derrame en mi boca, en mi cara, en mis tetas…. - Una prueba de luz, unos retoques de maquillaje y comenzaron a rodar la escena.

 

Alice Young recitó su dialogo y los dos hombres se sentaron en el sofá y comenzaron a acariciarla. Pronto la actriz porno estaba de rodillas chupando alternativamente las dos vergas. La excitación de Max creció cuando su glande se juntó con el del reverendo dentro de la boca de la mujer, que hacia verdaderos esfuerzos para que le cupieran las dos grandes boas negras. Se la habían chupado cientos… miles de veces, pero al sentir la polla de su mentor junto a la suya en la boca de la actriz, tuvo que reunir toda su experiencia profesional para no correrse en ese momento. Luego comenzó el folleteo. Alice follaba con uno y se la chupaba al otro, adoptando diferentes posturas. Se fueron cambiando, hasta que a Max le tocó atacar por la retaguardia. Normalmente no la podía meter a la primera, pero aquella chica tragaba carros y carretas ¡Era una gran profesional! La menuda actriz porno, cabalgaba el miembro de Max con los pies sobre sus muslos y las manos apoyadas en la cintura del hombre negro esperando recibir al reverendo por delante. En la doble penetración la parte trasera de los penes y los testículos se frotaban y chocaban rítmicamente. Las manazas de Max agarraron el duro culo del reverendo Robert y lo apretaron contra la rubia. Cambiaron un par de veces de posición y finalmente, ambos eyacularon sobre el careto de Alice Young. Le restregaron las pollas por la cara y las restregaron una contra otra hasta que el maquillaje de la rubia se tornó una máscara pegajosa y grotesca.

 

Una ducha y los tres participantes en la escena porno pasaron por caja a recoger sus respectivos cheques. Los dos hombres se despidieron de Alice Young en el hall de los estudios Pink Visual y luego salieron juntos a la calle.

 

-He venido en autobús ¿Me puedes acercar hasta la parroquia?-

 

-Claro que si reverendo Robert- (Yo a ti te acompañaría hasta el mismísimo infierno si tú me lo pidieras)

 

La parroquia estaba en un gueto negro en las afueras de los Ángeles. Por el camino, el reverendo fue hablando sobre las buenas obras que iba a hacer con el dinero que habían ganado esa tarde. Cuando llegaron, Susan, la esposa de Robert estaba arreglando los parterres de rosas que había junto a la entrada de la parroquia, mientras los dos hijos de la pareja jugaban al basket en una canasta que había colgada de la fachada.

 

-¡Que sorpresa Max! ¿Pasas a tomar un vaso de limonada fría?- Dijo la mujer del clérigo

 

Max les dio una excusa poco convincente y se despidió de la pareja. Camino de su casa, paro en una licorería. Compró una botella de güisqui barato y un paquete de latas de cerveza. Cuando llegó a su deprimente vivienda, sacó algo de comida china que quedaba en el frigorífico y abrió una cerveza. En la televisión había poco que ver. Max dejó un canal por el que estaban pasando un partido de béisbol y comenzó a comerse la comida china fría. Al poco tiempo sonó el telefonillo del portal. Max se acercó un poco a la ventana y vio a su ex mujer Victoria que apretaba el botón del portero automático con furia. Parecía que aquella arpía tuviera un sexto sentido que detectara cuando Max tenía pasta. Arrancó los cables del telefonillo, abrió la botella de güisqui y echo un largo trago a morro y cogió una nueva cerveza.

 

Abajo en la calle Victoria gritaba: - ¡ABRE HIJO DE PUTA SE QUE ESTAS AHÍ! EMPEZAMOS JUNTOS EN ESTO, NO ME PUEDES DEJAR TIRADA…

 

Es verdad habían empezado juntos en aquel negocio, pero Max era una estrella. ÉL HABIA TRABAJADO CON MISTER 35 cm. En la calle los gritos de Victoria seguían. Ya se cansará o los vecinos llamarán a la policía pensó. Max echó otro trago de la botella y se sentó en el sillón. Se sacó su enorme polla de los calzoncillos y comenzó a meneársela despacio pensando en la sonrisa blanca bajo el fino y bien cortado bigote del reverendo Robert.  Mientras en la calle, su ex mujer seguía gritando y una sirena de los maderos sonaba lejana.
 
 
Doctor Miriquituli.

lunes, 24 de septiembre de 2012

AL CABO, NADA OS DEBO


Por fin llegó el otoño y parece que también las tan esperadas lluvias. Este ha sido el verano más caluroso y seco de los últimos 50 años ¡Adiós verano! Seguro que te echaremos de menos, pero ahora de momento no. De todas maneras nos espera un otoño caliente, al menos en lo que a lo político y lo social se refiere.

 
Este mes de octubre nos enfrentamos a un más que seguro rescate de nuestra economía y por tanto a una nueva batería de “ajustes” en el gasto público. ¿Como se sustanciara esta ayuda? Es la única duda que nos queda. Será en un préstamo directo al estado español o bien en la compra masiva de deuda por parte del banco central europeo para que nos podamos financiar a un precio razonable. En cualquiera de los dos casos, los recortes en las prestaciones que el estado ofrece a los ciudadanos y las nuevas cargas impositivas sobre los menguados ingresos de la gente, están a la vuelta de la esquina.

 
Tras la Diada del pasado 11 de septiembre se plantea un nuevo problema a los problemas económicos antes mencionados. Desde que se instauró el actual régimen de democracia parlamentaria, venimos asistiendo periódicamente al chantaje de los partidos nacionalistas, que gracias a nuestro injusto sistema electoral con una cantidad relativamente pequeña de votos se convierten en el fiel de la balanza bipartidista y obtienen en el parlamento español mucho más poder del que por número de electores les debía corresponder. En definitiva, que vale más el voto de un catalán nacionalista que el de un castellano, asturiano, andaluz o cualquier otro ciudadano de una comunidad autónoma sin tradición nacionalista. El órdago independentista catalán, llega en el peor momento posible. Como hemos dicho antes, el gobierno va a tener que meter la tijera a fondo en las cuentas públicas, lo cual inevitablemente va a exacerbar aún más los ánimos entre la ciudadanía, ya de por si muy jodida. Sacar en este momento las reivindicaciones independentistas por parte de CIU manipulando el descontento popular y volviéndolo contra los “colonialistas españoles que no dejan que Cataluña se desarrolle como nación y prospere económicamente” es un mensaje que cala en las masas descontentas, a pesar de que los caciques seculares de Convergencia y Unió y el anterior gobierno tripartito sean los principales responsables del saqueo de las arcas públicas en la comunidad autónoma catalana.

 
La independencia de Cataluña es una quimera y además es sumamente irresponsable por parte de los nacionalistas plantearla ahora mismo. En el escenario más favorable a sus tesis, habría una relación independentistas-no independentistas en torno a un 60%-40%. Para una población de 7,5 millones de habitantes, supone dejar con el culo al aire a 3 millones de personas, sin el concurso de las cuales la prosperidad catalana (Mas pasada que presente) no hubiera sido posible ¿Qué hacemos con estos ciudadanos, con estos compatriotas? Tal vez Artur Mas o Carod Rovira o Joan Laporta se planteen deportarlos o algo peor. A las grandes empresas catalanas mentarles la independencia es como mentarles a la bicha, ya que aunque venden mucho fuera, su principal mercado sigue siendo el español. Incluso el Barça, “ese ejercito catalán sin armas”, cuyo presidente, Sandro Rosell fue a la manifestación del día 11 “a titulo particular” ha dicho que ante una supuesta independencia de Cataluña, ellos quieren seguir jugando en la liga española “la pela es la pela” La última ocurrencia que he oído hoy es que quieren ser un “estado libre asociado” como Puerto Rico es para con los Estados unidos. Quizá entonces, Albert Pla o Raimon sean la versión catalana de Ricky Martin, pero sin salir del armario ¡En fin..!

 
Parece evidente que el modelo autonomista está más que agotado y hay ponerse manos a la obra para redefinir la estructura del estado español, a ser posible con menos aparato burocrático. España no es “una grande y libre” ni “el imperio donde jamás se pone el sol” pero, pese a todo lo malo que actualmente nos ocurre, es una entidad de una cierta importancia en el contexto internacional y a estas “nacionalidades históricas” que jamás fueron una nación independiente, no les ha ido tan mal, en lo social y en lo económico, unidas a este ya viejo país. Nuestros pecados también han sido los pecados de catalanes y vascos y la penitencia por los mismos la tendremos que afrontar juntos como es de justicia. Cuando escampe se planteará lo que ellos quieran, pero no antes y con unas reglas del juego que no dejen en la indefensión a amplios grupos de ciudadanos que además de catalanes o vascos también se sienten españoles.

 
A los nacionalistas que piensan que a mi o a el resto de españoles nos están dando algo, les recuerdo los versos de Antonio Machado, aquel hombre bueno que murió en el exilio y que una vez soñó una España de prosperidad y concordia que entonces no pudo ser.

 
Al cabo, nada os debo. Me debéis cuanto escribo.

A mi trabajo acudo. Con mi dinero pago

el traje que me cubre y la mansión que habito,

el pan que me alimenta y el lecho en  donde yago…

 
Tengan el paraguas cerca y por las mañanas pónganse una chaquetita fina.

 

Dr Miriquituli

 

 

 

 

viernes, 21 de septiembre de 2012

Un año y un poco más -El Calafate-


Santiago y María estuvieron juntos todo el tiempo que pudieron durante los días que el madrileño permaneció en Melilla antes de partir a su segundo destacamento en Vélez. Cuando salían, primero iban a la playa y al final siempre terminaban en el piso de Juan. La renta del piso era muy pequeña, por lo que Santiago Reche se quedó con las llaves del mismo, ahora que el cocinero se licenciaba. Tener aquellas llaves era tener un espacio de intimidad dentro de una cosa como era el servicio militar, donde todo el mundo lo sabía casi todo de los demás.

 

La pareja no quería que llegase la separación, pero como suele pasar, cuando no queremos que algo suceda, el tiempo pasa volando Finalmente llegó el día de la partida de los marineros con destino a los destacamentos. Esta vez no iban Vela ni Luna y no se produjo ninguna suma ni resta en las cajas de los pertrechos. Las Marías abuela y nieta estaban en la estación del ferry para despedirse de Santiago. El marinero, pidió permiso al cabo Blanco para despedirse de las dos mujeres.

 

-Por mi haz lo que quieras, pero como ya te dije, vas a tener un problema cuando te vean hablando con ellas, sobre todo con la vieja.-

 

Santiago hizo caso omiso de las palabras del cabo y se separó un poco del grupo para hablar con las dos mujeres. Todos los miembros de la cia mar observaban, unos con envidia y otros con curiosidad, el trato familiar que la abuela y la nieta dispensaban al madrileño. Los mandos tampoco se perdían detalle. Cuando finalmente dieron permiso para embarcar en el ferry, Santiago y María se dieron un largo beso que fue sonoramente ovacionado por el resto de marineros, tanto los que iban a los destacamentos como los que se licenciaban.

 

-¡Vaya vaya con el madriles! Por lo menos sabemos que maricón no eres- Dijo el sargento Cabello, que al ser de Ceuta no sabía de la enemistad de los Vela y los Luna hacia doña María.

 

Durante el viaje, como en esta ocasión no pesaba sobre la tropa ningún arresto, se permitió el acceso a la discoteca. Angelito pronto se hizo el amo de la pista junto con Moisés, el mariquita que también iba a Vélez y que resulto un bailón sorprendente pese a sus kilos de más Santiago no tenía ningunas ganas de discoteca y melancólico se subió solo a la cubierta del barco. Lo más seguro es que no volviera a ver a María al menos en 4 meses, el tiempo que le quedaba para licenciarse. Hacía una noche muy buena. El mar estaba completamente en calma y reflejaba la luz de la luna casi llena. Parecía como que el reflejo lunar moviese la gran mole de acero por el espejo que era la superficie del mar en aquella noche clara Pensando estas cosas se encontraba el madrileño, cuando apareció por cubierta el cabo Navarro fumando un gran porro de oloroso polen. El de Melilla se acodó en la barandilla justo al lado de Santiago.

 

-Qué Madriles ¿Pensando en tu novia? La falta de tías es lo más duro de las islas, pero con buen rumai  el mes se pasa rápido ¿Quieres pegarle una calada?-

 

Santiago no se fiaba en absoluto de aquel tipejo y rechazó la invitación. La verdad es que el tiempo que había pasado con María apenas había fumado alguna calada por las noches en la cueva. Tampoco había comprado, de hecho sólo llevaba un par de chinas que le había dado Juan del hachís que se llevaba para la Península.

-¿Tú sabías que la abuela de tu novia denunció a la Compañía de Mar hace muchos años por la desaparición de su novio, uno que desertó durante la guerra, el muy hijo de puta? Me parece que vas a tener que responder a algunas preguntas cuando vuelvas a Melilla-

 

-A la orden mi cabo. No tengo ni idea de lo que me está hablando. Con su permiso me voy a la cama-

 

Santiago se había dado perfecta cuenta del tono de amenaza de las últimas palabras del cabo y pensó que a su vuelta debía de estar especialmente alerta sobre todo con Vela y Luna. Sabía de lo que esas familias habían sido capaces en el pasado y tenía fundadas sospechas de sus turbios manejos con las drogas en la actualidad.

 

Por la mañana, el Ciudad de Palma atracó en el puerto de Málaga. Santiago y sus compañeros se despidieron del reemplazo que se licenciaba. El madrileño dejaba atrás algunos buenos amigos: Milco, Corbacho y sobre todo Juan el cocinero, que había entregado su uniforme mugriento y ahora lucía impecable vestido de civil. Juan había sido un apoyo en los primeros y más difíciles meses del servicio militar. Sin su ayuda muchas de las cosas que en la vida civil resultaban lo más natural del mundo pero que estando en un cuartel eran impensables, las había podido realizar gracias al apoyo de Juan. Se despidieron con un abrazo. Los camiones de la Legión esperaban para trasladarlos al Campamento Benítez.

 

En esta ocasión, como los marineros no partían para las islas hasta el día siguiente, tenían permiso para salir de paseo esa tarde. Desde la misma entrada de Campamento Benítez, se cogía un autobús con destino a Torremolinos. En los años 80 Torremolinos era junto a Benidorm, uno de los pilares del turismo “canalla” de sol y paella. Salir por la ciudad malagueña en temporada alta, era para unos chavales de 20 años una promesa de diversión.

 

Todos, vestidos de blanco impoluto, cogieron el autobús que iba lleno de lejías con el mismo destino que ellos. Los militares se dirigieron en masa a una zona de pubs frecuentada por guiris de nacionalidad inglesa sobre todo. Pasaron la tarde bebiendo y bailando. Alguno volvió malo por el exceso de bebida consumida en muy poco tiempo. Los marineros se encontraban en la parada a la hora convenida, todos menos Angelito Moraleda al que habían perdido de vista a primera hora. Pidieron al conductor del autobús que esperase cinco minutos al de Albacete, pero transcurrido este tiempo, Ángel no había regresado y el autobús tuvo que partir sin él. Cuando llegaron a Campamento, llegaba al mismo tiempo Angelito moraleda, en un coche descapotable  conducido por una guiri de edad más cercana a los setenta que a los sesenta de la que se despidió repasándole todos los empastes con la lengua.

 

-¡Coño Ángel! No nos habías dicho nada de que tu abuela viviera en Torremolinos- Le dijo el  cabo Blanco

 

-Sí sí abuela, mira como me ha dejado la polla- Dijo Ángel Moraleda que llevaba una borrachera gloriosa, enseñándole la picha al cabo.

 

-Angelito Angelito, estás echando por tierra el prestigio de la Compañía de Mar de Melilla-

 

El de Hellín, muy borracho, respondió encogiéndose de hombros – ¡En peores plazas hemos toreao!-

 

Al día siguiente, con la resaca del alcohol martilleando sus sienes, los camiones de la Legión condujeron a los miembros de la cia mar hasta el aeropuerto, donde embarcaron en los Chinooks con el resto de los componentes de los distintos destacamentos. El grueso de las tropas que se dirigían a las islas, pertenecían a una compañía de operaciones especiales (COE) con base cerca de Oviedo. El viaje fue menos agitado que la última vez, el viento apenas se movía y el helicóptero pudo aterrizar con facilidad en la coronación de la roca.

 

Todo el personal de la isla dedicó el resto del día a instalarse en los distintos alojamientos. Los miembros de la cia mar de Ceuta habían instalado en el plantón donde los marineros hacían las guardias, un toldo improvisado con unas tuberías y una gran malla verde de rafia. Regando un poco el suelo se conseguía que la temperatura de aquella terraza fuese tolerable bajo el duro sol del verano norteafricano. Se repartieron los turnos de guardia y antes de la cena el teniente de las coes dirigió una charla a los miembros del destacamento. Resumiendo, el mensaje de la arenga era “No me toquéis los cojones a mí y yo no os los tocaré a vosotros”. Santiago echó de menos a alguien muy importante que estaba en Vélez la última vez, Pluto, el perro del mecánico naval. Al parecer el can había traspasado las “líneas enemigas” en una de sus correrías nocturnas y los mehaznis le habían trincado y le habían ahorcado para que no delatase más con sus ladridos el comercio que estos se traían con los militares españoles. Aunque un poco veleta y chivato, Santiago había llegado a querer a aquel chucho, que por otra parte prestaba un servicio impagable en las guardias, poniendo sus agudos sentidos al servicio de los marineros.

 

Tanto chupetín como Blanco eran zorros viejos de las islas y no se pensaban dejar liar fácilmente en las actividades de los coes.

 

Chupetín preguntó -¿Alguno de vosotros le pega a “la submarina”?

 

El sargento quería conseguir todos los pulpos pequeños que fueran posibles. Siempre que Fresno iba a la isla tendía cordeles con sedales y anzuelos en la punta. En cada gran anzuelo ponía un pulpito de menos de un kilo. Con este arte de pesca pretendía capturar alguno de los grandes meros, por los que el Peñón era famoso. Santiago y Ángel se echaron al agua con gafas aletas y unos afilados ganchos. En un par de horas tenían una decena de cefalópodos de varios tamaños. Unos moros que tomaban su té en una patacha de 2 filas de remos se estuvieron descojonando del sargento.

 

-En la puta vida ha pescado nada de esta forma, pero lleva años y años insistiendo- Aclaró a los marineros el cabo Blanco.

 

Tras la comida volvieron a salir con el chinchorro a levantar los sedales. Los peces se habían comido la mayoría de los pulpos. Repusieron los cebos y volvieron a fondear los aparejos para recogerlos a la mañana siguiente.

 

A Santiago le correspondió el turno de guardia de 6 á 8 de la mañana. Un poco antes de terminar su servicio, apareció en la playa un moro. Era un hombre viejo pero de aspecto imponente. Descalzo sobre la arena, vestía unos calzones abombachados de color negro que dejaban ver unas pantorrillas aún poderosas. Pese al calor llevaba camiseta interior de tirantes y sobre ésta una blanquísima camisa de hilo,  cubriéndole la cabeza un gran gorro de paja del tipo rifeño. Estos gorros de paja que en el Norte de Marruecos llevan los hombres y mujeres del campo, tienen un cierto parecido en su forma con el sombrero calañés de los andaluces (El sombrero puntiagudo de los bandoleros, sólo que de paja)

 

-Buenos días marinero ¿Puedes avisar a tus mandos? Diles que “el Sevilla” quiere hablar con ellos.- Dijo el viejo moro en un perfecto castellano.

 

Santiago llamó al  cabo Blanco que intercambió con el moro unas palabras en tamazing  y se fue a avisar al sargento Fresno.

 

-¿Qué, pesca muchos meros vuestro sargento?- Les dijo el Sevilla  con sorna a los marineros que estaban asomados al plantón.

 

Chupetín, dejó a medias su desayuno y bajó a la playa a hablar con el moro. Conversaron por espacio de unos minutos y finalmente cada uno se volvió por donde había venido. El sargento corrió peñón arriba para informar al teniente de la conversación mantenida. De camino al comedor de la tropa, Blanco les contó a los marineros brevemente la historia del Sevilla. Tenía cerca de noventa años y era como una especie de alcalde de la dispersa población del valle que se habría hacia levante. Había servido en los regulares durante la guerra civil y luego había pasado bastantes años trabajando en España, de ahí le venía el apodo de “Sevilla”. Tras desayunar, el teniente informó del mensaje que el anciano había venido a traer: En los próximos días soldados y funcionarios marroquíes iban a montar un gran campamento, donde pensaba pasar sus vacaciones la hermana del rey de Marruecos Hassan II. Se prohibía navegar hacia la Puntilla y debían mantener un comportamiento educado y amistoso para con las embarcaciones de recreo que pudieran recalar en las inmediaciones de la roca. Todo esto en aras de unas buenas relaciones con el reino alahuita.

 

Durante los siguientes días una actividad febril tuvo lugar en el valle muy cerca de la playa. Pronto grandes jaimas de  tela se levantaron frente al peñón y la llegada de camiones militares cargados con gente y enseres era constante. Tres días después de la visita del anciano moro, un yate de gran tamaño y una patrullera de la marina de guerra marroquí fondearon en la bahía entre el peñón y la Puntilla. Esa misma noche en el campamento hubo una fiesta con música y fuegos artificiales para recibir a la princesa, hasta altas horas de la noche.

 

Los coes, como en el anterior destacamento, trataban de presionar a los marineros para que les pasasen grifa, pero los miembros de la cia mar no disponían de unas reservas abundantes, solamente el cabo Blanco se había traído algo de costo que racionaba con tacañería y compartía en parte con Santiago y con Manolito que le pegaba alguna que otra calada, más que nada para estar cerca del cabo del que a todas luces estaba locamente enamorado. Lo que no faltaba era el güisqui; en la cia mar les habían dado permiso para traerse de Melilla un par de cajas de “Los Viejos Monjes”. Desde el destacamento, los marineros enseñaban a los mehaznis tetrabricks de vino y les hacían el signo de “fumar” poniendo 2 dedos sobre los labios, pero de momento, estos respondían señalando al campamento de la princesa marroquí y negando con la cabeza.

 

Chupetín seguía erre que erre con los cabos alrededor del peñón. Cada mañana, tozudamente levantaba las líneas y reponía los cebos. Santiago y el resto de los marineros, se estaban cansando de pescar pulpos y no probarlos. Por lo menos con las cañas tenían más suerte. Con las sardinas que les regalaban los moros de la playa, en un bajo a más de 50 metros de profundidad, pescaron una decena de bonitas caballas, azules como de metal. También pescaban desde el peñón abundante pescado de roca: Gordos sargos de más de un kilo, bigotudos y sabrosos salmonetes, que freían rebozados en harina, largas brótolas de suave piel que guisaban con patatas o con arroz y un sinfín de peces cuyos nombres desconocían pero que igualmente terminaban en las ollas o sartenes del destacamento. Un día de especial calma chicha, Chupetín les llevó hasta unas rocas hendidas por el mar, entre cuyas grietas, con la marea baja, se podían recolectar unos magníficos percebes, gordos rematados en una uña roja.

 

Los días pasaban largos e indolentes en la heroica plaza norteafricana. El sol de agosto hacía que incluso los coes, siempre activos con su entrenamiento militar, permanecieran a la sombra dormitando mientras los sargentos o el teniente peroraban sobre táctica militar. Los marineros pasaban las horas de actividad sesteando a bordo de los chinchorros en la parte del peñón donde en ese momento hubiese sombra. El calor era difícil de soportar, pero lo peor eran las moscas. En Peñón de Vélez incluso en invierno hay moscas y en verano hay millones de ellas. Después de comer, para echarse la imprescindible siesta de una hora, había que taparse con una sábana -inclusive la cabeza- porque si no, a uno se lo comían aquellos feroces insectos. Sin embargo los moros las soportaban con sorprendente estoicismo, se podía ver cómo varias moscas les corrían por la cara y solamente hacían un leve gesto de espantarlas cuando en un alarde de osadía, los bichos se les metían en la boca o los ojos.

 

Un hecho vino a romper la monotonía del destacamento. Una mañana muy temprano apareció en la bahía el barco aljibe para hacer la aguada. Una vez fondeado el buque, Santiago y Ángel como marineros  más veteranos, se dirigieron al aljibe para tender las estachas con las que el personal de tierra tenía que jalar los gruesos manguerotes por los que se trasegaba el agua. La estacha era tan gruesa que no se podía abarcar con una sola mano.  Los 2 marineros la adujaron en amplios ochos a la popa de la pequeña embarcación, de manera que al navegar hacia tierra, el grueso cabo se fuese extendiendo. Se sentaron en la estrecha bancada y cada uno con un remo comenzaron a bogar en la dirección donde les esperaban el resto de los miembros del destacamento. La estacha pesaba tanto que tenían que remar con todas sus fuerzas para que ésta fuese saliendo del chinchorro. Al poco rato estaban empapados en sudor y les dolían los brazos y la espalda. Finalmente consiguieron hacer llegar el chicote del cabo a los que estaban en tierra, que al punto comenzaron a tirar de él hasta traerse la gruesa manguera a la boca del depósito. Chupetín ordenó a Santiago y a Ángel que se abarloasen en el aljibe para ayudar en la maniobra de recogida del manguerote. Tras subir al barco, un marinero les llevó a la cocina, donde el cocinero les preparó un potente desayuno con tostadas, unas ricas tortillas francesas y una cafetera de café recién hecho muy cargado. La aguada duró cerca de 2 horas y en ese tiempo la cubierta del aljibe se elevó casi cinco metros sobre la superficie del mar, por lo que para descender hasta el bote, los marineros tuvieron que utilizar una escala de gato. Desde el barco recogieron la maniobra utilizando un cabirón, simplemente pasándole un par de vueltas de la estacha por la gruesa polea, la máquina hacía sin esfuerzo el trabajo que poco antes habían tenido que hacer 20 hombres.

 

Tras zarpar el aljibe, se dio libre la mañana a aquellos que no tuviesen servicio, Fernandito se quedó en el plantón, el cabo Blanco se marchó a la cala del cementerio con la excusa de pescar para fumarse un par de porros y el resto de marineros se fueron en uno de los chinchorros a darse un baño. Los dos bichos que acompañaron a Santiago y a Ángel aquella ocasión, eran unos tipos singulares. Dimas “El diablo” era un chaval de un pequeño pueblo de la provincia de Cáceres cercano a Plasencia. Le habían apodado así por que era muy moreno de un moreno cobrizo, casi rojo. Era feo de cara, tenía la boca con los dientes desigualados y puntiagudos a la sombra de un bigote fino muy negro y crespo. Aunque no muy alto era tremendamente fibroso, fruto sin duda de andar todo el día por el campo detrás de las cabras. Pese a su apodo, el cacereño era muy buen chaval. Había ido lo justo al colegio, pero no carecía en absoluto de inteligencia y saber estar. Lorenzo “Orejas Bambi” también era de pueblo, de cerca de Ponferrada en León, pero a diferencia del diablo, aunque más alto, era de constitución algo enclenque. Su familia era de clase acomodada, tenían un almacén de maquinaria agrícola y él jamás había trabajado con las manos. Tenía facciones agradables y sería un chico guapo si no fuera por las enormes orejas despegadas de la cabeza que le daban un aspecto como de cervatillo. Llevaba muy mal el apodo que le habían puesto en la compañía, ya que a todas luces, el ser así de orejón le creaba un tremendo complejo. Su casi exclusivo tema de conversación era su novia, una rubia guapita pero de una guapura sin chicha, como la de esas modelos de revista de moda, donde lo importante no es la chica si no la ropa que de ésta cuelga. Se había llevado al peñón un álbum enorme con fotos de su novia haciendo esto o lo otro, o en tal o cual sitio. En las fotos en las que la pareja salía junta, siempre estaba detrás de los dos la madre de Orejas, una mujer de cara ancha y ojos incisivos, que daba la impresión de ser una especie de titiritera que manejaba a la pareja como si de unas marionetas se tratase.

 

El Diablo apenas sabía nadar y Orejas Bambi tampoco es que fuese Johny Weismuller, pero el cacereño tenía una habilidad que en el último cuarto del siglo XX resultaba muy notable. Con un trozo de cuero y un cordel, se había hecho una onda y con ella lanzaba piedras a varios cientos de metros con bastante precisión. Viendo al diablo manejar la onda, Santiago comprendía el temor que en la antigüedad suscitaban los onderos de las islas Baleares al servicio de los romanos, capaces estos de descabalgar a un jinete o herir gravemente a un enemigo a gran distancia con un arma tan sencilla y económica como aquella. Diablo se había llevado al chinchorro la onda y un montón de piedras y trataba de enseñar al madrileño y al de Albacete el manejo de la misma, pero estos no conseguían los espectaculares resultados del extremeño. Mientras tanto Orejas, con una sonrisa de suficiencia, criticaba la actividad de sus compañeros.

 

-Parecéis unos críos jugando con piedrecillas-

 

-No es ningún juego, me sirve para arrear el ganao por el campo y más de una liebre me he comido cazada con la honda- Dijo el diablo que trataba de inculcar con ahínco ese retazo de ciencia rústica a sus compañeros.

 

-Dudo mucho que seas capaz de matar nada con eso. Lo dicho, una chiquillada.-

 

-Mira bichín, el abuelo no hace chiquilladas. Dentro de poco, cuando yo me marche a la “peni” y tú te quedes aquí, mucho tiempo aún, me voy a pasar por tu pueblo y le voy a follar “tol chocho y tol culo” a tu novia para que sepa lo que es un hombre de verdad. Cuando vuelvas de la mili vas a tener tantos cuernos, que van a tener que poner tu cabeza colgada encima de la chimenea- Le dijo Angelito que últimamente se había erigido en castigador de bichos.

 

Concentrado en lo que hacía, el diablo cargó una piedra en el cuero de la onda y comenzó a voltearla. Un par de palomas levantaron el vuelo en la rocosa pared de la isla, el marinero las siguió con la vista y en un momento dado soltó uno de los cordeles. La piedra salio disparada a gran velocidad e impactó contra uno de los dos pájaros que rebotó en la pared y cayo inerte al mar. Todavía, antes de volver, el cacereño abatió un par de palomas más que habrían de ser la cena de los marineros esa noche, ante el regocijo de Santiago y Angelito, que no paraban de felicitarle y palmotearle  la espalda. Orejas Bambi bogaba mohíno, vivamente ofendido por las palabras del de Hellín a las que no había sido capaz de dar una adecuada contestación.

 

Pasaron por la cala del cementerio y el cabo Blanco les hizo señas con los brazos para que se acercasen, embarcó y pusieron rumbo de vuelta al destacamento para relevar a Moises y subir a por el rancho. Al doblar la punta vieron una lujosa lancha motora con un hombre al timón y tres mujeres en topless. La más mayor de las tres, una cincuentona entrada en carnes con una gruesa cabellera negra que le caía por la espalda, levantó el brazo a modo de saludo. Los marineros devolvieron el saludo y Angelito Moraleda se bajó el pantalón y ni corto ni perezoso les enseñó el rabo a las ocupantes de la lancha. Las otras dos mujeres bastante más jóvenes que la gorda cincuentona se incorporaron y comenzaron a saludar también, mientras el patrón permanecía impertérrito. Santiago, el cabo y el diablo no tardaron en imitar a su compañero, mientras Orejas Bambi permanecía taciturno con el pantalón subido, sentado en la bancada de los remos, pensando sin duda en su novia, a la que el albaceteño había prometido vaquetear duramente tras su licencia. Cuando llegaron les estaba esperando Chupetín, le enseñaron las palomas que Dimas “el Diablo” había cazado y el sargento les contó que había estado por los alrededores del peñón abordo de una lancha, la princesa hermana de Hassan II. Tácitamente, todos callaron sobre el encuentro que habían tenido un rato antes al otro lado de la roca, solamente Lorenzo “Orejas Bambi” parecía que quería abrir la boca, pero optó por callarse ante las miradas asesinas que le dedicaron el resto de marineros.

 

Un par de días después los moros comenzaron a desmontar el gran campamento donde la princesa había pasado sus vacaciones estivales. Al poco la calma volvió al valle frente al peñón. Los lugareños retomaron sus actividades cotidianas y volvieron a sus misérrimas casas de adobe bajo el destacamento de los mehaznis. En las noches de guardia ya no se oía música hasta altas horas, sólo a veces el lejano aullido de los chacales desde las pardas montañas.

 

No tardaron los gendarmes marroquíes en tratar de reestablecer el comercio que desde la muerte de Pluto habían mantenido con los de la cia mar de Ceuta. Esa misma noche un mehazni se acercó hasta los botes. En el plantón se encontraba de guardia Orejas Bambi que comenzó a llamar al cabo Blanco a gritos con un evidente ataque de pánico.

 

-¿Qué cojones pasa?- Preguntó Blanco subiendo a la carrera al plantón.

 

Orejas señaló una figura semioculta entre el lanchón y el bote mixto cuya cara se iluminaba a intervalos por la brasa de un cigarro.

 

-¡Joder tío! Cierra esa bocaza que nos vas a joder el business- Dijo el cabo, bajando rápidamente al destacamento.

 

-¡Moi larga un cabo por la ventana! ¡Madriles, coge un par de cartones de vino y vente conmigo! Tú quédate en la puerta por si viene alguien- Dijo el cabo dirigiéndose finalmente al diablo.

 

El cabo y el madrileño, descendieron hasta la playa ayudándose con la cuerda que Moisés había amarrado a las camas. Deprisa, llegaron hasta donde se encontraba el marroquí, que les tendió la mano. Era un individuo cetrino, con un bigote poco poblado. Le faltaban numerosos dientes, tantos que en la parte de arriba solamente se le veían los incisivos, lo cual unido a una mirada astuta de rufián, conferían al tipo el aspecto de una gran rata. Blanco chapurreaba algo de tamazing el dialecto árabe que se habla en el norte de Marruecos y hablaba bastante bien francés, por lo que fue él el que llevaba la voz cantante en la negociación. El gendarme sacó una bolsa de kifi y llenó la cazoleta de una pequeña pipa de barro, le introdujo una cañita larga y fina por el orificio más pequeño y se la ofreció al cabo que a su vez abrió un tetrabrick del infame vino de las cocinas y tras echarse un traguito al coleto, se lo paso al moro haciendo ostensibles gestos de placer como si estuviese degustando un caldo exquisito. El mehazni cogió el cartón de morapio con avidez y se pegó un largo trago. A Santiago le parecía todo aquello como sacado de una película de indios y vaqueros (Los vaqueros eran ellos que ofrecían al jefe indio el “agua de fuego” y este a su vez, en gesto de buena fe, les pasaba la “pipa de la paz”) Según lo que Santiago entendía de la conversación, éste, quería una botella de güisqui a cambio de la bolsa de kifi, sin duda una petición desorbitada en aquel lugar remoto (Jefe indio hablar con lengua de serpiente a hombre blanco). Finalmente se cerró el trato en 2 cartones de vino más el empezado y de regalo, un par de latas de albóndigas de los menús de supervivencia que les habían dado en Campamento Benítez.

 

Cuando tras el trapicheo se acercaron a la ventana del destacamento, observaron con estupor el cabo en el suelo de la playa. Alguien lo había desamarrado de las camas y lo había echado fuera. Muy pegados a la roca que había bajo la ventana, escucharon conversar a Moisés con el sargento Chupetín.

 

-¿Dónde están el cabo Blanco y el Madriles? Os tengo que explicar a todos el ejercicio que vamos a hacer mañana junto con los coes.

 

- A la orden mi sargento. Creo que habían subido a la cocina para pedir harina para freír los sargos que hemos pescado esta tarde.-

 

-Bueno, esperaré aquí a que vuelvan.-

 

Al menos Fresno no había visto la cuerda que habían tendido para descolgarse hasta la playa, pero tenían un serio problema, el sargento estaba en el destacamento y el único punto de acceso al peñón a esas horas era la ventana del mismo ¡Estaban jodidos!

 

-Solamente tenemos una entrada, la reja de hierro que da acceso a los túneles. ¡Esperemos que se pueda abrir!- Dijo el cabo Blanco.

 

Santiago recordó que Jorge Fuster mencionaba los túneles con frecuencia en su diario. Llegaron a la reja que se encontraba cerca del charcón y con una piedra gorda golpearon varias veces el herrumbroso candado que finalmente cedió. Abrieron la reja lo suficiente como para poder entrar y la cerraron tras de sí dejando el candado roto por dentro de la reja, de manera que se tardase tiempo en descubrir que aquella entrada había sido forzada. Por suerte habían cogido una linterna de petaca y podían ver qué terreno pisaban. El cabo había entrado en los túneles en varias ocasiones y más o menos sabía por dónde andaba en aquel laberinto. Subieron y luego giraron hacia la izquierda, pasaron por una pequeña sala en la que había numerosos huesos de seres humanos mezclados con cal en nichos excavados en las paredes. Eran las víctimas de una epidemia acaecida en el siglo XVIII que había diezmado la población de la roca. Finalmente el túnel perdió altura y sobre su cabeza pudieron ver una losa de piedra de buen tamaño. Con gran esfuerzo lograron mover la losa para salir al pañol que había junto a la entrada del peñón. Estaban completamente cubiertos de telarañas. Se quitaron la ropa y la sacudieron. Cuando consideraron que estaban listos, cogieron una bolsita y la llenaron de yeso para que pareciese que traían la harina y se fueron al destacamento.

 

-¡Ya era hora! Pensé que habíais ido a Melilla a por la harina.- El sargento Fresno explicó brevemente el ejercicio del día siguiente en el que tenían que apoyar desde el mar a los coes y finalmente se retiró a su apartamento.

 

Una vez solos los marineros, Santiago y el cabo explicaron al resto como habían tenido que entrar a la roca y el camino por los túneles con descripción de la sala de los huesos incluida. También les mostraron la bolsa que habían obtenido de los mehaznis en la que había una considerable cantidad de marihuana, suficiente si se administraban bien para acabar el destacamento.

 

Pasaron los días de forma indolente, igual que durante todo aquel mes de agosto. Quedaba ya muy poco para la vuelta a Melilla y como cada día desde que habían llegado a primeros de mes, se fueron con Chupetín a levantar los aparejos a ver si habían conseguido pescar algo. Santiago observó cómo los enjambres de  pececillos que vivían junto a las verticales paredes submarinas, aquel día se encontraban muy próximos a la superficie y le pregunto al sargento el porqué de aquel cambio en las costumbres de los peces.

 

-Va a haber pronto un temporal- Contestó Chupetín con absoluta seguridad, aunque no se veía ni una sola nube en el horizonte y el mar estaba liso como un plato.

 

Los primeros cebos como de costumbre estaban comidos por los peces pero en uno de los cordeles junto a la punta un gran pez había arrancado de cuajo el nailon y el anzuelo del aparejo. En el siguiente cordel, que distaba del anterior una cincuentena de metros había algo enganchado. Debía de ser muy grande por que pegó un tirón que obligo a los marineros a soltar el cordel. Fueron poco a poco acortando la línea afirmándola en una cornamusa. Fresno cortó el cordel e hizo que bogaran hacia aguas más profundas para que el pez no pudiese enrocarse. Finalmente tras más de dos horas de lucha el mero estaba a la vista ¡Era enorme! Debía pesar más de 70 kg. Lo acercaron hasta el costado de la embarcación y ayudados por los garfios de pescar pulpos, finalmente lo subieron al chinchorro. Cuando llegaron a la playa con aquel “monstruo marino”, los mehaznis y los moros que vivían en las casuchas que había frente al peñón, ponían unos ojos como platos al ver en poder del “sargento de los cordeles” al abuelo de los meros de aquellas aguas. Todo el mundo se quiso fotografiar con el gran pez. Un listillo de las coes le metió un dedo en la boca al mero que ya llevaba más de 2 horas fuera del agua y el bicho en su agonía aún tuvo fuerzas para cerrar las mandíbulas y romperle un par de falanges a aquel atrevido. El mero dio de comer un par de días a toda la guarnición, mero a la parrilla y una rica sopa. Chupetín que andaba en aquellos momentos como flotando en una nube se saltó su particular ley seca y bebió un par de vasos de vino degustando la blanca carne de aquel enemigo viejo con el que había mantenido un pulso de constancia y astucia desde largo tiempo atrás. Como había predicho el sargento al ver a los pececillos a flor de agua, aquella noche estalló una violentísima tormenta.

 

Finalmente regresaron los negros helicópteros y trasladaron a Melilla a los miembros de la cia mar en un vuelo mucho más agitado que el de la ida, a causa del temporal. Lo primero que hizo Santiago nada más llegar fue intentar hablar con María, pero ésta no se encontraba en casa. Lo intentó más tarde y en los días siguientes pero el resultado todas las veces fue el mismo.

 

Antonio era un hombre alto y fuerte con manos nudosas por el trabajo de toda una vida como patrón de pesca. Era, después del capitán Villalba, el miembro más viejo de la Compañía de Mar de Melilla, aunque sólo tenía el empleo de sargento primero calafate. Calafate o carpintero de rivera es un oficio hoy prácticamente perdido. Los calafates eran los encargados de “calafatear”, reparar e impermeabilizar las embarcaciones de madera. Era tío de Vela y de Luna aunque a diferencia de estos, el calafate era una buena persona. Siempre vestía de civil y los marineros le trataban de usted y le llamaban Antonio a secas. Después de toda una vida en la pesca, había aceptado entrar en “el negocio familiar” pero Antonio no tenía ninguna inclinación hacia lo militar. Enseñaba a los chavales las “cositas de la mar” y era el encargado de recoger el correo y los giros postales que los marineros recibían.

 

Aquella mañana el sargento primero calafate nombró a Santiago Reche entre los destinatarios de las cartas llegadas a la compañía. En el remite de su carta figuraba “María Medrano Muñoz” La misiva decía lo siguiente:

 

 Córdoba 3 de septiembre de 1986

 

Querido Santiago:

 

Espero que todo vaya bien por Melilla y que no te estén puteando demasiado en la cueva.

 

Desde que te fuiste al Peñón de Vélez te he echado mucho de menos, pero estoy confusa. Aunque hemos estado muy a gusto mientras hemos estado juntos, creo que no es posible mantener una relación a distancia.

 

Recientemente he coincidido en la universidad con Javier, mi antiguo novio, el cual me ha pedido volver con él. Sé que mis palabras te van a hacer daño por eso creo que lo mejor es que te lo diga directamente sin ningún tipo de rodeos. Le voy a dar una nueva oportunidad. El fue el primero y somos dos personas que tenemos muchas cosas en común.

 

Ha sido muy bonito conocerte y quién sabe lo que el futuro nos puede deparar. Si quieres a tu licencia hablamos pero te pediría que hasta entonces no intentes ponerte en contacto conmigo.

 

Un beso, María.

 

PD.

Por supuesto puedes contar con mi ayuda en la investigación de  cualquier asunto relacionado con la muerte del cabo Jorge Fuster.

 

Santiago se metió la carta en un bolsillo del pantalón y se quedó solo en un banco de la sala principal de la cueva mirando fijamente a los gruesos muros hasta que terminó el alto de la mañana y volvió a la faena que le habían encomendado.

 

Continuará….

 

Dr Miriquituli. 

 

miércoles, 19 de septiembre de 2012

SANTA EULALIA DISFRUTE ÍNTIMO


Recientemente he terminado mis vacaciones, unas vacaciones muy normalitas y familiares, La cosa no está para grandes dispendios, por lo que una parte la he pasado en una localidad costera del levante español, en un apartamento que tiene mi familia y el resto en un pueblecito de Zamora del que procede la familia de mi mujer.

 

Quisiera hablarles de Santa Eulalia de Tábara, el “pueblecito de Zamora”: Con apenas 175 habitantes en invierno y una población que posiblemente se multiplique por 4 ó 5 durante los periodos vacacionales, se encuentra situada al noroeste de la provincia castellano leonesa, encajonada entre el río Esla y la zona más oriental de la Sierra de la Culebra; una cordillera de baja altura que comienza en Tábara (El partido judicial de la zona) y termina en la comarca portuguesa de Tras os Montes.

 

La gente, con sus “cosas” como en todos los pueblos, es en general bastante acogedora. Pero la característica que más destacaría de la población residente y transeúnte, es la participación generalizada en una gran cantidad de eventos comunitarios. Dos asociaciones, la Asociación Cultural y A.M.S.E.C.T.A, con la aportación económica y sobre todo con el trabajo desinteresado de los socios, consiguen ofrecer al pueblo una serie de actividades lúdico-culturales muy superiores a las de municipios con una población mucho más grande: El grupo de teatro Talía, con actores aficionados del pueblo, representa todos los años una obra que hace las delicias de mayores y chicos. Meriendas, baile con unas magníficas orquestas costeadas con fondos de la asociación y un museo etnográfico interesantísimo, que expone objetos antiguos de la vida cotidiana aportados por los vecinos, son algunas de las muchas actividades realizadas por los vecinos.

 

Santa Eulalia de Tábara aparte de su gente tiene otro gran tesoro que muchos de los lugareños no conocen bien y me atrevería a decir que en muchos casos no aprecian demasiado, que es un entorno natural privilegiado. Los lugareños (Desconozco el gentilicio que los nombra), han sido y son agricultores y ganaderos y tienen más razones para apreciar el campo labrado que les proporciona su sustento, antes que el duro e ingrato monte. De entre las jaras, con más frecuencia de la deseable, salen animales que destruyen su cosecha o devoran su ganado y contra los que no pueden hacer nada directamente ya que se trata de especies protegidas. Sin embargo, para un urbanita “arrepentido” como yo, el caminar por un monte donde es fácil ver animales tan espectaculares como corzos, venados o jabalíes y posible con paciencia y los instrumentos adecuados ver aún al esquivo lobo, resulta algo mágico.

 

Mis paseos y mis observaciones las llevo a cabo principalmente en 2 zonas: Los alrededores del río Esla y la Sierra de la Culebra.

 

El río

 

Hay un paraje de una belleza increíble que tiene dos nombres, en la orilla de Santa Eulalia se le conoce como la Peña Vaquera y en la orilla de la Granja de Moreruela como el Piélago (Un nombre precioso). Son unos promontorios rocosos de un centenar de metros de altura, uno en cada orilla, que caen a pico sobre el río, surgiendo desnudos de espesos bosques de encinas y matorral de jara. Hace pocos años aquel era el lugar de baño para los dos pueblos. El río era ancho y manso gracias a la represa o azud de un viejo molino fluvial que en tiempos fue de los monjes de la cercana abadía cisterciense de Moreruela. La abadía, que está muy cerquita del río por la parte de la Granja, se encuentra en ruinas desde su abandono tras la Desamortización de Mendizabal,  pero aún resulta grandiosa pese al expolio de sus piedras primorosamente labradas por los canteros del siglo XII. Su planta, bien podía haber inspirado los escenarios de “el Nombre de la Rosa” de Humberto Eco o “Los Pilares de la Tierra” de Ken Follet. El caso es que vino Iberdrola y aguas abajo de la Peña Vaquera construyó una mini central hidroeléctrica. El agua cubrió el azud y anegó la arboleda de las orillas. La vieja azeña de los mojes ahora está rodeada de agua por los cuatro costados y sólo sobresalen del pantano la parte superior del edificio y las ramas muertas de los árboles que había antes de la construcción de la presa. A cambio de este expolio, Iberdrola puso unos carteles con el rimbombante nombre de “zona recreativa” y montó en ambas márgenes del Esla una especie de trampolines para practicar la pesca con caña y unas barbacoas que la gente desmontó y se llevo a sus chales. Creo que yo soy el último de los bañistas de la Peña Vaquera, lo cual tiene sus ventajas como por ejemplo: nadar boca arriba viendo al atardecer el vuelo de decenas de buitres leonados que se posan en la peña o a una pareja de raras cigüeñas negras en su gran nido construido sobre una encina inaccesible. Un día especialmente caluroso dentro de este verano caluroso que se resiste a dejarnos, tras darme un bañito refrescante antes de la hora de comer, me estaba secando de pie inmóvil sobre una roca de la orilla, cuando un ser que parecía estar hecho de las aguas profundas y oscuras del río, emergió unos metros por delante de mí. Era una nutria que salía a la superficie a tomar una bocanada de aire. El bicho y yo nos quedamos mirándonos unos instantes, luego la nutria se sumergió sin apresurarse mostrándome su lomo y su cola, brillantes bajo el intenso sol del medio día. Parecía  hecha de barro húmedo que se deshacía en el agua.

 

La Sierra

 

La sierra es otro cantar. Dentro de las montañas la vegetación aparentemente se torna monótona. Retazos del viejo bosque de encinas y robles se intercalan entre los altos pinos repoblados y el matorral duro y coriáceo que nace casi de la pura roca. Al contrario que en el río estas plantas crecen sin recibir el beso del agua. Yo visito la Sierra Culebra, por la parte que queda a la espalda de Tábara, el pueblo que da nombre a la comarca y la cabeza del partido judicial de la zona. Durante algunos días de este verano, mientras conducía en dirección a la sierra se veía la alta columna de humo del gran incendio que asoló miles de hectáreas al Sur de la provincia de León. Ver el airoso campanario románico de la iglesia de Santa María y comprobar que ninguna columna de humo procedía de la Sierra Culebra suponían el alivio triste de que al menos por esta vez, el fuego devastador se había quedado un trecho más allá de “mis bosques”. Una vez en Tábara, merece la pena echarle un vistazo a la iglesia de Santa María del siglo XII magníficamente conservada. Según cuenta la tradición, hasta el siglo X ocupó el solar de la actual Santa María un monasterio mozárabe de cuyo scriptorium salió el Beato de Tábara, una copia del Apocalipsis de San Juan iluminada con bellísimos dibujos. El monasterio mozárabe fue destruido por Almanzor en la famosa razia en la que se llevo las campanas de la primera catedral de Santiago de Compostela para refundirlas como lámparas para la Mezquita de Córdoba. Ya metidos en la sierra, a mi hay un paraje que me gusta especialmente, el bosque del Casar. Para llegar hay que atravesar el magnifico robledal de la Folguera con árboles que yo que soy grandecito no soy capaz de abarcar con los dos brazos. Saliendo del robledal se atraviesa una zona extensa sin arbolado, pero de jaras y matorrales muy cerrados, aquí empieza la zona protegida bajo la figura de “reserva de caza” (La misma protección que un parque natural, pero pudiendo cazar cualquier cosa a golpe de talonario). Las lluvias del invierno y el paso de la maquinaria que se utiliza en las sacas de madera del pinar, dejan profundas heridas en el camino. Pronto se divisa la mancha de pinos, negra bajo los rayos oblicuos del atardecer. Antes del bosque hay un valle, las alturas de mismo se encuentran coronadas por hileras de peñas rocosas blancas que desde lejos parecen las casas de un pueblo abandonado “el pueblo de los lobos”. Durante la berrea es posible ver en dicho valle a las manadas de venados, mientras los grandes machos pelean para reunir el mayor harén posible y así perpetuar su estirpe. Una vez en el pinar, aparco en un cruce de pistas y armado de prismáticos y cámara de fotos camino hasta alguna peña o lugar alto y desde allí observo un rato. Antes de que anochezca vuelvo al coche y regreso a Santa Eulalia con las últimas luces del día. Este año hice un descubrimiento interesante en la sierra. En un cruce de caminos al pie de unas encinas encontré un lugar donde alguien, abandonaba animales muertos para que los lobos los devoraran. Algunas osamentas conservaban aún algo de carne. Calculo que habría huesos de una veintena de animales en su mayoría grandes venados, aunque creo que algunos esqueletos pertenecían a ganado domestico. Según me contaron en el pueblo, los guardas de la reserva ceban a los lobos en sitios concretos de la sierra para estudiar y censar a las poblaciones y así poder calcular los cupos de caza par este cánido. Caminando por aquel muladar reparé en una forma cuadrada y parda que había dejado atrás. Al acercarme, comprobé que se trataba de algo hecho por la mano del hombre. Cuatro postes sustentaban una choza hecha de palets recubiertos de plástico y jaras secas. La caseta tenía una silla dentro y un par de agujeros orientados hacia los huesos. Estuve encerrado en aquel habitáculo un par de horas sudando la gota gorda y durante ese tiempo no pare de oír ruidos a mi espalda, ruidos de animales grandes, pero ninguno se puso a tiro de la cámara de fotos. Tal vez tuve un lobo a pocos metros de mi, pero no conseguí verlo y menos aún fotografiarlo (Habría sido la ostia). El día antes de regresar, visité por última vez la sierra y le advertí a mi mujer que no me esperase a cenar. Me puso cara rara pero ya sabe como soy. Aparqué el coche en el corazón del bosque y anduve cuesta arriba para luego descender a un profundo valle. Monté mi “punto de observación” tras unos matorrales delante de los cuales se abría un claro grande en el bosque. Estuve esperando sin suerte hasta que se hizo de noche cerrada. De día los bosques parecen desiertos pero al caer la noche, multitud de animales grandes y pequeños corretean, roen, rascan y chillan. No veía un carajo a pesar de la luna casi llena, pero pase un buen rato escuchando los ruidos del bosque con la esperanza de oír aullar a algún lobo. Cuando ya consideré que era una hora prudente para volver al coche, desanduve lo andado. No me tengo por una persona floja de ánimo en estas cosas de la naturaleza, pero la verdad es que los ruidos y lo espeso de la vegetación en casi total oscuridad, hacían que en cada matorral presintiese una amenaza ¡Vamos que estaba acojonao! El descenso al coche lo hice todo lo deprisa que pude pegando largos flases con la función “fotografía nocturna” de mi cámara. Los flasazos bañaban el bosque con una luz lechosa y fantasmagórica. Cuando llegue al coche se me pasó el canguelo. Parece mentira lo que son cuatro paredes y un techo alrededor.

 

Tengo que decir que han sido unos días magníficos y que cada día que he salido al campo, se han quedado en mi retina muchas imágenes inolvidables. En cuanto a los lobos… otra vez será.
 
 
Dr Miriquituli.

viernes, 7 de septiembre de 2012

UN AÑO Y UN POCO MÁS- SALVE


Era el Era el primer día que salía por Melilla tras su mes de permiso. Tenía mucho mono de fumar grifa, pero también sentía que tenía una obligación para con Jorge Fuster y María Medrano. Le pidió las llaves del piso a Juan el cocinero y fue a recoger el diario y las cartas del cabo. Al reemplazo de Juan le quedaban menos de 2 meses para licenciarse. Ahora que Santiago tenía pasta tras vender en Madrid los 300 gr de hachis que se había llevado, estaba pensando quedarse con el piso de Juan cuando se licenciase. El tiempo en Melilla había cambiado y los marineros ahora vestían el traje de bonito de verano, que era completamente blanco y de manga corta. El problema que tenía este atuendo era que se manchaba con mucha facilidad. Si esto ocurría antes de la revista que pasaba el sargento de guardia a los que iban a salir, te echaban para atrás y te quedabas en la compañía esa tarde. La solución de urgencia, era tener una tiza siempre a mano para blanquear cualquier manchita en la camisa o los pantalones.

Así, todo de blanco, con el uniforme nuevo que le había dado el cabo Gallardo, el cual había sustituido a Luna como furriel de la compañía, Santiago se dirigió a la calle de la Soledad, en las murallas, junto al faro y la estatua de Pedro Estopiñán “Conquistador de Rusadir” En la puerta de la casa había una decena de gatos. Todos se retiraron al llegar el madrileño, unos raudos y otros con desgana. Solamente se quedó un gato blanco que maulló a modo de saludo. Santiago Reche llamó a la puerta y al rato oyó unos pasos ligeros que se dirigían a la misma. Estaba un poco nervioso y no sabía cómo iba a contarle su historia a María Medrano. De momento le pensaba entregar las cartas y más adelante si se ponía a tiro, trataría de contarle la extraña historia de las apariciones de su antiguo novio. Abrió la puerta una chica de aproximadamente su edad. Santiago no podía decir si era guapa o era fea, pero se quedó boquiabierto ante los grandes ojos azules que parecían escrutar el interior de su ser. Transcurrieron unos instantes en los que el tiempo se detuvo, seguramente sólo fueron unas décimas de segundo, pero al marinero le dio la impresión de que transcurría una eternidad Finalmente Santiago, un poco envarado comenzó a hablar:

-Bu, bu…. buenas tardes ¿Está doña María Medrano?-

-Pues ha ido a misa, volverá dentro de una hora más o menos. ¿Qué es lo que querías?-

-Encontré hace casi dos meses estas cartas dirigidas a ella y este diario de la misma persona que escribió las cartas en el Peñón de Vélez de la Gomera.-

Mientras los dos jóvenes hablaban, las miradas de ambos mantenían un diálogo muy distinto al de sus palabras. Los ojos de la chica le sonreían, le sonreían como el resto de su cuerpo. Un flujo de energía corría entre esos dos cuerpos jóvenes. Santiago sentía que podía abrazar a esa chica, que la podía besar, que podía….

-Vale yo se las daré cuando vuelva- Contestó la chica

-Vale, muchas gracias, adiós- Dijo Santiago Reche dándole el paquete a la desconocida.

-Adiós, hasta otro día- Dijo la desconocida mostrando una blanca sonrisa.

Santiago Reche se marchó de la calle de la Soledad. Antes de doblar la esquina volvió la cabeza y la chica todavía estaba en la puerta. Levantó el brazo y ella le devolvió el saludo. Luego Santiago anduvo todo el resto del tiempo que le quedaba hasta volver a la cueva sin rumbo fijo por las calles de Melilla.

Pasaron varios días y Santiago no tuvo noticias de Doña María ni de la chica a la que había entregado las cartas. En la compañía el tiempo transcurría despacio. Chupetín había vuelto de sus vacaciones-cura de desintoxicación. Estaba mucho más delgado y se había dejado un ridículo bigote, que en lugar de imponer respeto le daba un aspecto como de salmonete de roca, eso si no probaba una sola gota de alcohol. Desde hacía algún tiempo, cualquier cambio en la rutina diaria, en lugar de anunciarse con los habituales toques de corneta, se hacía al son de la Salve Marinera:

Salve estrella de los mares.
De los mares iris de eterna ventura
Salve reina de hermosura
Madre del divino amor

De tu puerto a los pesares
Tu clemencia de consuelo
Fervoroso llegue al cielo
Y hasta ti, hasta ti nuestro clamor

Saaalve, estrella de los mares
Estrella de los mares, estrella de los mares
Salve, salve, salve, saaaaaalve, saaalve.

Nadie que haya sido marinero podrá olvidar nunca la salve marinera. En la cia mar cada marinero, desde principios de mayo al 16 de julio, la cantaba una media de 5 ó 6 veces al día. La festividad de la Virgen del Carmen era el día grande para la Compañía de Mar de Melilla. Primero, desfilaban por las calles de la ciudad autónoma delante de la Virgen hasta la iglesia de San Agustín en el barrio del Real y una vez allí le cantaban la Salve, en una emotiva ceremonia. Todo debía estar perfecto.

Días después de la visita a la casa de doña María, la chica desconocida se acercó a las escaleras de la cia mar. Era un poco antes del alto de la mañana. Varios marineros se lanzaron a “probar suerte” con la desconocida. La mentalidad masculina generalmente es bastante lineal, así para los marineros que pasaban, una chica sola en la entrada de un cuartel necesariamente es una buscona. La chica les respondía con amabilidad que “estaba buscando a un marinero que había conocido unos días antes, pero que no sabía su nombre” El más insistente en sus requiebros era Angelito Moraleda. La chica comenzaba a ponerle cara de asco. Santiago se la encontró subiendo hacia la compañía. El madrileño, iba con el grupo que venía del varadero de lijar y pintar las barcas. Cuando vio a la muchacha junto a Ángel, sintió una punzada de celos. Se acercó a la chica y a su camarada y cuando ésta le vio, dejó al de Albacete con la palabra en la boca y se puso a hablar con Santiago.

-Hola, te estaba esperando-

-Yo también a ti, me iba a pasar esta tarde para hablar con doña María-

-Muy bien, esta tarde es perfecto ¿A qué hora te pasarás?-

-A las seis y un poquito, si no me arrestan y no pasa nada raro-

-Te estaremos esperando. Hasta luego-

-Adiós ¡Oye, no se como te llamas!-

-María, como mi abuela.-

Aunque nadie le había dado vela en ese entierro, Ángel Moraleda se había quedado durante la conversación entre los dos jóvenes sin que estos hubiesen reparado en su presencia.

-¡Qué cabrón! Qué callado te lo tenías que habías ligado ¿Qué tal folla? ¡Tiene una cara de viciosa que no veas!-

-¡Pues no sé “que tal folla”, tío!- Dijo Santiago Reche, evidentemente molesto por los comentarios rijosos que su compañero empleaba para referirse a María, a la que apenas conocía, pero por la que sentía un vivo interés. Como el de Hellín seguía en el mismo tono grosero, Santiago decidió ignorarle y en la compañía le dio esquinazo con la excusa de que tenía que ir a la taquilla a por algo.

Unos días antes Santiago había conseguido del cabo Gallardo, el nuevo furriel, otros pantalones de “bonito”  que le quedaban como un guante. Aunque estaba bastante nervioso, se sentía cómodo con el atuendo. Le parecía que iba vestido adecuadamente para visitar a una dama ya anciana y a su nieta en edad de merecer, es lo que tiene el uniforme. Antes de salir todavía, tuvo que aguantar los insistentes requerimientos de Angelito para que él y María se pasasen a tomar algo por el Bunker. El madrileño le dio largas y se dirigió a grandes pasos hacia la calle de la Soledad.

En la esquina de la calle le estaba esperando el gato blanco que siempre andaba rondando entre el callejón y las murallas. El felino acompañó al marinero hasta la puerta con el rabo muy tieso y maullando sonoramente. Santiago llamó a la puerta y salió a abrirle la nieta. La casa era grande y espaciosa. Estaba decorada con buenos muebles y objetos bellos, todo con un aire anticuado. En el recibidor había un retrato de una mujer joven, muy bella, vestida a la moda de los años veinte. Fijándose en el retrato con atención, se podía apreciar un cierto aire familiar entre la chica del retrato y la nieta. De María Medrano se podía decir, que de joven, según los cánones convencionales de la belleza era más guapa que su nieta, pero la belleza de esta última era mucho más cálida, más accesible. 

Doña María era una mujer elegante, con un magnífico aspecto, pese a que ya tenía muchos años, cerca de 80 según los cálculos de Santiago. Iba impecablemente vestida y peinada de peluquería. Tenía unos grandes ojos azules, muy vivaces. El marinero apreció en la mirada de la vieja dama un brillo de dureza. Sin duda la vida había golpeado a aquella mujer y ahora venía él a recordarle un hecho del que seguramente prefería no hacer memoria.

-Bien ¿Quién eres tú? Y de dónde has sacado esos documentos.- Dijo María Medrano yendo directamente al asunto

-Me llamo Santiago Reche. Soy de Madrid y estoy haciendo la mili en la Compañía de Mar. Estos documentos que le dejé el otro día a su nieta, los encontré por casualidad en el Peñón de Vélez de la Gomera, escondidos debajo de una piedra y como tenían una dirección de Melilla que conocía, decidí hacérselos llegar a su destinatario, usted. He leído el diario del cabo Jorge Fuster y también he visto su expediente en la cia mar y hay muchas cosas en la historia del cabo Fuster que no me encajan- Dijo el marinero omitiendo la parte de sus visiones.

-¡Desde luego que hay cosas que no encajan! Yo nunca creí la versión oficial del ejército. Jorge no era de los que abandonan. Estábamos prometidos y nos íbamos a casar en cuanto se licenciase. Me ha causado mucho dolor tu hallazgo, pero también he sentido una gran alegría al leer las cartas que Jorge me escribió hace más de 60 años. Yo tenía 19 años cuando él desapareció, la misma edad que tiene mi nieta pequeña María-  Dijo la anciana mirando a la muchacha con los ojos brillantes.

-¿Sabe usted si a la vuelta del peñón tuvo algún problema con sus superiores aquí en Melilla?- Preguntó Santiago.

-Es posible, Luna siempre estuvo enamorado de mí y le tenía mucha inquina. Jorge era un hombre muy simpático, era difícil que a alguien le cayera mal. Aunque sus padres no tenían dinero, hizo la carrera de derecho pagada por los jesuitas de Alicante, que vieron en él un gran potencial. Incluso, los Frailes se ofrecieron para pagar por que no hiciera el servicio militar, 200 pesetas, un dineral para la época. Jorge era una persona absolutamente íntegra y no quiso aceptar aquella componenda. También está lo del expediente Picasso…-

-¡El expediente Picasso! ¿Jorge Fuster tuvo algo que ver?-

-¡Todo el mundo en Melilla en 1922 tuvo que ver con el expediente del general Picasso!-

-¿Qué es el expediente Picasso?- Pregunto la Maria más joven-

-El expediente o informe Picasso es la mayor investigación militar llevada a cabo en España. Fue encargada por el congreso después del desastre de Annual en el verano de 1921 y la instruyó el general Picasso, un militar de mucho prestigio, que había sido el héroe de “la guerra de Margallo” en 1896 en la que se consolidaron las posiciones españolas en el monte Gurugú. También era tío segundo de Pablo Picasso, el célebre pintor malagueño. El general Picasso sin arredrarse ante las enormes presiones ejercidas sobre él para que no se expedientase a la cúpula del ejército, destapó una red de corrupción que afectaba a las más altas instancias del ejército y del gobierno de la época. En lo militar denunció las graves negligencias que condujeron al desastre en aquel verano donde murieron más de 20000 españoles. Al parecer en los archivos del general Silvestre, el comandante militar de Melilla en aquella época, había cartas que comprometían al mismísimo Rey Alfonso XIII. En ellas, el monarca, animaba a Silvestre a avanzar hacia Alhucemas para fundar allí una ciudad con el nombre del abuelo del actual rey, pese a que el general no contaba con los medios para acometer aquella difícil empresa. El expediente Picasso se silenció tras el golpe de estado del general Primo de Rivera al año siguiente- Dijo Santiago Reche orgulloso de poder exhibir sus conocimientos ante la muchacha.

-Exacto, veo que has estudiado bien el tema. Jorge tenía que declarar ante el general Picasso, pero un par de días antes desapareció. La versión oficial de la compañía fue que desertó para no tener que participar en la reconquista de Nador, una ciudad que está a unos pocos kilómetros de aquí. Pero ambos habéis leído el diario y yo os puedo decir que Jorge no era ningún cobarde. También está el asunto de los ascensos. Vela, con el apoyo de Luna, presionó a los marineros para que declarasen a favor de la solicitud de  ascenso del entonces sargento, pero Jorge estaba absolutamente en contra, aunque dentro de la compañía no se había pronunciado al respecto-

-¿Queda alguien vivo de aquella época, que pudiera saber qué es lo que ocurrió?- Preguntó la nieta.

-Creo que Vela sigue vivo pero tiene que tener más de 90 años ¡María niña, que poco atentas somos con este chico! Prepara por favor un café y trae unos pastelitos de miel de “La Perfecta”-

La nieta de doña María desapareció por una de las puertas del salón y la anciana y el marinero se quedaron solos.

-Hay algo que tú me estás ocultando desde que has entrado a esta casa ¡Tú le has visto!-

-¿Cómo lo sabe?- Dijo Santiago.

-¡Porque le llevo viendo más de 60 años por las noches andando por las murallas de la ciudadela! – Dijo María Medrano con los ojos anegados en lágrimas.

-Le he visto en varias ocasiones- Dijo el marinero refiriéndole a doña María la última vez que había visto al cabo, con una herida en la cabeza hundiéndose en la blanca lechada de cal.

-En la calera…. Eso explicaría por qué jamás se encontró su cuerpo. Creo que Jorge está tratando de decirnos algo. Creo que quiere que resolvamos el misterio de su MUERTE.-

-Según el libro de arrestos de la cia mar, en el que siempre se escribe su nombre como arrestado más antiguo, es “un desertor en paradero desconocido”-

-Tú y yo sabemos que no es así ya que le hemos visto…. O mejor dicho, hemos visto a su FANTASMA-

En ese momento de la conversación, apareció la nieta de  doña María con una cafetera de café recién hecho, leche y un plato de pastelillos con un aspecto delicioso. Durante la merienda, la conversación transcurrió por otros derroteros. Todos contaron un poco de sus vidas. Doña María habló de cuando era joven y vino a Melilla por primera vez con sus padres, unos comerciantes de Córdoba que vieron en el Protectorado de Marruecos una buena ocasión para hacer negocios y vinieron a la ciudad norteafricana cuando María Medrano era una niña. También habló de su difunto marido, un hombre menudo de constitución, a tenor de las fotografías que les mostró y de su único hijo, el padre de María, la menor de cinco hermanos con los que se llevaba bastantes años de diferencia. En cuanto a la nieta, Santiago se enteró de que estaba estudiando segundo de medicina y que unos meses antes lo había dejado con un novio con el que había estado saliendo un par de años. Tan entretenido estaba Santiago en compañía de la abuela y sobre todo de la nieta que no se dio cuenta de que se le echaba encima la hora de volver a la cueva. El marinero se despidió de doña María Medrano en la puerta y María le acompañó hasta la Compañía de Mar, se despidieron con dos besos y quedaron en que al día siguiente hablarían por teléfono. Justo en ese momento llegaba a la compañía Angelito Moraleda, muy borracho como de costumbre y se puso a dar la paliza a la pareja. Ambos se despidieron con una mirada de inteligencia. María se marchó hacia la calle Soledad y Santiago entró en la compañía, seguido por el de Albacete, que no cejaba en su empeño de que el madrileño le contase lo que había hecho con la chica.

-¿Dónde habéis ido? Os he estado esperando en el Bunker ¿Te la ha chupao? Tiene cara de chuparla bien….-

-Ángel, por favor deja la priva que te está pudriendo el cerebro. No es asunto tuyo si me la ha “chupao” o me la ha dejado de chupar- Le dijo Santiago a su camarada, harto del tono de sus preguntas.

-Yo beberé, pero por lo menos no soy un drogata como tú- Contestó Angelito muy ofendido.

Santiago dio por terminada la conversación.

Antes del pase de retreta ¡Cómo no! Los marineros presentes entonaron la Salve Marinera. Entre todas las voces de los miembros de la cia mar sobresalían algunas estropajosas de los que habían salido de paseo y venían un poco colocaos. Luego tras pasar lista y repartir los servicios del día siguiente los marineros bajaron a degustar las ricas albóndigas que cocinaba ese mago de la “gastronomía militar” llamado Juan. Al irse a la cama, Santiago pensó en las palabras de Ángel, la verdad es que María sí que tenía cara de chuparla bien y se imaginó  a la muchacha así y de otras muchas maneras.

El cabo Blanco tenía todo lo que hay que tener para triunfar en la vida. Alto, guapo, muy inteligente y de buena familia. Era hijo de uno de los militares más influyentes de la plaza, el teniente coronel de estado mayor Blanco. Solamente tenía un problema, que no sabía lo que quería hacer en la vida. Su padre viendo que empezaba mil cosas y nunca las acababa, le hizo meterse en la cia mar. Si no hacía nada muy gordo, con un enchufe como el que tenía el cabo, allí tenía un puesto de trabajo para toda la vida. Blanco entre los Vela, Luna, Espigares y demás chusma era como un ave del paraíso, entre una manada de cuervos. Los mandos de la cia mar observaban con mal disimulada envidia cómo Blanco recibía los saludos afectuosos del general que vivía unos metros por encima de la compañía. El general no tenía estas atenciones ni siquiera para con el capitán Villalba, que muy marcial le daba novedades siempre que se lo cruzaba. Todos eran militares pero Blanco, por nacimiento pertenecía a una élite dentro del ejército. Con la tropa se llevaba bastante bien, pero en cambio, no soportaba al cabo Espigares al que había convertido en blanco de sus burlas. Como cabo profesional, dormía todas las noches en su casa, pero esta vez se había pasado mucho y le habían arrestado una semana dentro de la cueva. Tras una noche de fiesta, había ido a la compañía en su vespino, pero esta vez se había metido con el ciclomotor hasta el cuerpo de guardia y había destrozado una mesa. La verdad es que iba muy pedo, pero la hazaña no era fácil. Había que bajar  una escalera bastante empinada que se zigzagueaba en un par de tramos, entre la calzada y la entrada de la cia mar.

Aquel día, durante la hora de la siesta, Blanco junto a los veteranos comenzaron a burlarse de Espigares. Por aquella época no había más que 2 cadenas de televisión y en la primera ponían por las tardes unos dibujos animados en los que el protagonista era un adolescente cabezón que portaba una bolsa de deportes mágica de la que extraía artículos deportivos con los que combatía a sus enemigos. Sport Billy se llamaba el personaje y como Espigares siempre venía a la cia mar con una gran bolsa de deporte el cabo Blanco le endosó el mote de Sport Billy.

-¿Sport Billy, que nos ha puesto hoy para merendar tu mamá?- Preguntó el cabo Blanco a Espigares.

-NO ME LLAMO SPORT BILLY, ME LLAMO ANTONIO ESPIGARES, CABO ANTONIO ESPIGARES-

-Vale cabo Antonio Sport Billy Espigares, hablando de otra cosa ¿Te has desvirgado ya? Si no ha habido suerte con las mujeres puedes probar con algún morito de tu barrio, creo que en el Real hay un tal Omar que gasta un rabo de 30 cm.-

-SPORT BILLY PAJILLERO MARICÓN- Dijo alguien con voz de falsete desde la oscuridad de la compañía

Un coro de voces impostadas, se alzó desde varios sitios de la compañía en penumbras.

-FIFI, ESPORT BILLY, PAJILLERO, ESPIGARES COMEME LA POLLA-

-SE LO VOY A DECIR AL SARGENTO PARA QUE OS ARRESTE A TODOS-

Santiago que no participaba en las burlas al melillero, se estaba temiendo que el cachondeo llegase a ese punto y le jodiesen su cita con María.

-¡A ver! ¿Qué es lo que está pasando aquí? Cabo Espigares, dígame quien se está burlando de usted- Dijo el sargento primero Antolín, un hombre mayor, con expresión cansada de haber visto muchas movidas en la cueva.

-Ha sido el cabo Blanco el que ha empezado a insultarme, mi sargento primero.-

-¡A ver! ¿Qué le ha dicho usted al cabo de guardia?-

-Nada mi sargento primero, le he preguntado solamente si ya se había echado novia -

-Me ha dicho que si no me salía novia me podía ir con un moro del Real que tiene 30 cm de polla, además me ha llamado Sport Billy-

-¿Qué pasa cabo es que le ha visto usted la polla a ese señor? ¿Es usted maricón? ¿Qué cojones es eso de Sport Billy?

-A la orden de usted mi sargento primero, yo no soy maricón, me gustan mucho las mujeres. En cuanto al moro, yo no lo he visto, pero he oído decir….-

-¡BASTA YA! ¿Quiere usted, ganarse otra semanita en la compañía? Y usted Espigares aprenda a defenderse  que ya es un poquito mayor para andar con tanta gilipollez. En cuanto a los demás ¡Que no pille yo a ningún marinero  haciéndole una paja a otro! ¡VAMOS, TODOS A FORMAR!-

En unos minutos estaban todos los miembros de la compañía formados en la sala.

-¡A ver cómo nos sale hoy la Salve Marinera!-

Saaalve estrella de los mares
De los mares iris de eterna ventura
Saaaalve….

Hasta una veintena de veces, en posición de firmes cantaron la Salve los miembros de la cia mar. Finalmente el sargento primero Antolín, mandó a los marineros ocuparse en otros asuntos. Santiago pasó lo que quedaba de tarde procurando no meter la pata, para no ganarse un arresto ante el ambiente calentito que se respiraba desde la siesta.

Finalmente llegó la hora del paseo y Santiago se dirigió presuroso a la calle de la Soledad. María le estaba esperando. Vestía unos vaqueros ajustados con botas de baloncesto blancas. Una blusa holgada dejaba al descubierto uno de sus hombros donde no se veía tirante de sujetador. No lo llevaba, sus senos no demasiado grandes, pero muy firmes se adivinaban tras el tejido de algodón. Un perfume agradable, muy sutil y nada convencional, desprendía el cuerpo de la joven. Era un olor similar al de los niños pequeños. Los dos jóvenes se despidieron de doña María que a todas luces se había dado cuenta de lo que sentía el marinero por su nieta menor.

-¡A ver qué haces con mi nieta Compañía de Mar! Que en septiembre se la tengo que devolver a sus padres- Dijo la anciana con una sonrisa cómplice.

 Melilla, como ya se ha dicho, a la hora de paseo de los militares era una ciudad básicamente masculina. Era muy raro ver a una chica que no fuera una fulana acompañando a un militar. Santiago y María eran objeto de la atención del personal que andaba por la calle. Fueron al Bunker y en un momento en el que Santiago fue al baño, un guaperas de ingenieros se había sentado junto a María que no le daba mucha bola. La muchacha  se percató de lo incomodo que resultaba para su pareja la situación y de una manera espontánea colocó su mano sobre la del marinero y estiró su cuerpo para darle un rápido beso en los labios. Santiago sorprendido, miró a la muchacha a los ojos y lo que vio en ellos hizo que dejara de preocuparse de todo lo que había alrededor. Terminaron su consumición y se marcharon del Bunker cogidos de la mano. Anduvieron por la ciudad hasta llegar a la playa en la que los militares aún no tenían permiso para bañarse y volvieron hacia Melilla la Vieja poco antes de la hora del final del paseo. La situación era un poco chocante, la chica que podía estar en la calle cuanto quisiera, debía dejar al chico en “casa” a las nueve de la noche. Llegaron a la calle de la Soledad un poco antes de la hora. En la esquina se abrazaron y sus bocas se juntaron en largo beso. María emitió un suave gemido que hizo que el madrileño la estrechara con más fuerza. En estas estaban los chicos cuando sintieron algo que se frotaba en sus piernas, era el gato blanco.

-¿Maria eres tú?- Dijo la abuela desde la puerta.

Los dos jóvenes quedaron en llamarse al día siguiente. Esa noche durante la retreta a  Santiago le correspondió el seis de guardia, lo que inevitablemente suponía que al día siguiente tendría servicio de cocina. Dos días sin salir a la calle y sin poder estar con María.   

A pesar de todo, los dos jóvenes, encontraron un hueco para verse durante la guardia  mientras Santiago hacía el puesto de las murallas. La pareja hablaba de sus cosas, mientras el gato blanco subido en uno de los cañones, parecía que era el que montaba guardia. En un momento dado cuando vino el relevo, el gato se puso a maullar y María y Santiago se separaron. Esa noche estaba de guardia el cabo Blanco que vio como la muchacha se alejaba hacia su casa.

-¿No es esa una nieta de la vieja de los gatos?-

-Si, doña María Medrano se llama la mujer que tú dices cabo.-

-Pues ten cuidado que no te vean mucho con ella. La tal María Medrano, hace muchísimos años montó una movida gordísima. Denunció a los abuelitos de Vela y de Luna por la desaparición de  Jorge Fuster, un cabo que figura aún hoy en día en el libro de arrestos como desertor. Dicen las malas lenguas que al parecer se oponía al ascenso de los abuelos de Luna y de Vela por algo que había pasado durante el asedio al Peñón de Vélez y que les iba a denunciar a un general que había venido a Melilla para depurar responsabilidades tras el desastre de Annual. Se rumorea que estos dos hijoputas se lo cargaron para que no hablase.

Santiago Reche se hizo de nuevas para que Blanco le siguiese contando cosas.

-¿Qué pasó con los abuelos de Vela y Luna?-

-Siguieron en la compañía de Mar, aunque no ascendieron hasta varios años después, tras el desembarco de Alhucemas, en el que la compañía de mar obtuvo una condecoración colectiva y ascendieron a todos los mandos. Pero en Melilla los Luna y sobretodo los Vela siempre han tenido muy mala fama de chorizos y últimamente de estar metidos en temas turbios, tú ya me entiendes….-

-Supongo que ya se habrán muerto los dos-

-Pues no, Luna sí se murió hace bastante, pero Vela tiene más de noventa años aunque al parecer está bastante enfermo y le queda poco. He oído que lleva un par de semanas ingresado en el hospital militar por una neumonía-

Durante el puesto del varadero de 5 á 6 de la mañana, a Santiago se le ocurrió una idea, en cuanto que pudiera salir se la comentaría a Doña María.

El día siguiente pasó tedioso. Santiago Reche se picó un turno de cocina. Aunque las cocinas ya no eran igual que al principio de llegar a Melilla, suponían todo un día sin poder salir de la compañía, aún así consiguió verse un rato con María por la tarde.

Esa noche en el pase de retreta se notificó que por fin los militares podían ir a la playa, pero solamente a la playa militar junto al Regimiento de Caballería Alcántara 10, los descendientes de aquellos heroicos jinetes que contuvieron a los moros en la retirada de Annual y que sin su sacrificio nada hubiese quedado del ejército del general Silvestre. Allí se podían cambiar y tenían un sitio donde les guardaban los uniformes. Santiago al día siguiente quedó para por la tarde con María para irse a dar un baño a la playa. El tendría que entrar por el balneario y se verían ya en la arena. Antes de marcharse hacia caballería, el marinero le contó a doña María la conversación que había tenido con el cabo Blanco.

-Tal vez ahora que está en el lecho de muerte, confiese qué es lo que hicieron con el pobre Jorge. Mañana le haré una visita- Dijo la anciana.

Santiago y María se fueron juntos, aunque entraron por separado. La playa militar de Melilla era un sitio pintoresco. Apenas había mujeres o familias como en cualquier otra playa española. Principalmente había soldados, todos chicos de aproximadamente 20 años con el mismo corte de pelo y muchos mariquitas, en general bastante viejos. Destacaba entre la fauna playera un individuo moro, al que en Melilla conocían como “Tarzan Boy” Era el moro más feo que Santiago había visto en su vida. De un color moreno ceniciento, tenía el pelo rizado bastante largo, patillas de hacha y un fino bigote sobre el labio superior. Se parecía bastante al músico norteamericano Chuck Berry sólo que aún más flaco, apenas tenía carne pegada a los huesos. Era cojo por que en su infancia aquel hombre había padecido poliomielitis. Por unica vestimenta llevaba un  escueto bañador con dibujo imitación piel de leopardo, ciñendo un enorme paquetón. Tarzán Boy tenía un pollón de un par de palmos en reposo. Santiago Reche se acordó de las palabras del cabo Blanco al cabo Espigares unos días antes, sobre el moro de Real y se imaginó a Tarzán Boy dándole por culo al gordo melillero. Aquello le puso de muy buen humor.

Santiago y María tendieron las toallas junto a las de Juan el cocinero y otros marineros de la compañía y se dieron un bañito. Aunque al principio fueron el blanco de casi todas las miradas, un rato más tarde la tropa pareció perder interés en ellos, en parte se debió a la llegada de Angelito Moraleda con una fulana de enormes tetas.

-Yarmila, vamos a ponernos un poco más allá, que aquí hay demasiada gente- Dijo el de Albacete

-El borracho éste, cada día está más gilipollas- Dijo Juan.

Santiago no dijo nada del comentario del cocinero. Ángel y él habían llegado juntos a Melilla y sentía que, a pesar de sus diferentes personalidades sus destinos estaban unidos de alguna manera. Santiago y María estuvieron un rato más en la playa y luego se marcharon. Antes de irse Juan le dijo al madrileño:

-Oye, ni que decir tiene que si necesitas el piso, ya sabes….-

Santiago le propuso a  María que fuesen al piso del cocinero pero la chica rechazó la propuesta alegando que aún no estaba preparada para acostarse con él. Santiago se sintió bastante desilusionado. En su última cita Santiago le había metido mano por debajo de la ropa y habían terminado masturbándose el uno al otro. Pasearon un rato y un poco antes del final del paseo el marinero acompañó a la muchacha hasta su casa. Se besaron en la entrada de la calle Soledad. Santiago quería mostrarse frío y distante, pero ante los ojos de Maria, esto resultaba un empeño imposible.

Al día siguiente por la mañana doña María Medrano, se presentó en el hospital militar de Melilla y se informó de la habitación donde estaba el antiguo capitán de la Compañía de Mar. En el pasillo, se aseguró de que las hijas de Vela, las tías del actual sargento primero, no se encontraban en la habitación. La habitación era amplia y luminosa. En la cama, un hombre que antaño debía haber sido bastante corpulento, pero que ahora se veía reducido a un montón de huesos cubiertos por una piel apergaminada y llena de manchas de vejez. El viejo capitán, al sentir que alguien entraba en la habitación, entreabrió ligeramente los párpados. María Medrano se detuvo frente a la cama.

-¡Qué poco queda de aquel arrogante capitán de la Compañía de Mar! Aquel hombre que con una palabra privaba de libertad o mandaba los hombres a morir a un puesto peligroso. Mírate ahora, sólo eres un pobre pelele al que le tienen que limpiar el culo.-

El capitán Vela súbitamente abrió los ojos del todo y se quedó mirando con expresión dura a la mujer.

-¿A qué has venido mujer, a regodearte de verme en esta situación?-

-¡Sabes perfectamente a qué he venido! Quiero que me digas dónde está Jorge Fuster-

-Mi respuesta es la misma que le di al juez militar hace más de 60 años, el cabo Jorge Fuster era un desertor. Se escapó de la compañía para no tener que luchar en Nador. Seguramente lo cogieron los moros y lo mataron.-

-¡Yo no soy el juez, solamente quiero que me digas que hicisteis con el cuerpo de Jorge para poder llorar sobre su tumba!-

El viejo capitán esbozó una sonrisa torcida por debajo de la goma del oxígeno.

-¡Tu Jorge no tenía lo que hay que tener para ser un militar! Podía haber ascendido. Podía haber sido un hombre rico, pero no, él se tenía que ocupar del bienestar de sus subordinados ¡Esos piojosos desagradecidos! Yo nunca diré dónde está y la otra persona que lo sabía hace mucho que murió-

De repente la sonrisa del viejo capitán se heló en su rostro ¡Había alguien más en aquella habitación!

-¡Tú también le ves! ¿Verdad? Os voy a dejar solos, que tendréis muchas cosas que deciros. Adiós Capitán.-

María Medrano se dio media vuelta y dirigió sus pasos hacia la salida del hospital. Por el pasillo se cruzó con las dos hijas de Vela que volvían de la cafetería. Cuando estas llegaron a la habitación, encontraron a su padre con el rostro desencajado en una mueca de pánico. Estaba muerto. Desde la puerta pudieron ver cómo un gato blanco que estaba en el alfeizar de la ventana saltaba al jardín.

Pasaron varias semanas sin que ningún hecho reseñable rompiera la monotonía del ardiente verano. En la compañía el tiempo corría lento pero inexorable. En Melilla, la asociación de Mohamed Dudu seguía manifestándose en las calles, con el consiguiente perjuicio a la población militar de la plaza. La relación de Santiago y María seguía en el mismo punto muerto, aún no habían hecho el amor. Ambos eran muy felices estando juntos, pero con veinte años, el sexo en una relación de pareja es algo primordial. Finalmente llegó el gran día, todos los marineros, menos los que estaban de servicio, acompañaban el paso de la Virgen del Carmen hasta la iglesia de San Agustín por las calles de la ciudad autónoma. Santiago Reche como era un hombre bastante alto, desfilaba en primera fila. Los marineros tuvieron que esperar en formación bajo el duro sol africano de julio un par de horas hasta que las cofradías de pescadores trajeron a la Virgen hasta el lugar donde daba comienzo el desfile. Esa tarde, casi toda la población de origen peninsular de la ciudad autónoma, estaba en las calles flanqueando el trayecto de la procesión. Al llegar al barrio del Real, muy cerquita de la iglesia, Santiago vio como María y su abuela desde la primera fila de espectadores le saludaban y aplaudían con entusiasmo al paso de la cia mar. Ya en San Agustín con la virgen en el altar los marineros entonaron la Salve Marinera. Tal vez por la buena sonoridad del templo, tal vez porque los marineros se sentían más motivados a cantar aquel himno que habían llegado a aborrecer, la Salve sonó mejor que nunca en medio de un silencio clamoroso guardado por los asistentes al acto dentro de la iglesia abarrotada.

El comandante militar de la plaza felicitó en persona al orondo capitán Villalba que no cabía en si de gozo. Esa noche hubo una verbena con baile en el barrio del Real a la que los marineros pudieron asistir uniformados teniendo que estar en la compañía a las 3 de la mañana como hora tope. Santiago cenó con la abuela y la nieta en un chiringuito. La anciana se retiró a los postres y la pareja se quedó sola en la feria. Hacía una noche calurosa. Santiago y María pasearon, tomaron varias copas y bailaron con los marineros de la cia mar que esa noche estaban completamente desmadrados.

-Santiago, quiero que esta noche vayamos al piso de Juan, si a ti te apetece….-

-Claaaro…. ¡CLARO QUE SI QUE ME APETECE, ES LO QUE MÁS ME APETECE DEL MUNDO!- Dijo Santiago, al que la proposición de María había pillado por sorpresa.

El piso no estaba lejos. Cuando llegaron tuvieron que hacer la cama. Santiago se sentía un poco avergonzado por el desorden reinante. Debería haberse anticipado a la visita de María, pero a la muchacha no parecía importarle en absoluto nada de esto. A través de la ventana de la habitación se veía  la luna llena, muy grande, reflejándose en un trozo de mar lejano más allá de la ciudad. Se desnudaron en el lado de la cama que sin palabras cada uno había elegido, luego se acostaron juntos bajo una fina sábana. Muy despacio comenzaron a acariciarse y a besarse. Exploraron con sus bocas y con sus dedos todo lo que había que explorar en el cuerpo del otro. En un momento dado María se sentó a horcajadas sobre la pelvis de Santiago, con un movimiento hábil, sujeto su pene con una mano y con suavidad lo introdujo en su vagina. Comenzaron a moverse rítmicamente, al principio muy despacio, sintiendo piel con piel y luego mas deprisa. Ella fue la primera en alcanzar el orgasmo, bueno el primero de varios. Finalmente Santiago se corrió acompañando el último orgasmo de María que se estremecía con cada roce de los dedos del marinero. Se quedaron dormidos juntos y el reloj de pulsera de Santiago les despertó con el tiempo justo de vestirse y llegar a la compañía antes de que  Santiago se ganase un arresto que les impidiera volver a verse al día siguiente.

A media mañana coincidiendo con la hora del descanso se nombraron los marineros que en el mes de agosto debían de ocupar los destacamentos de las islas. Santiago Reche confiaba en quedarse el mes de agosto en Melilla pero no, de nuevo le había correspondido ir al Peñón de Vélez con Chupetín de Sargento y Blanco de cabo. Entre los restantes marineros que iban a Vélez, Angelito Moraleda, Orejas Bambi (El bicho que había dado la voz de alarma cuando Chupetín salió dando tiros por la calle), el Diablo (Uno de pueblo muy bestia, del reemplazo de Orejas Bambi) y Moisés Hidalgo (Un valenciano con mucha pluma de unos 130 Kg de peso)

A Santiago solamente le quedaban 2 semanas de estar con María. Luego, seguramente no se volverían a ver hasta las navidades.

Continuará……

Doctor Miriquituli.primer día que salía por Melilla tras su mes de permiso. Tenía mucho mono de fumar grifa, pero también sentía que tenía una obligación para con Jorge Fuster y María Medrano. Le pidió las llaves del piso a Juan el cocinero y fue a recoger el diario y las cartas del cabo. Al reemplazo de Juan le quedaban menos de 2 meses para licenciarse. Ahora que Santiago tenía pasta tras vender en Madrid los 300 gr de hachis que se había llevado, estaba pensando quedarse con el piso de Juan cuando se licenciase. El tiempo en Melilla había cambiado y los marineros ahora vestían el traje de bonito de verano, que era completamente blanco y de manga corta. El problema que tenía este atuendo era que se manchaba con mucha facilidad. Si esto ocurría antes de la revista que pasaba el sargento de guardia a los que iban a salir, te echaban para atrás y te quedabas en la compañía esa tarde. La solución de urgencia, era tener una tiza siempre a mano para blanquear cualquier manchita en la camisa o los pantalones.

Así, todo de blanco, con el uniforme nuevo que le había dado el cabo Gallardo, el cual había sustituido a Luna como furriel de la compañía, Santiago se dirigió a la calle de la Soledad, en las murallas, junto al faro y la estatua de Pedro Estopiñán “Conquistador de Rusadir” En la puerta de la casa había una decena de gatos. Todos se retiraron al llegar el madrileño, unos raudos y otros con desgana. Solamente se quedó un gato blanco que maulló a modo de saludo. Santiago Reche llamó a la puerta y al rato oyó unos pasos ligeros que se dirigían a la misma. Estaba un poco nervioso y no sabía cómo iba a contarle su historia a María Medrano. De momento le pensaba entregar las cartas y más adelante si se ponía a tiro, trataría de contarle la extraña historia de las apariciones de su antiguo novio. Abrió la puerta una chica de aproximadamente su edad. Santiago no podía decir si era guapa o era fea, pero se quedó boquiabierto ante los grandes ojos azules que parecían escrutar el interior de su ser. Transcurrieron unos instantes en los que el tiempo se detuvo, seguramente sólo fueron unas décimas de segundo, pero al marinero le dio la impresión de que transcurría una eternidad Finalmente Santiago, un poco envarado comenzó a hablar:

-Bu, bu…. buenas tardes ¿Está doña María Medrano?-

-Pues ha ido a misa, volverá dentro de una hora más o menos. ¿Qué es lo que querías?-

-Encontré hace casi dos meses estas cartas dirigidas a ella y este diario de la misma persona que escribió las cartas en el Peñón de Vélez de la Gomera.-

Mientras los dos jóvenes hablaban, las miradas de ambos mantenían un diálogo muy distinto al de sus palabras. Los ojos de la chica le sonreían, le sonreían como el resto de su cuerpo. Un flujo de energía corría entre esos dos cuerpos jóvenes. Santiago sentía que podía abrazar a esa chica, que la podía besar, que podía….

-Vale yo se las daré cuando vuelva- Contestó la chica

-Vale, muchas gracias, adiós- Dijo Santiago Reche dándole el paquete a la desconocida.

-Adiós, hasta otro día- Dijo la desconocida mostrando una blanca sonrisa.

Santiago Reche se marchó de la calle de la Soledad. Antes de doblar la esquina volvió la cabeza y la chica todavía estaba en la puerta. Levantó el brazo y ella le devolvió el saludo. Luego Santiago anduvo todo el resto del tiempo que le quedaba hasta volver a la cueva sin rumbo fijo por las calles de Melilla.

Pasaron varios días y Santiago no tuvo noticias de Doña María ni de la chica a la que había entregado las cartas. En la compañía el tiempo transcurría despacio. Chupetín había vuelto de sus vacaciones-cura de desintoxicación. Estaba mucho más delgado y se había dejado un ridículo bigote, que en lugar de imponer respeto le daba un aspecto como de salmonete de roca, eso si no probaba una sola gota de alcohol. Desde hacía algún tiempo, cualquier cambio en la rutina diaria, en lugar de anunciarse con los habituales toques de corneta, se hacía al son de la Salve Marinera:

Salve estrella de los mares.

De los mares iris de eterna ventura

Salve reina de hermosura

Madre del divino amor

De tu puerto a los pesares

Tu clemencia de consuelo

Fervoroso llegue al cielo

Y hasta ti, hasta ti nuestro clamor

Saaalve, estrella de los mares

Estrella de los mares, estrella de los mares

Salve, salve, salve, saaaaaalve, saaalve.

Nadie que haya sido marinero podrá olvidar nunca la salve marinera. En la cia mar cada marinero, desde principios de mayo al 16 de julio, la cantaba una media de 5 ó 6 veces al día. La festividad de la Virgen del Carmen era el día grande para la Compañía de Mar de Melilla. Primero, desfilaban por las calles de la ciudad autónoma delante de la Virgen hasta la iglesia de San Agustín en el barrio del Real y una vez allí le cantaban la Salve, en una emotiva ceremonia. Todo debía estar perfecto.

Días después de la visita a la casa de doña María, la chica desconocida se acercó a las escaleras de la cia mar. Era un poco antes del alto de la mañana. Varios marineros se lanzaron a “probar suerte” con la desconocida. La mentalidad masculina generalmente es bastante lineal, así para los marineros que pasaban, una chica sola en la entrada de un cuartel necesariamente es una buscona. La chica les respondía con amabilidad que “estaba buscando a un marinero que había conocido unos días antes, pero que no sabía su nombre” El más insistente en sus requiebros era Angelito Moraleda. La chica comenzaba a ponerle cara de asco. Santiago se la encontró subiendo hacia la compañía. El madrileño, iba con el grupo que venía del varadero de lijar y pintar las barcas. Cuando vio a la muchacha junto a Ángel, sintió una punzada de celos. Se acercó a la chica y a su camarada y cuando ésta le vio, dejó al de Albacete con la palabra en la boca y se puso a hablar con Santiago.

-Hola, te estaba esperando-

-Yo también a ti, me iba a pasar esta tarde para hablar con doña María-

-Muy bien, esta tarde es perfecto ¿A qué hora te pasarás?-

-A las seis y un poquito, si no me arrestan y no pasa nada raro-

-Te estaremos esperando. Hasta luego-

-Adiós ¡Oye, no se como te llamas!-

-María, como mi abuela.-

Aunque nadie le había dado vela en ese entierro, Ángel Moraleda se había quedado durante la conversación entre los dos jóvenes sin que estos hubiesen reparado en su presencia.

-¡Qué cabrón! Qué callado te lo tenías que habías ligado ¿Qué tal folla? ¡Tiene una cara de viciosa que no veas!-

-¡Pues no sé “que tal folla”, tío!- Dijo Santiago Reche, evidentemente molesto por los comentarios rijosos que su compañero empleaba para referirse a María, a la que apenas conocía, pero por la que sentía un vivo interés. Como el de Hellín seguía en el mismo tono grosero, Santiago decidió ignorarle y en la compañía le dio esquinazo con la excusa de que tenía que ir a la taquilla a por algo.

Unos días antes Santiago había conseguido del cabo Gallardo, el nuevo furriel, otros pantalones de “bonito”  que le quedaban como un guante. Aunque estaba bastante nervioso, se sentía cómodo con el atuendo. Le parecía que iba vestido adecuadamente para visitar a una dama ya anciana y a su nieta en edad de merecer, es lo que tiene el uniforme. Antes de salir todavía, tuvo que aguantar los insistentes requerimientos de Angelito para que él y María se pasasen a tomar algo por el Bunker. El madrileño le dio largas y se dirigió a grandes pasos hacia la calle de la Soledad.

En la esquina de la calle le estaba esperando el gato blanco que siempre andaba rondando entre el callejón y las murallas. El felino acompañó al marinero hasta la puerta con el rabo muy tieso y maullando sonoramente. Santiago llamó a la puerta y salió a abrirle la nieta. La casa era grande y espaciosa. Estaba decorada con buenos muebles y objetos bellos, todo con un aire anticuado. En el recibidor había un retrato de una mujer joven, muy bella, vestida a la moda de los años veinte. Fijándose en el retrato con atención, se podía apreciar un cierto aire familiar entre la chica del retrato y la nieta. De María Medrano se podía decir, que de joven, según los cánones convencionales de la belleza era más guapa que su nieta, pero la belleza de esta última era mucho más cálida, más accesible. 

Doña María era una mujer elegante, con un magnífico aspecto, pese a que ya tenía muchos años, cerca de 80 según los cálculos de Santiago. Iba impecablemente vestida y peinada de peluquería. Tenía unos grandes ojos azules, muy vivaces. El marinero apreció en la mirada de la vieja dama un brillo de dureza. Sin duda la vida había golpeado a aquella mujer y ahora venía él a recordarle un hecho del que seguramente prefería no hacer memoria.

-Bien ¿Quién eres tú? Y de dónde has sacado esos documentos.- Dijo María Medrano yendo directamente al asunto

-Me llamo Santiago Reche. Soy de Madrid y estoy haciendo la mili en la Compañía de Mar. Estos documentos que le dejé el otro día a su nieta, los encontré por casualidad en el Peñón de Vélez de la Gomera, escondidos debajo de una piedra y como tenían una dirección de Melilla que conocía, decidí hacérselos llegar a su destinatario, usted. He leído el diario del cabo Jorge Fuster y también he visto su expediente en la cia mar y hay muchas cosas en la historia del cabo Fuster que no me encajan- Dijo el marinero omitiendo la parte de sus visiones.

-¡Desde luego que hay cosas que no encajan! Yo nunca creí la versión oficial del ejército. Jorge no era de los que abandonan. Estábamos prometidos y nos íbamos a casar en cuanto se licenciase. Me ha causado mucho dolor tu hallazgo, pero también he sentido una gran alegría al leer las cartas que Jorge me escribió hace más de 60 años. Yo tenía 19 años cuando él desapareció, la misma edad que tiene mi nieta pequeña María-  Dijo la anciana mirando a la muchacha con los ojos brillantes.

-¿Sabe usted si a la vuelta del peñón tuvo algún problema con sus superiores aquí en Melilla?- Preguntó Santiago.

-Es posible, Luna siempre estuvo enamorado de mí y le tenía mucha inquina. Jorge era un hombre muy simpático, era difícil que a alguien le cayera mal. Aunque sus padres no tenían dinero, hizo la carrera de derecho pagada por los jesuitas de Alicante, que vieron en él un gran potencial. Incluso, los Frailes se ofrecieron para pagar por que no hiciera el servicio militar, 200 pesetas, un dineral para la época. Jorge era una persona absolutamente íntegra y no quiso aceptar aquella componenda. También está lo del expediente Picasso…-

-¡El expediente Picasso! ¿Jorge Fuster tuvo algo que ver?-

-¡Todo el mundo en Melilla en 1922 tuvo que ver con el expediente del general Picasso!-

-¿Qué es el expediente Picasso?- Pregunto la Maria más joven-

-El expediente o informe Picasso es la mayor investigación militar llevada a cabo en España. Fue encargada por el congreso después del desastre de Annual en el verano de 1921 y la instruyó el general Picasso, un militar de mucho prestigio, que había sido el héroe de “la guerra de Margallo” en 1896 en la que se consolidaron las posiciones españolas en el monte Gurugú. También era tío segundo de Pablo Picasso, el célebre pintor malagueño. El general Picasso sin arredrarse ante las enormes presiones ejercidas sobre él para que no se expedientase a la cúpula del ejército, destapó una red de corrupción que afectaba a las más altas instancias del ejercito y del gobierno de la época. En lo militar denunció las graves negligencias que condujeron al desastre en aquel verano donde murieron más de 20000 españoles. Al parecer en los archivos del general Silvestre, el comandante militar de Melilla en aquella época, había cartas que comprometían al mismísimo Rey Alfonso XIII. En ellas, el monarca, animaba a Silvestre a avanzar hacia Alhucemas para fundar allí una ciudad con el nombre del abuelo del actual rey, pese a que el general no contaba con los medios para acometer aquella difícil empresa. El expediente Picasso se silenció tras el golpe de estado del general Primo de Rivera al año siguiente- Dijo Santiago Reche orgulloso de poder exhibir sus conocimientos ante la muchacha.

-Exacto, veo que has estudiado bien el tema. Jorge tenía que declarar ante el general Picasso, pero un par de días antes desapareció. La versión oficial de la compañía fue que desertó para no tener que participar en la reconquista de Nador, una ciudad que está a unos pocos kilómetros de aquí. Pero ambos habéis leído el diario y yo os puedo decir que Jorge no era ningún cobarde. También está el asunto de los ascensos. Vela, con el apoyo de Luna, presionó a los marineros para que declarasen a favor de la solicitud de  ascenso del entonces sargento, pero Jorge estaba absolutamente en contra, aunque dentro de la compañía no se había pronunciado al respecto-

-¿Queda alguien vivo de aquella época, que pudiera saber qué es lo que ocurrió?- Preguntó la nieta.

-Creo que Vela sigue vivo pero tiene que tener más de 90 años ¡María niña, que poco atentas somos con este chico! Prepara por favor un café y trae unos pastelitos de miel de “La Perfecta”-

La nieta de doña María desapareció por una de las puertas del salón y la anciana y el marinero se quedaron solos.

-Hay algo que tú me estás ocultando desde que has entrado a esta casa ¡Tú le has visto!-

-¿Cómo lo sabe?- Dijo Santiago.

-¡Porque le llevo viendo más de 60 años por las noches andando por las murallas de la ciudadela! – Dijo María Medrano con los ojos anegados en lágrimas.

-Le he visto en varias ocasiones- Dijo el marinero refiriéndole a doña María la última vez que había visto al cabo, con una herida en la cabeza hundiéndose en la blanca lechada de cal.

-En la calera…. Eso explicaría por qué jamás se encontró su cuerpo. Creo que Jorge está tratando de decirnos algo. Creo que quiere que resolvamos el misterio de su MUERTE.-

-Según el libro de arrestos de la cia mar, en el que siempre se escribe su nombre como arrestado más antiguo, es “un desertor en paradero desconocido”-

-Tú y yo sabemos que no es así ya que le hemos visto…. O mejor dicho, hemos visto a su FANTASMA-

En ese momento de la conversación, apareció la nieta de  doña María con una cafetera de café recién hecho, leche y un plato de pastelillos con un aspecto delicioso. Durante la merienda, la conversación transcurrió por otros derroteros. Todos contaron un poco de sus vidas. Doña María habló de cuando era joven y vino a Melilla por primera vez con sus padres, unos comerciantes de Córdoba que vieron en el Protectorado de Marruecos una buena ocasión para hacer negocios y vinieron a la ciudad norteafricana cuando María Medrano era una niña. También habló de su difunto marido, un hombre menudo de constitución, a tenor de las fotografías que les mostró y de su único hijo, el padre de María, la menor de cinco hermanos con los que se llevaba bastantes años de diferencia. En cuanto a la nieta, Santiago se enteró de que estaba estudiando segundo de medicina y que unos meses antes lo había dejado con un novio con el que había estado saliendo un par de años. Tan entretenido estaba Santiago en compañía de la abuela y sobre todo de la nieta que no se dio cuenta de que se le echaba encima la hora de volver a la cueva. El marinero se despidió de doña María Medrano en la puerta y María le acompañó hasta la Compañía de Mar, se despidieron con dos besos y quedaron en que al día siguiente hablarían por teléfono. Justo en ese momento llegaba a la compañía Angelito Moraleda, muy borracho como de costumbre y se puso a dar la paliza a la pareja. Ambos se despidieron con una mirada de inteligencia. María se marchó hacia la calle Soledad y Santiago entró en la compañía, seguido por el de Albacete, que no cejaba en su empeño de que el madrileño le contase lo que había hecho con la chica.

-¿Dónde habéis ido? Os he estado esperando en el Bunker ¿Te la ha chupao? Tiene cara de chuparla bien….-

-Ángel, por favor deja la priva que te está pudriendo el cerebro. No es asunto tuyo si me la ha chupao o me la ha dejado de chupar- Le dijo Santiago a su camarada, harto del tono de sus preguntas.

-Yo beberé, pero por lo menos no soy un drogata como tú- Contestó Angelito muy ofendido.

Santiago dio por terminada la conversación.

Antes del pase de retreta ¡Cómo no! Los marineros presentes entonaron la Salve Marinera. Entre todas las voces de los miembros de la cia mar sobresalían algunas estropajosas de los que habían salido de paseo y venían un poco colocaos. Luego tras pasar lista y repartir los servicios del día siguiente los marineros bajaron a degustar las ricas albóndigas que cocinaba ese mago de la “gastronomía militar” llamado Juan. Al irse a la cama, Santiago pensó en las palabras de Ángel, la verdad es que María sí que tenía cara de chuparla bien y se imaginó  a la muchacha así y de otras muchas maneras.

El cabo Blanco tenía todo lo que hay que tener para triunfar en la vida. Alto, guapo, muy inteligente y de buena familia. Era hijo de uno de los militares más influyentes de la plaza, el teniente coronel de estado mayor Blanco. Solamente tenía un problema, que no sabía lo que quería hacer en la vida. Su padre viendo que empezaba mil cosas y nunca las acababa, le hizo meterse en la cia mar. Si no hacía nada muy gordo, con un enchufe como el que tenía el cabo, allí tenía un puesto de trabajo para toda la vida. Blanco entre los Vela, Luna, Espigares y demás chusma era como un ave del paraíso, entre una manada de cuervos. Los mandos de la cia mar observaban con mal disimulada envidia cómo Blanco recibía los saludos afectuosos del general que vivía unos metros por encima de la compañía. El general no tenía estas atenciones ni siquiera para con el capitán Villalba, que muy marcial le daba novedades siempre que se lo cruzaba. Todos eran militares pero Blanco, por nacimiento pertenecía a una élite dentro del ejército. Con la tropa se llevaba bastante bien, pero en cambio, no soportaba al cabo Espigares al que había convertido en blanco de sus burlas. Como cabo profesional, dormía todas las noches en su casa, pero esta vez se había pasado mucho y le habían arrestado una semana dentro de la cueva. Tras una noche de fiesta, había ido a la compañía en su vespino, pero esta vez se había metido con el ciclomotor hasta el cuerpo de guardia y había destrozado una mesa. La verdad es que iba muy pedo, pero la hazaña no era fácil. Había que bajar  una escalera bastante empinada que se zigzagueaba en un par de tramos, entre la calzada y la entrada de la cia mar.

Aquel día, durante la hora de la siesta, Blanco junto a los veteranos comenzaron a burlarse de Espigares. Por aquella época no había más que 2 cadenas de televisión y en la primera ponían por las tardes unos dibujos animados en los que el protagonista era un adolescente cabezón que portaba una bolsa de deportes mágica de la que extraía artículos deportivos con los que combatía a sus enemigos. Sport Billy se llamaba el personaje y como Espigares siempre venía a la cia mar con una gran bolsa de deporte el cabo Blanco le endosó el mote de Sport Billy.

-¿Sport Billy, que nos ha puesto hoy para merendar tu mamá?- Preguntó el cabo Blanco a Espigares.

-NO ME LLAMO SPORT BILLY, ME LLAMO ANTONIO ESPIGARES, CABO ANTONIO ESPIGARES-

-Vale cabo Antonio Sport Billy Espigares, hablando de otra cosa ¿Te has desvirgado ya? Si no ha habido suerte con las mujeres puedes probar con algún morito de tu barrio, creo que en el Real hay un tal Omar que gasta un rabo de 30 cm.-

-SPORT BILLY PAJILLERO MARICÓN- Dijo alguien con voz de falsete desde la oscuridad de la compañía

Un coro de voces impostadas, se alzó desde varios sitios de la compañía en penumbras.

-FIFI, ESPORT BILLY, PAJILLERO, ESPIGARES COMEME LA POLLA-

-SE LO VOY A DECIR AL SARGENTO PARA QUE OS ARRESTE A TODOS-

Santiago que no participaba en las burlas al melillero, se estaba temiendo que el cachondeo llegase a ese punto y le jodiesen su cita con María.

-¡A ver! ¿Qué es lo que está pasando aquí? Cabo Espigares, dígame quien se está burlando de usted- Dijo el sargento primero Antolín, un hombre mayor, con expresión cansada de haber visto muchas movidas en la cueva.

-Ha sido el cabo Blanco el que ha empezado a insultarme, mi sargento primero.-

-¡A ver! ¿Qué le ha dicho usted al cabo de guardia?-

-Nada mi sargento primero, le he preguntado solamente si ya se había echado novia -

-Me ha dicho que si no me salía novia me podía ir con un moro del Real que tiene 30 cm de polla, además me ha llamado Sport Billy-

-¿Qué pasa cabo es que le ha visto usted la polla a ese señor? ¿Es usted maricón? ¿Qué cojones es eso de Sport Billy?

-A la orden de usted mi sargento primero, yo no soy maricón, me gustan mucho las mujeres. En cuanto al moro, yo no lo he visto, pero he oído decir….-

-¡BASTA YA! ¿Quiere usted, ganarse otra semanita en la compañía? Y usted Espigares aprenda a defenderse  que ya es un poquito mayor para andar con tanta gilipollez. En cuanto a los demás ¡Que no pille yo a ningún marinero  haciéndole una paja a otro! ¡VAMOS, TODOS A FORMAR!-

En unos minutos estaban todos los miembros de la compañía formados en la sala.

-¡A ver cómo nos sale hoy la Salve Marinera!-

Saaalve estrella de los mares

De los mares iris de eterna ventura

Saaaalve….

Hasta una veintena de veces, en posición de firmes cantaron la Salve los miembros de la cia mar. Finalmente el sargento primero Antolín, mandó a los marineros ocuparse en otros asuntos. Santiago pasó lo que quedaba de tarde procurando no meter la pata, para no ganarse un arresto ante el ambiente calentito que se respiraba desde la siesta.

Finalmente llegó la hora del paseo y Santiago se dirigió presuroso a la calle de la Soledad. María le estaba esperando. Vestía unos vaqueros ajustados con botas de baloncesto blancas. Una blusa holgada dejaba al descubierto uno de sus hombros donde no se veía tirante de sujetador. No lo llevaba, sus senos no demasiado grandes, pero muy firmes se adivinaban tras el tejido de algodón. Un perfume agradable, muy sutil y nada convencional, desprendía el cuerpo de la joven. Era un olor similar al de los niños pequeños. Los dos jóvenes se despidieron de doña María que a todas luces se había dado cuenta de lo que sentía el marinero por su nieta menor.

-¡A ver qué haces con mi nieta Compañía de Mar! Que en septiembre se la tengo que devolver a sus padres- Dijo la anciana con una sonrisa cómplice.

 Melilla, como ya se ha dicho, a la hora de paseo de los militares era una ciudad básicamente masculina. Era muy raro ver a una chica que no fuera una fulana acompañando a un militar. Santiago y María eran objeto de la atención del personal que andaba por la calle. Fueron al Bunker y en un momento en el que Santiago fue al baño, un guaperas de ingenieros se había sentado junto a María que no le daba mucha bola. La muchacha  se percató de lo incomodo que resultaba para su pareja la situación y de una manera espontánea colocó su mano sobre la del marinero y estiró su cuerpo para darle un rápido beso en los labios. Santiago sorprendido, miró a la muchacha a los ojos y lo que vio en ellos hizo que dejara de preocuparse de todo lo que había alrededor. Terminaron su consumición y se marcharon del Bunker cogidos de la mano. Anduvieron por la ciudad hasta llegar a la playa en la que los militares aún no tenían permiso para bañarse y volvieron hacia Melilla la Vieja poco antes de la hora del final del paseo. La situación era un poco chocante, la chica que podía estar en la calle cuanto quisiera, debía dejar al chico en “casa” a las nueve de la noche. Llegaron a la calle de la Soledad un poco antes de la hora. En la esquina se abrazaron y sus bocas se juntaron en largo beso. María emitió un suave gemido que hizo que el madrileño la estrechara con más fuerza. En estas estaban los chicos cuando sintieron algo que se frotaba en sus piernas, era el gato blanco.

-¿Maria eres tú?- Dijo la abuela desde la puerta.

Los dos jóvenes quedaron en llamarse al día siguiente. Esa noche durante la retreta a  Santiago le correspondió el seis de guardia, lo que inevitablemente suponía que al día siguiente tendría servicio de cocina. Dos días sin salir a la calle y sin poder estar con María.   

A pesar de todo, los dos jóvenes, encontraron un hueco para verse durante la guardia  mientras Santiago hacía el puesto de las murallas. La pareja hablaba de sus cosas, mientras el gato blanco subido en uno de los cañones, parecía que era el que montaba guardia. En un momento dado cuando vino el relevo, el gato se puso a maullar y María y Santiago se separaron. Esa noche estaba de guardia el cabo Blanco que vio como la muchacha se alejaba hacia su casa.

-¿No es esa una nieta de la vieja de los gatos?-

-Si, doña María Medrano se llama la mujer que tú dices cabo.-

-Pues ten cuidado que no te vean mucho con ella. La tal María Medrano, hace muchísimos años montó una movida gordísima. Denunció a los abuelitos de Vela y de Luna por la desaparición de  Jorge Fuster, un cabo que figura aún hoy en día en el libro de arrestos como desertor. Dicen las malas lenguas que al parecer se oponía al ascenso de los abuelos de Luna y de Vela por algo que había pasado durante el asedio al Peñón de Vélez y que les iba a denunciar a un general que había venido a Melilla para depurar responsabilidades tras el desastre de Annual. Se rumorea que estos dos hijoputas se lo cargaron para que no hablase.

Santiago Reche se hizo de nuevas para que Blanco le siguiese contando cosas.

-¿Qué pasó con los abuelos de Vela y Luna?-

-Siguieron en la compañía de Mar, aunque no ascendieron hasta varios años después, tras el desembarco de Alhucemas, en el que la compañía de mar obtuvo una condecoración colectiva y ascendieron a todos los mandos. Pero en Melilla los Luna y sobretodo los Vela siempre han tenido muy mala fama de chorizos y últimamente de estar metidos en temas turbios, tú ya me entiendes….-

-Supongo que ya se habrán muerto los dos-

-Pues no, Luna sí se murió hace bastante, pero Vela tiene más de noventa años aunque al parecer está bastante enfermo y le queda poco. He oído que lleva un par de semanas ingresado en el hospital militar por una neumonía-

Durante el puesto del varadero de 5 á 6 de la mañana, a Santiago se le ocurrió una idea, en cuanto que pudiera salir se la comentaría a Doña María.

El día siguiente pasó tedioso. Santiago Reche se picó un turno de cocina. Aunque las cocinas ya no eran igual que al principio de llegar a Melilla, suponían todo un día sin poder salir de la compañía, aún así consiguió verse un rato con María por la tarde.

Esa noche en el pase de retreta se notificó que por fin los militares podían ir a la playa, pero solamente a la playa militar junto al Regimiento de Caballería Alcántara 10, los descendientes de aquellos heroicos jinetes que contuvieron a los moros en la retirada de Annual y que sin su sacrificio nada hubiese quedado del ejército del general Silvestre. Allí se podían cambiar y tenían un sitio donde les guardaban los uniformes. Santiago al día siguiente quedó para por la tarde con María para irse a dar un baño a la playa. El tendría que entrar por el balneario y se verían ya en la arena. Antes de marcharse hacia caballería, el marinero le contó a doña María la conversación que había tenido con el cabo Blanco.

-Tal vez ahora que está en el lecho de muerte, confiese qué es lo que hicieron con el pobre Jorge. Mañana le haré una visita- Dijo la anciana.

Santiago y María se fueron juntos, aunque entraron por separado. La playa militar de Melilla era un sitio pintoresco. Apenas había mujeres o familias como en cualquier otra playa española. Principalmente había soldados, todos chicos de aproximadamente 20 años con el mismo corte de pelo y muchos mariquitas, en general bastante viejos. Destacaba entre la fauna playera un individuo moro, al que en Melilla conocían como “Tarzan Boy” Era el moro más feo que Santiago había visto en su vida. De un color moreno ceniciento, tenía el pelo rizado bastante largo, patillas de hacha y un fino bigote sobre el labio superior. Se parecía bastante al músico norteamericano Chuck Berry sólo que aún más flaco, apenas tenía carne pegada a los huesos. Era cojo por que en su infancia aquel hombre había padecido poliomielitis. Por unica vestimenta llevaba un  escueto bañador con dibujo imitación piel de leopardo, ciñendo un enorme paquetón. Tarzán Boy tenía un pollón de un par de palmos en reposo. Santiago Reche se acordó de las palabras del cabo Blanco al cabo Espigares unos días antes, sobre el moro de Real y se imaginó a Tarzán Boy dándole por culo al gordo melillero. Aquello le puso de muy buen humor.

Santiago y María tendieron las toallas junto a las de Juan el cocinero y otros marineros de la compañía y se dieron un bañito. Aunque al principio fueron el blanco de casi todas las miradas, un rato más tarde la tropa pareció perder interés en ellos, en parte se debió a la llegada de Angelito Moraleda con una fulana de enormes tetas.

-Yarmila, vamos a ponernos un poco más allá, que aquí hay demasiada gente- Dijo el de Albacete

-El borracho éste, cada día está más gilipollas- Dijo Juan.

Santiago no dijo nada del comentario del cocinero. Ángel y él habían llegado juntos a Melilla y sentía que, a pesar de sus diferentes personalidades sus destinos estaban unidos de alguna manera. Santiago y María estuvieron un rato más en la playa y luego se marcharon. Antes de irse Juan le dijo al madrileño:

-Oye, ni que decir tiene que si necesitas el piso, ya sabes….-

Santiago le propuso a  María que fuesen al piso del cocinero pero la chica rechazó la propuesta alegando que aún no estaba preparada para acostarse con él. Santiago se sintió bastante desilusionado. En su última cita Santiago le había metido mano por debajo de la ropa y habían terminado masturbándose el uno al otro. Pasearon un rato y un poco antes del final del paseo el marinero acompañó a la muchacha hasta su casa. Se besaron en la entrada de la calle Soledad. Santiago quería mostrarse frío y distante, pero ante los ojos de Maria, esto resultaba un empeño imposible.

Al día siguiente por la mañana doña María Medrano, se presentó en el hospital militar de Melilla y se informó de la habitación donde estaba el antiguo capitán de la Compañía de Mar. En el pasillo, se aseguró de que las hijas de Vela, las tías del actual sargento primero, no se encontraban en la habitación. La habitación era amplia y luminosa. En la cama, un hombre que antaño debía haber sido bastante corpulento, pero que ahora se veía reducido a un montón de huesos cubiertos por una piel apergaminada y llena de manchas de vejez. El viejo capitán, al sentir que alguien entraba en la habitación, entreabrió ligeramente los párpados. María Medrano se detuvo frente a la cama.

-¡Qué poco queda de aquel arrogante capitán de la Compañía de Mar! Aquel hombre que con una palabra privaba de libertad o mandaba los hombres a morir a un puesto peligroso. Mírate ahora, sólo eres un pobre pelele al que le tienen que limpiar el culo.-

El capitán Vela súbitamente abrió los ojos del todo y se quedó mirando con expresión dura a la mujer.

-¿A qué has venido mujer, a regodearte de verme en esta situación?-

-¡Sabes perfectamente a qué he venido! Quiero que me digas dónde está Jorge Fuster-

-Mi respuesta es la misma que le di al juez militar hace más de 60 años, el cabo Jorge Fuster era un desertor. Se escapó de la compañía para no tener que luchar en Nador. Seguramente lo cogieron los moros y lo mataron.-

-¡Yo no soy el juez, solamente quiero que me digas que hicisteis con el cuerpo de Jorge para poder llorar sobre su tumba!-

El viejo capitán esbozó una sonrisa torcida por debajo de la goma del oxígeno.

-¡Tu Jorge no tenía lo que hay que tener para ser un militar! Podía haber ascendido. Podía haber sido un hombre rico, pero no, él se tenía que ocupar del bienestar de sus subordinados ¡Esos piojosos desagradecidos! Yo nunca diré dónde está y la otra persona que lo sabía hace mucho que murió-

De repente la sonrisa del viejo capitán se heló en su rostro ¡Había alguien más en aquella habitación!

-¡Tú también le ves! ¿Verdad? Os voy a dejar solos, que tendréis muchas cosas que deciros. Adiós Capitán.-

María Medrano se dio media vuelta y dirigió sus pasos hacia la salida del hospital. Por el pasillo se cruzó con las dos hijas de Vela que volvían de la cafetería. Cuando estas llegaron a la habitación, encontraron a su padre con el rostro desencajado en una mueca de pánico. Estaba muerto. Desde la puerta pudieron ver cómo un gato blanco que estaba en el alfeizar de la ventana saltaba al jardín.

Pasaron varias semanas sin que ningún hecho reseñable rompiera la monotonía del ardiente verano. En la compañía el tiempo corría lento pero inexorable. En Melilla, la asociación de Mohamed Dudu seguía manifestándose en las calles, con el consiguiente perjuicio a la población militar de la plaza. La relación de Santiago y María seguía en el mismo punto muerto, aún no habían hecho el amor. Ambos eran muy felices estando juntos, pero con veinte años, el sexo en una relación de pareja es algo primordial. Finalmente llegó el gran día, todos los marineros, menos los que estaban de servicio, acompañaban el paso de la Virgen del Carmen hasta la iglesia de San Agustín por las calles de la ciudad autónoma. Santiago Reche como era un hombre bastante alto, desfilaba en primera fila. Los marineros tuvieron que esperar en formación bajo el duro sol africano de julio un par de horas hasta que las cofradías de pescadores trajeron a la Virgen hasta el lugar donde daba comienzo el desfile. Esa tarde, casi toda la población de origen peninsular de la ciudad autónoma, estaba en las calles flanqueando el trayecto de la procesión. Al llegar al barrio del Real, muy cerquita de la iglesia, Santiago vio como María y su abuela desde la primera fila de espectadores le saludaban y aplaudían con entusiasmo al paso de la cia mar. Ya en San Agustín con la virgen en el altar los marineros entonaron la Salve Marinera. Tal vez por la buena sonoridad del templo, tal vez porque los marineros se sentían más motivados a cantar aquel himno que habían llegado a aborrecer, la Salve sonó mejor que nunca en medio de un silencio clamoroso guardado por los asistentes al acto dentro de la iglesia abarrotada.

El comandante militar de la plaza felicitó en persona al orondo capitán Villalba que no cabía en si de gozo. Esa noche hubo una verbena con baile en el barrio del Real a la que los marineros pudieron asistir uniformados teniendo que estar en la compañía a las 3 de la mañana como hora tope. Santiago cenó con la abuela y la nieta en un chiringuito. La anciana se retiró a los postres y la pareja se quedó sola en la feria. Hacía una noche calurosa. Santiago y María pasearon, tomaron varias copas y bailaron con los marineros de la cia mar que esa noche estaban completamente desmadrados.

-Santiago, quiero que esta noche vayamos al piso de Juan, si a ti te apetece….-

-Claaaro…. ¡CLARO QUE SI QUE ME APETECE, ES LO QUE MÁS ME APETECE DEL MUNDO!- Dijo Santiago, al que la proposición de María había pillado por sorpresa.

El piso no estaba lejos. Cuando llegaron tuvieron que hacer la cama. Santiago se sentía un poco avergonzado por el desorden reinante. Debería haberse anticipado a la visita de María, pero a la muchacha no parecía importarle en absoluto nada de esto. A través de la ventana de la habitación se veía  la luna llena, muy grande, reflejándose en un trozo de mar lejano más allá de la ciudad. Se desnudaron en el lado de la cama que sin palabras cada uno había elegido, luego se acostaron juntos bajo una fina sábana. Muy despacio comenzaron a acariciarse y a besarse. Exploraron con sus bocas y con sus dedos todo lo que había que explorar en el cuerpo del otro. En un momento dado María se sentó a horcajadas sobre la pelvis de Santiago, con un movimiento hábil, sujeto su pene con una mano y con suavidad lo introdujo en su vagina. Comenzaron a moverse rítmicamente, al principio muy despacio, sintiendo piel con piel y luego mas deprisa. Ella fue la primera en alcanzar el orgasmo, bueno el primero de varios. Finalmente Santiago se corrió acompañando el último orgasmo de María que se estremecía con cada roce de los dedos del marinero. Se quedaron dormidos juntos y el reloj de pulsera de Santiago les despertó con el tiempo justo de vestirse y llegar a la compañía antes de que  Santiago se ganase un arresto que les impidiera volver a verse al día siguiente.

A media mañana coincidiendo con la hora del descanso se nombraron los marineros que en el mes de agosto debían de ocupar los destacamentos de las islas. Santiago Reche confiaba en quedarse el mes de agosto en Melilla pero no, de nuevo le había correspondido ir al Peñón de Vélez con Chupetín de Sargento y Blanco de cabo. Entre los restantes marineros que iban a Vélez, Angelito Moraleda, Orejas Bambi (El bicho que había dado la voz de alarma cuando Chupetín salió dando tiros por la calle), el Diablo (Uno de pueblo muy bestia, del reemplazo de Orejas Bambi) y Moisés Hidalgo (Un valenciano con mucha pluma de unos 130 Kg de peso)

A Santiago solamente le quedaban 2 semanas de estar con María. Luego, seguramente no se volverían a ver hasta las navidades.

Continuará……

Doctor Miriquituli.