martes, 30 de octubre de 2012

LA SOMBRA


Aquella urbanización parecía un lugar agradable para vivir. Chalets con una buena parcela en un recinto privado, centro social, colegio para sus futuros niños…. Además con la crisis el banco daba un precio y unas condiciones espectaculares, a personas solventes como la pareja que formaban Julio y Elena. Julio era militar de carrera. Tras ingresar en el ejército, había seguido estudiando y se había convertido en un experto en telecomunicaciones. Ostentaba el grado de teniente de la escala técnica en una base de la OTAN a más o menos media hora del chalet. Elena era diseñadora grafica y trabajaba desde casa como free lance para varias agencias publicitarias. En aquella casa podría montar un estudio como Dios manda y en un tiempo, tal vez…. plantearse el ampliar la familia.

 

El agente inmobiliario trajo el contrato de arras y Julio y Elena hicieron entrega de la cantidad acordada como señal. En el plazo de un mes se volverían a ver en el notario para escriturar el chalet.

 

El tiempo pasa volando. Cuando la pareja se quiso dar cuenta, era la víspera de firma de las escrituras. A última hora de la mañana quedaron en la notaría. Firmaron y recibieron las llaves de la nueva casa. Pasaron por su antiguo piso a recoger a Tula su perrita, el único miembro de la familia que no conocía la nueva vivienda. Aún iban a tardar un par de meses en habitar el chalet. Pintura, algunas reformas menores y la mudanza que pensaban hacer de manera escalonada. Lo primero que trasladarían serían las cosas de trabajo de Elena, así podría controlar la obra mientras seguía con su actividad. Cuando llegaron al chalet, Tula muy contenta comenzó a recorrer el jardín moviendo su corto rabito hasta que llegó a la puerta de acceso al sótano. La perrita olisqueó con detenimiento, emitió un gemido y comenzó a gruñir y a ladrar a la puerta cerrada.

 

-Seguramente tenemos ratas- Dijo Julio abriendo la puerta con la llave para echar un vistazo.

 

El sótano parecía limpio y vacío, como cuando lo habían visto con el agente inmobiliario, pero algo olía mal, una mezcla extraña de podredumbre y humedad.

 

-No hay cagadas, pero es posible que algún bicho se haya muerto aquí dentro y esté pudriéndose en el falso techo o una bajante. Dejaré la puerta abierta para que se ventile-

 

A la mañana siguiente Julio se fue al cuartel y Elena preparó unas cuantas cajas de papeles para llevárselas al chalet. Las montó en el coche grande, cogió a Tula y se marchó para la urbanización. El campo estaba muy bonito tras las copiosas lluvias de las semanas anteriores. El monte cercano era todo un espectáculo de colores, una paleta con todos los tonos de verde y marrón. Elena comenzó a descargar las cajas, con Tula correteando a su lado. Para su estudio había elegido una amplia habitación con un par de ventanas que daban a la piscina. La sensación desagradable que había tenido la tarde anterior cuando Julio había abierto el sótano era sólo un recuerdo. Recorrió toda la casa, sótano incluido y no percibió en ningún momento aquel nauseabundo olor. Por la tarde llegó Julio con más trastos. Estuvieron limpiando y colocando hasta que comenzó a anochecer. Hacía muchísimo frió. Ya sabían que la zona era fría, pero aquello era demasiado para finales del mes de octubre. La corta tarde otoñal comenzó a extender un manto de sombras sobre la casa dejando a la pareja sumida en un pozo de tristeza y desaliento, que no desapareció hasta que estuvieron juntos en el antiguo piso.

 

Las obras avanzaron a buen ritmo. En menos de un mes el chalet reunía las condiciones necesarias para que Elena y Julio se mudasen. Aprovecharon un día entre semana en el que Julio libraba y acometieron el traslado. Terminaron bien entrada la tarde. Despidieron a los de la mudanza y encendieron la chimenea. Las llamas calentaron aquel esqueleto de hormigón y ladrillos. Pronto la casa casi parecía un hogar ¡Su hogar! Tomaron una cena sencilla en la mesita baja del salón: Una ensalada, un poco de queso, fruta… Julio abrió una botella de buen vino tinto. Tras la cena, hicieron el amor en el sofá mientras se consumía el último leño de la chimenea, luego se marcharon a la cama, ya que Julio tenía que madrugar bastante al día siguiente.

 

En un momento de la noche, Tula salto sobre la cama despertando a la pareja. De la lumbre no quedaba ni el más mínimo rescoldo y en la casa reinaba un frío intenso. La perrita estaba bien educada y siempre dormía en su cesta. Tal vez fuese por que extrañaba la casa o por el frío, el caso es que Julio bajo hasta el salón y subió la cesta de Tula hasta la habitación. Cuando la estaba colocando a los pies de la cama, oyeron un ruido procedente del sótano o del garaje, no lo sabían muy bien. Encendieron las luces y bajaron juntos. Según iban descendiendo, aquel olor que habían percibido el primer día se iba haciendo cada vez más intenso. En el garaje parecía todo en orden, sin embargo en el sótano un par de cajas que habían colocado en una estantería estaban caídas y su contenido desparramado por el suelo. Ambos convinieron que aquello sin duda se debía a una infestación de ratas, aunque en su fuero interno no lo tenían tan claro. Regresaron a la cama, pero ninguno de los dos pudo pegar ojo el resto de la noche.

 

Al día siguiente los operarios de una empresa de desratización inspeccionaron la casa y dejaron unas cuantas bolsitas de veneno en el sótano y el garaje.

 

Desde la noche en la que cayeron las cajas del sótano, la perrita nunca se separaba de la pareja mientras estaban en el chalet. Cuando Julio y Elena la tenían que dejar sola prefería quedarse en el jardín.

 

Aquel día llovía copiosamente sobre la urbanización, por lo que Elena y Tula no dieron su habitual paseo por el monte. Elena estaba trabajando en su estudio, cuando la perrita, que estaba tumbada en la alfombra, comenzó a gruñir en dirección la ventana. Elena primero miró a su mascota y luego al objeto de sus gruñidos. Un latigazo de electricidad recorrió su columna al observar como unas huellas de manos y un rostro se dibujaban sobre el cristal empañado. Cuando Julio volvió, su mujer le contó lo sucedido. Ambos eran personas modernas y preparadas y se resistían a creer en fenómenos paranormales o casas encantadas, pero que allí sucedían cosas extraordinarias nadie lo podía negar.

Aunque no practicantes, los dos eran católicos y pensaron que tal vez fuese la solución (Por lo menos no empeoraría el problema) pedirle al párroco del pueblo que bendijese la casa. Era una costumbre antigua, ya casi caída en desuso pero que no creían que al cura le sorprendiera demasiado. Esa noche volvieron a moverse objetos en varios puntos de la casa, incluso llegaron a ver una sombra que se movía por la cocina y que se disipó cuando encendieron las luces. El cura del pueblo, un hombre mayor de aspecto bondadoso, accedió a ir hasta el chalet y rezar unas oraciones junto con sus moradores. Las oraciones no obtuvieron respuesta ninguna. Los extraños fenómenos continuaron e incluso aumentaron. El mal olor se había extendido de manera permanente como una sabana pegajosa. Se movían los objetos delante de sus narices, las luces se encendían y apagaban solas y al caer la tarde la siniestra sombra crecía y se movía a sus anchas por toda la casa. Sólo parecía detenerla el fuego que permanentemente tenían encendido

 

Julio no era ni mucho menos una persona miedosa. Había servido en Bosnia y en Afganistán, pero en ambos sitios sabía a quien se enfrentaba. Ahí estaba el quid de la cuestión “a quien” o a que  se estaba enfrentando, claramente este problema le rebasaba. Él no era ni mucho menos quien peor lo estaba pasando. Elena apenas dormía ni comía. Se estaba consumiendo a ojos vista. Además habían sabido recientemente que esperaban un bebé.

 

Recurrieron a los servicios de parapsicólogos, exorcistas y otros de charlatanes que les sacaron el dinero y no obtuvieron resultados. Es más, cuando se marchaban, la sombra, el ente o lo que fuera que habitaba la casa junto a ellos redoblaba su actividad impidiendo el descanso y la paz en aquella morada. De buena gana hubieran abandonado el chalet y vuelto a su antiguo piso, pero habían tenido que alquilarlo para poder afrontar la hipoteca.

 

Las cosas llegaron a un punto insostenible. Elena enfermó a causa de su estado de nervios y tuvo que recibir asistencia hospitalaria ante el deterioro de su salud y el riesgo que corría el bebé. La noche que la ingresaron su madre se quedo con ella en el hospital ya que Julio tenía que trabajar al día siguiente y estaba completamente agotado. Ya en el coche, se planteó la disyuntiva: Irse a un hotel o volver a casa. Optó por lo segundo.

 

El chalet se encontraba completamente a oscuras. Tula se había quedado en el jardín pese al tremendo frío reinante. Julio entró y advirtió aquel hedor tan característico. Al fondo, la sombra, que cada vez era más grande, más rotunda, se movía despacio entre las habitaciones. Fue encendiendo luces según iba entrando en la casa.

 

-¿Quién eres y que quieres de nosotros?- Preguntó mientras se dirigía hacia la habitación.

 

La sombra pareció agitarse y varios objetos cayeron al suelo. Julio abrió el armario y saco de su funda la pistola reglamentaria.

 

-¿Qué quieres de esta familia?- Preguntó Julio al tiempo que avanzaba hacia aquel ente.

 

Las luces parecían haberse vuelto locas, las puertas se abrían y se cerraban y los objetos caían por doquier.

 

-NO VAS A CONSEGUIR QUE NOS VAYAMOS ¡ESTA ES NUESTRA CASA!-

 

La sombra retrocedía cada vez más ante los decididos pasos del hombre. Finalmente llegaron al garaje y la puerta del trastero se cerró detras de aquella cosa. Julio giro lentamente el picaporte y encendió la única bombilla que iluminaba la abarrotada estancia. Ahí estaba la sombra, en un rincón al fondo del sótano. Parecía más pequeña y difusa. Julio levantó su arma y exclamó:

 

QUIERO QUE TE VAYAS AHORA MISMO DE ESTA CASA Y QUE NO VUELVAS MÁS ¡ESTA ES NUESTRA CASA!

 

Julio no supo si aquella cosa había gritado realmente, el caso es que la bombilla del sótano explotó y un vendaval de objetos impactó contra él. Al día siguiente, nueve balazos adornaban la pared.

 

Elena salió del hospital pocos días después. Era una mañana soleada en la que casi se podía sentir ya la cercana primavera.

 

-¿De verdad que no ha vuelto a suceder nada desde aquella noche?- Preguntó Elena a las puertas del chalet.

 

-No, nada, además ha desaparecido completamente aquel mal olor. No se que era aquello, tal vez era algo… algo oscuro que estaba en nuestro interior. No se…-

 

Elena sintió un escalofrío por la espalda y se tocó el vientre que ya comenzaba a abultarse. Sin mediar más palabras los dos entraron en el chalet seguidos de la perrita que se paro en la entrada y olisqueó el aire.

 

Doctor Miriquituli.

 

sábado, 13 de octubre de 2012

ZONA CHILL OUT, TENDENCIAS DECORATIVAS Y OTRAS ELUCUBRACIONES


Hace no mucho tiempo, fui con unos amigos a comer a un nuevo restaurante que han abierto cerca de donde vivo. De entrada todo bien, decoración moderna, sencilla pero de buen gusto y unos amplios ventanales que dan a unas lagunas muy bonitas. Un maitre impecable nos preguntó ¿Van a comer en el comedor o van a picar algo en la zona chill out? Al escuchar estas palabras, supe que algo andaba mal. La habíamos cagao y además no teníamos escapatoria. No fui el único que se percató del asunto, pude ver como a un amiguete que en estas cosas del papeo piensa como yo, se le ponían las orejas tiesas como a un podenco. Las mujeres, el resto de family y el muro de fría cortesía que los empleados levantaron a nuestras espaldas, impidieron que saliéramos por patas de aquel sitio tan fisno aún a riesgo de quedar como unos catetos y unos pelafustanes.

Elegimos la opción “comedor” que para lo que habíamos venido parecía lo menos raro. Ya sentados, pudimos comprobar que la carta era cara de cojones. Aún me quedaba la esperanza de comer opíparamente, ya que inevitablemente, me iba a tener que rascar el bolsillo. No tardaron en defraudarme, bueno si tardaron, el servicio era manifiestamente mejorable. Las raciones eran muy escasitas y la comida tampoco era para echar cohetes. Dos horas y pico más tarde me encontraba en mi casa con mucho menos dinero, comiéndome un bocata de chorizo.

Me gustan los bares y restaurantes que son fieles a su estilo, aunque para la pitanza, en general prefiero lo patrio. Unas cabezas de toro en las paredes me sugieren un gordo y sangriento entrecot en el plato. La cestería de mimbre, las labores en humilde esparto o los aperos de labranza, me hablan de pan candeal de densa miga apretada y corteza dorada. Unas piezas de cerámica, de cucharas humeantes rebosantes de legumbres y matanza en invierno y de fresca ensalada o gazpacho en verano. Unas redes o unos aparejos marineros son promesa de un arroz a banda o un jugoso besugo a la espalda. Como decía la canción “Que le voy a hacer si me gusta el buen comer y no hay nada mejor que una buena cazuela. Porrón pon pon Manuela” No sólo me gusta la comida tradicional española, me gusta en general la buena comida, pero en un restaurante pago por comer no por ver un sitio, para ver, me voy a un museo (Existe la combinación restaurante-museo en la cadena Museo del Jamón, la decoración aunque simple es contundente, consiste en chorizos y jamones)

En los últimos tiempos se ha impuesto una tendencia en la decoración hacia el lejano oriente. Un lejano oriente que al final es un tótum revolútum de la India a Japón pasando por Indonesia y China. El denominado estilo zen se puede aplicar con criterio y hasta incluso con elegancia, pero lo que yo no acabo de ver es la fusión de lo zen con lo carpetovetónico. Por ejemplo: No queda nada bien, tener una liebre disecada, disfrazada de cazador y al lado un altarcillo de Buda sobre unos cantos rodados con unos palitos apestosos de esos que se queman para dar “buen olor” (Creo que no quedan bien ni por separado).

La decoración del hogar ha dado pasos atrás desde que aparecieron las televisiones de pantalla plana. Recuerdo las televisiones de mi infancia, aquellos robustos armatostes que por si solos llenaban media sala de estar y donde sobre un tapete de ganchillo inmaculadamente blanco, galopaba un torito negro zaino, tocaba la corneta una muñeca vestida de legionario o descansaba sobre un pequeño caballete un platito de cerámica “Recuerdo de Mazarrón”. En los actuales aparatos solo cabría un funambulista y eso suponiendo que en la parte de arriba del televisor no esté el sensor de la wii.

Que bonitos aquellos cuadros de bosques, ciervos, cabañas de madera o montañas nevadas frente a la mesa camilla bajo cuyos faldones  nos calentábamos las piernas al amor del brasero y comíamos castañas cuando llegaban los primeros fríos.

Hoy todo aquello resulta viejuno y “de modé” Hemos sustituido el papel pintado por paredes de colores imposibles que no transmiten ningún sentimiento. El cuadro de la cabaña ya no está y en su lugar hay un vaso grande de cristal con cuatro palos de bambú colocados de modo casual. La vitrina con las copas de los días de fiesta y el juego de café “bueno” y las demás porcelanas, han dejado lugar a una mesa lisa con unos cuencos. Todo muy minimalista, simple y elegante, pero sin alma.

Me acuerdo de aquellas tardes luminosas de domingo cuando aún era un niño. Recuerdo que me gustaba sentarme en el suelo y mirar como la luz que entraba por la ventana iluminaba diminutas motitas de polvo y estas bailaban cuando yo soplaba. Nada que hacer, nada de que preocuparse. Posiblemente la felicidad si existe se parezca bastante a aquello.

Disculpen mis desvaríos y lo inconexo de este relato. Pero es lo que ahora mismo me sale. No tengo ninguna historia que contarles y la actualidad está enquistada en las mismas noticias sobre las que ya se ha dicho todo lo que se tenía que decir. Además cumplo años y eso me pone un poco tontorrón.

Esperemos que en los próximos días llueva y este año sí, podamos coger setas.

 

Dr. Miriquituli.

viernes, 5 de octubre de 2012

Un brindis por el primer aniversario del Dr Miriquituli


 

Parece mentira cómo pasa el tiempo, pero ya hace 1 AÑO desde que me enteré de quién era ese inquietante dr Miriquituli, sempiternamente visto en su SEAT 1430 de color azul y de que se me pusiera la piel de gallina tras leer esa terrorífica frase final con la que concluía la entrada: “¡Que no os alcance el dr Miriquituli!”, digno de Stephen King o de un comentario del guardián de la cripta. Un poco menos de un año desde que me enganché definitivamente a este grandioso blog gracias al divertidísimo-entretenidísimo-pornográfico serial “Tapper sex”, con su descarado final-plagio kafkiano, uno de mis autores favoritos.

Desde entonces, he tenido ocasión de disfrutar de relatos eróticamente sugerentes como “La mujer junto a la ventana”, de opiniones personales sobre actualidad política y social como “España: cementerio de elefantes”, de cálidas descripciones de experiencias personales como “Santa Eulalia disfrute íntimo” y de que se me quede el cuerpo de un terrible mal rollo con el relato “El espejo”; ejemplos que demuestran que este es un blog ecléctico, variado, original. Que es un blog impredecible, dinámico. Y ya, para la guinda del pastel, todavía no se me ha cerrado la boca de la sorpresa que me estoy llevando, entrega tras entrega, con el serial-tesoro-patrimonio de la humanidad “Un año y poco más”; cada continuará… supone una tortura por la espera hasta la siguiente entrega.

Eso en cuanto al contenido. En cuanto al continente, no es menos versátil, porque el autor de las entradas es capaz de combinar palabras guarrillas, malsonantes, jergas, frases gamberras…con términos técnicos, fechas y datos históricos buscados y contrastados con máximo rigor de diversas fuentes, por igual facilidad.

Luego está la cuestión de las colaboraciones: no sólo el autor del blog está abiertamente abierto a ellas, sino que no conoce la palabra CENSURA. Nos deja (servidora está contentísima de incluirse) publicar cualquier cosa por muy polémica o absurda que sea: no conoce censura política, religiosa, diplomática o cultural, de hecho, creo que le gusta promoverlo y todo…Muestras de ello son “Cuando muera quiero ir al infierno” y “Parodia de una monarquía”.

Y finalmente, qué demonios, espero que no vaya a cambiar de costumbres y me censure lo que voy a escribir a continuación, pero…sus descripciones sobre cosas guarretas…están de PUTA MADRE.

Siendo totalmente consciente de que quedan casi tres meses para el nuevo año y que es aún mucho tiempo para que la vida me depare más sorpresas inesperadas, y al más puro estilo del “Alta fidelidad” de Nick Hornby, me voy a atrever a decir una lista de los top ten (no five) de cosas favoritas confesables al público que me han sucedido este año (SIN ORDEN DE PREFERENCIA), el que los mayas han predicho que será el último:

  1. Colaborar con el mismísimo dr Miriquituli con entradas propias y su serial “Un año y poco más”
  2. Ir a ver a mi queridísima amiga búlgara a su tierra natal y hacer puenting en Varna
  3. Leerme el “Ulises” de Joyce y su mega biografía escrita por Richard Ellmann
  4. El ecce homo de Borja y “Gangnam style” en cuanto a temas de actualidad
  5. Las películas “Moonrise kingdom” y “Prometheus” en el cine y en casita los geniales e imprescindibles descubrimientos de “Hacia rutas salvajes”(Into the wild) y “El refugio de mi padre”(In my father’s den)
  6. Recorrido a los 25 álbumes de estudio de Bowie (Quedándome, con un top five de discos fetiche: 1)Station to station, 2)Low, 3) Heroes, 4) Scary monsters (and supercreeps), 5)Diamond dogs)
  7. Una visita fugaz pero deslumbrante a Berlín
  8. El programa “Quién quiere casarse con mi hijo”
  9. Un regalazo cumpleañero: los dos tomos de cuentos de Lovecraft de la editorial Valdemar y de hecho, tras un intento de 8 años, ir por fin a la librería Opar
  10. Y el más estrambótico: mi reconciliación con la fruta. Me diréis, ¡está loca! (ya he dado pruebas suficientes de ello de todos modos), pero no sabéis cómo y cuántos años me ha costado regularizar el consumo de fruta…Qué pereza me daba…pero ahora, me angustia no tener mi chute diario de vitamina C en forma de zumo de naranja o mitad cucharadeada de kiwi, o que pase mucho tiempo sin tomar algo de fruta roja-granada, fresa, mora, cereza- para coger antioxidantes y me sienta como el culo terminar una comida sin un trozo de fruta…

Para terminar quiero añadir que espero que este blog dure muchos años más y que el año que viene, servidora dé otro discursito cursi y solemne para celebrar, si este año 3000 visitas, pues el próximo 30000.

¡GRACIAS POR EXISTIR, INTRÉPIDO Dr MIRIQUITULI!

YU KYOUNG RYU