Aquella mañana Pedro Pablo llegó como siempre
al trabajo media hora antes. Se tomó su cafetito matutino en la máquina y luego
se dirigió a la sala de juntas. Sobre la mesa había colocadas unas bandejas con
los nombres de las distintas zonas del concurso de ventas de la víspera. El
comercial dejó el contrato de Fresa y Menta en la bandeja “Madrid Sur-Getafe”
Desde la sala acristalada, vio pasar a Pascal
Dupond el cual le saludó con la mano. Pedro Pablo esperaba que el gerente
recordara la promesa del día anterior de pasarse por el departamento a
felicitar a sus compañeros, si no Miriam y Oswaldo de Jesús podían verse en un
aprieto con Fernández de los Ríos.
Poco a poco la sala se fue llenando, pero
solamente la bandeja del equipo Madrid Sur tenía algo en su interior. Al final,
tres de las cinco zonas en las que habían dividido la zona de ventas tenían
contratos en sus bandejas.
Carlos Fernández de los Ríos llegó con cara de
pocos amigos... la misma que traía todos los días. Sin ni tan siquiera saludar,
cogió los contratos de una de las bandejas y los repasó en silencio. Hizo lo
mismo con los de Torrejón de Ardoz-Alcalá de Henares, dejando para el final la
zona de Pedro Pablo.
Finalmente cogió el contrato de Fresa y Menta
Distribuciones de la bandeja Madrid Sur-Getafe. Lo estuvo mirando bastante
rato, hasta que levantó la vista del papel.
-¿Qué es esto, Cogollo?- Dijo el jefe de
ventas, sin cambiar el gesto adusto con el que había entrado en la sala de
reuniones.
-No se Carlos… ¿Un contrato, con una empresa…?-
Dijo el comercial, sin tratar de disimular ni un ápice la antipatía que sentía
hacia Fernández de los Ríos.
-Creo que no te has enterado aún de los
cambios que se han producido en esta empresa. Los Butragueño ya no están. Hay
que ceñirse a las tarifas que nos han dado desde la dirección internacional y
tú… ¡Ya no tienes ninguna capacidad de negociar precios! Cualquier cambio en la
tarifa tiene que pasar por la dirección comercial y esta lo tiene que consultar
con gerencia, Por lo tanto, este contrato no vale absolutamente para nada- Mientras
decía esto, Carlos Fernández de los Ríos rompía las hojas del contrato y lo
arrojaba a la papelera, con una sonrisa lobuna en su cara.
Miriam y Oswaldo de Jesús, asistían a la
escena encogidos en sus asientos, presintiendo las funestas consecuencias que
podía tener para ellos todo aquel asunto.
Pedro Pablo, sin perder en ningún momento la
calma, le dijo al director comercial:
-Claro claro Carlitos… Pero es que como ayer
no pudimos localizarte y el cliente “se nos escapaba vivo” opté como comercial
más antiguo del grupo, por saltarme el procedimiento reglamentario y hablar
directamente con gerencia.-
-¿Qué quieres decir? ¿Qué el Sr. Dupond ha
visto este contrato?- Dijo Fernández de los Ríos, ya no tan seguro de si mismo
como lo estaba instantes antes.
-Pregúntaselo tú mismo- Le dijo Pedro Pablo,
que desde su sitio en la sala acristalada podía ver como el belga se dirigía
hacia el departamento comercial.
Pascal
Dupond entró en la sala de juntas, al tiempo que los comerciales y Fernández de
los Ríos se ponían de pie, tan rápido que parecía que hubieran tenido un
resorte en sus asientos.
-Pog Favog, siéntense señogues. Solamente
queguía felicitag a los comergsiales del equipo Madrid Sug, pog el excelente
contrato de Fresa y Menta Distribuciones. Nos hemos infogrmado sobre ellos y
son los lidegues eugopeos de su sectog ¡Muy bien hecho chicos!-
El gerente para España y Portugal se despidió
del departamento y Fernández de los Ríos dio por terminada la reunión, mandando
a todos los comerciales a la calle. Antes de irse, Pedro Pablo, saco de su
portafolios un rollo de cinta adhesiva, que dejó delante del desinflado jefe de
ventas.
El veterano comercial no se hacía demasiadas
ilusiones, conocía a los tipos como Fernández de los Ríos y sabía que de una u
otra manera trataría de vengarse de él. Luego se acordó de Miriam y de Oswaldo
de Jesús y tuvo un mal presentimiento.
En el parking, Miriam, con la que no había
tenido oportunidad de cruzar palabra en toda la mañana, le estaba esperando,
algo demacrada, tras unas grandes gafas de sol. Ambos comerciales se montaron
en el viejo Audi de Pedro Pablo y se marcharon a almorzar a un bar que estaba
en la otra punta del polígono, en el que sin duda no se encontrarían con nadie
de la empresa.
-Me siento un poco avergonzada por mi
comportamiento de ayer… Hacía mucho que no salía con nadie y la verdad, me
encontraba un poco insegura.-
-No te preocupes. Cuando quieras lo repetimos,
pero bebemos cerveza sin alcohol los dos... ¿Te parece?-
Quedaron en llamarse de nuevo, el viernes por
la tarde y luego se separaron para dirigirse cada uno a su respectiva zona de
trabajo.
La
calurosa jornada transcurrió sin grandes penas ni alegrías. La cosa
estaba floja y a las puertas del verano el personal estaba pensando más en las
vacaciones que en incorporar nuevos proveedores a las empresas. Aún así, Pedro
Pablo hizo algunas gestiones interesantes cara al futuro. Los comerciales son
como los delanteros de fútbol, se les valora por los goles que meten, pero el
sabía por experiencia que para marcar esos “goles” había que estar ahí un día
tras otro realizando una labor pesada y rutinaria.
Cuando Pedro Pablo llegó a su barrio, la calle
Bravo Murillo estaba colapsada por una protesta contra los parquímetros que la
alcaldesa había hecho instalar en contra del criterio de los vecinos en un
descarado intento de recaudar pasta para sufragar las deudas que las obras
faraónicas que el anterior edil habían dejado en las arcas municipales.
Para no variar Don Ángel iba sosteniendo junto
a otros jubilados del barrio, una pancarta con el eslogan “POLITICOS HIJOS DE
PUTA ¡A ROBAR A SIERRA MORENA!”
En este caso parecía que la manifestación
discurría por cauces pacíficos, por lo que espero a que esta pasase y luego se
dirigió como cada tarde, a esa misión imposible que suponía encontrar
aparcamiento. Lo primero que iba a hacer en cuanto tuviese vacaciones era
iniciar los trámites para obtener una tarjeta de residente en el barrio y así
poder aparcar libremente en las zonas de pago. Dada su precipitada salida del
chalet que compartía con Úrsula, su anterior pareja, aun figuraba como
residente en el mismo y para realizar cualquier gestión cara al ayuntamiento
de Madrid, necesitaba empadronarse en la ciudad con su nuevo domicilio.
Ya en su calle, observó como uno de los
ocupantes del Peugeot que permanecía parado cerca de casa la noche anterior,
estaba sentado en la terraza del bar el Orgullo de Valdepeñas, con un refresco
medio vacío sobre la mesa y haciendo como que leía el Marca. La sospecha de
Pedro Pablo de que les estaban vigilando, se iba haciendo cada vez más fuerte y
además tenía bastante claro que su padre, su hijo o ambos sabían el porqué.
En casa, Pedro Pablo puso su emisora favorita
de música clásica y encendió un palito de sándalo para contrarrestar el olor a
fritanga, repollo y meados de gato que procedía de la escalera. Luego observó
consternado que la camisa blanca que había llevado en su cita de la noche
anterior, conservaba aún los restos de la vomitona de Miriam. La aclaró y la
volvió a poner en agua con Blanco Nuclear ¡Nada como los productos de toda la
vida para obtener unos resultados satisfactorios en la colada! Tras una duchita
refrescante se puso las zapatillas y una cómoda chilaba de algodón que se había
comprado en Marrakesh en sus últimas vacaciones, cuando aún estaba con Ursulita. Envuelto por la
fresca tela y las notas del Adagio de Albinoni, el comercial estaba listo para
preparar una cena ligera a la par que nutritiva.
Don Ángel llegó a casa y tras darle de pasada
las buenas noches a su hijo, se fue a su cuarto a cambiarse. Cuando el mayor de
los Cogollo salió, su hijo ya había puesto la mesa. Para cenar había unas
verduritas salteadas ante las que Ángel Cogollo torció el gesto.
-Hijo, te he dicho que para mi no hagas cena.
Yo me como un bocata o una racioncita en el bar de Paco, no hace falta que te
molestes.-
-Mira papa, el medico te ha dicho que nada de
grasa, nada de sal y que hay que tomarse la medicación todos los días. Por
cierto, el lunes que viene te voy a acompañar a la médica a que te de un
volante para el neurólogo. Estoy muy preocupado por las cosas que andas
haciendo últimamente. Creo que tienes un problema de riego como el que tenía el
abuelito Andrés.-
-¡UNOS COJONES! Yo estoy perfectamente. Eres
mi hijo y puedes estar en esta casa todo el tiempo que necesites, pero ya está
bien de tratarme como si fuera gilipollas- Dijo Ángel Cogollo, cada vez más
enfadado.
-Por cierto ¿Tú sabes algo de la gente que nos
está vigilando, desde el numerito de la manifestación del otro día?-
-¡Me parece que el que tiene manía
persecutoria y necesita ir al neurólogo eres tú!- Dijo don Ángel, a gritos a la vez que
le hacia un gesto con el dedo a su hijo para que se callase y le cogía del
brazo para llevarlo hacia la puerta.
Contra su voluntad, Pedro pablo siguió a su
padre al descansillo de la escalera.
-Vamos a seguir cenando como si no pasase nada
y luego en la calle te cuento todo. Creo que nos han puesto micrófonos en el
piso- Dijo don Ángel con voz queda.
Algo en la mirada del anciano le decía a Pedro
Pablo que la cosa iba en serio. Acabaron la cena en silencio y luego se bajaron
a la calle con la excusa de tomar el fresco. Tras comprobar que el coche de la
víspera también estaba allí aquella noche, decidieron dar una vuelta por el
barrio para poder hablar a gusto.
-Papa, estoy muy asustado ¿En que follón
andáis metidos Fernando y tú?-
-¿Recuerdas la manifestación de hace dos días
“Asedia el Congreso”? –
-¡Como olvidarla papa!-
-Claro claro hijo, perdona a tu padre que ya
es viejo y se le olvidan las cosas…-
Siguieron andando y observaron como el
individuo que aquella tarde vigilaba desde el bar, les seguía a unos cincuenta
metros. Dirigieron sus pasos a la Plaza de Castilla y cruzaron hasta el
monumento que hay en el centro. El hombre que les seguía sólo pudo vigilarles a
distancia, para no descubrirse.
-Como te he dicho muchas veces, tu hijo es un
chaval muy capaz y buena gente, no el holgazán y el golfo que tú piensas que
es. De hecho, es un pequeño genio informático, que podría ganarse la vida muy
bien con sus conocimientos, pero como sabes, el dinero, al contrario que a la
mayoría de las personas, no es una prioridad para él. Vive su vida como quiere
y no hace daño a nadie. Es un ocupa, sí, pero él y sus compañeros han
recuperado un espacio que llevaba más de veinte años vacío y me gustaría que
vieses las cosas que hacen: Dan clases de un montón de cosas, proporcionan un
espacio a todo tipo artistas y lo que es aún más importante, acogen a familias
que a causa de la crisis se han visto en la calle.-
-Ya ya, todo eso está muy bien, pero no me
parece un motivo suficiente, para sufrir esta persecución- Dijo Pedro Pablo,
impacientándose por los rodeos que daba su padre antes de entrar en materia
-El caso es que desde hace tiempo, Fernando
colabora junto a otros jackers, con un colectivo que internacionalmente
investiga los chanchullos de los poderosos. El día de la manifestación, al
parecer, pensaban hacer públicas una serie de informaciones que podían hacer
tambalearse todo el sistema “democrático” español y europeo. Según me dijo mi
nieto, lo de Barcenas, la Gurtel o los ERE de Andalucía no son más que la punta
del iceberg de un saqueo generalizado a la ciudadanía por parte de unas
personas concretas con nombres y apellidos, algunas de ellas compatriotas
nuestras. Yo no se más del tema. Lo que si se es que ese mismo día, a Goyo, un
amigo de Fernando, lo atropellaron en Atocha y el coche se dio a la fuga. Otros
dos amigos de tu hijo que iban a venir a la manifestación, también han
desaparecido sin dejar rastro y la herida en la frente del día de la
manifestación no me la hice lanzándome contra los escudos como te dijo el
hijoputa del inspector Cantero. Es el culatazo de un antidisturbios que había
sacado su pistola para pegarle un tiro a Fernando, pero falló porque yo le
mordí en el brazo.-
-¡Que ganas tenéis de meteros en líos!- Dijo
el comercial, sin llegar a creerse del todo las palabras de su progenitor, pero
con un punto de inquietud ante los hechos que venía presenciando los últimos
días.
Finalmente, convencido por su hijo de que lo
mejor sería poner tierra de por medio una temporadita, don Ángel, consintió en
adelantar su marcha a San Gumersindo de la Polvorosa provincia de Zamora, el
pueblo de donde era originaria la familia y tenían una casa en la que pasaban
los veranos.
-En San Gumersindo, los Cogollo siempre nos
hemos sabido defender. Aún recuerdo los sitios secretos de la Sierra de la
Culebra que me enseñó mi abuelo, el último de una larga estirpe de bandoleros y
contrabandistas descendientes de aquel Jaime Cogollo “el Barbudo”. Por si no lo
sabes, “el Barbudo” era barquero de Moreruela y tuvo que echarse al monte, ya que
mató en duelo al hijo del conde ante la afrenta que aquel cacique le había infringido,
mancillando a la bella Mari Puri Ferrero Carro su enamorada.- Dijo don Ángel,
elevando orgulloso su barbilla mal afeitada.
-Yo he oído otra versión.- Dijo Pedro Pablo -El
Barbudo le robo las ovejas al conde y dijo que se las habían comido los lobos. Luego
le pillaron con la tal Mari Puri, que era puta, gastándose los cuartos en una
taberna cerca de la raya de Portugal. Además el hijo del conde, en realidad
murió de un atracón de judías con liebre en aquella taberna y acusaron a
nuestro antepasado y a la Mari Puri, de haberle envenenado, por lo que Jaime, hasta
que se olvidase el asunto, se escondió en la sierra.-
-Sea como sea, los Cogollo tenemos la jara y
el brezo de la sierra, en nuestro ADN y peñas arriba somos gente difícil de
batir-
Pedro Pablo tuvo que reconocer que a su padre
no le faltaba razón. Una de sus grandes pasiones era caminar por aquellas
soledades serranas, cámara de fotos al cuello, escuchando solamente el viento
moviendo la copa de los pinos.
Los dos hombres acordaron salir para el pueblo
el sábado por la mañana. Pedro Pablo quedaría a la espera de que Fernando
contactara con él, si es que aún estaba en Madrid y con lo que fuera ya
tomarían una decisión sobre que hacer. Luego regresaron a casa, como si no
pasase nada, seguidos a cierta distancia por el desconocido.
La
semana transcurrió sin noticias de Fernando ni de su novia Ariadna. Pedro Pablo
estaba inquieto por la suerte que hubieran podido sufrir los dos jóvenes, pero
la vigilancia policial seguía y eso significaba que aún no les habían podido
coger.
El viernes por la tarde, Pedro Pablo, llegó
pronto casa. Había quedado con Miriam y esa noche quería estar impresionante,
pero alguien le estaba esperando en el portal.
-Buenas tardes Cogollo, como está usted-
-¡Hombre! Inspector Cantero ¡Cuanto bueno por
aquí! ¿En que puedo ayudarle? La ha vuelto a liar mi padre… no me diga más. Voy
a pedir cita con el neurólogo. La enfermedad va a peor, igual igual que el
abuelito Andrés…-
-No, esta vez ha sido su hijo. No se si está
usted al tanto, pero su hijo además de un antisistema violento, también es un
ciberdelincuente y se ha apropiado de cierta información sensible que nos tiene
que devolver ¿No sabrá usted donde se mete, verdad Pedro Pablo?-
-Pues no, no lo se, desde el día de la
manifestación no se nada de Fernando - Dijo Pedro Pablo, manteniendo un tono
educado pese a la irritación que le producían acusaciones que aquel individuo
profería contra su hijo. –-Además inspector Cantero, como padre y también como
ciudadano que paga unos impuestos, impuestos de los que por cierto sale su
sueldo… Me gustaría saber, cual es esa “información sensible” que mi hijo,
según afirma usted ha sustraído y a quien afecta la misma.-
-¡Vaya! Sr Cogollo, le creía a usted inteligente
y abierto a colaborar… más con unos antecedentes de maltratador doméstico como
los suyos ¿Usted no sabe con quien está hablando, verdad? ¿Sabía que la palabra
de un policía tiene valor de prueba ante un juez y que según que juez le podría
mandar a la cárcel sin pensárselo dos veces si yo le acuso de andar acosando a
su ex? Píenselo Pedro Pablo, busque a su hijo, desvuélvanos esa información y aquí no ha pasado nada…- Dijo
el madero, con una sonrisilla venenosa aleteando en sus finos labios.
Pedro Pablo Cogollo, un hombre que normalmente
no se dejaba arredrar por las amenazas de ningún miserable, consideró más
inteligente en ese momento, mantener la boca cerrada. Así que, puso su mejor
sonrisa comercial y superando la ira que ardía en su interior y una cierta flojera
de piernas, contestó al policía de la siguiente manera:
-No se preocupe inspector Cantero, en cuanto
que sepa algo le llamo.-
Luego subió los escalones de tres en tres
mascando en silencio la rabia que sentía por haberse tenido que contener y no
pegarle cuatro guantazos a aquel tipejo. Por que aunque su hijo fuese un golfo
y un tarambana, era su hijo y era un Cogollo y los Cogollo no eran gente que
dejase tirada a uno de los suyos.
Pedro Pablo entró en el piso como un huracán.
Masculló un saludo y se encerró en su habitación con la excusa de “ponerse
cómodo”. Don Ángel estaba viendo un programa de televisión en el que unos tipos
fornidos, a bordo de embarcaciones fuera borda, masacraban unos pobres caimanes,
que nadaban tranquilamente en su pantano y apenas volvió la cabeza para
responder a su hijo.
Ya en su habitación, el comercial encendió uno
de esos palitos de sándalo de los que tanto le gustaban y puso en su ipad el
Minueto de Pier Luigi Bocherini en versión chill out. En lugar de relajarse, el
palito y la música acabaron de ponerle de mala hostia del todo. Se duchó y se
vistió con unos vaqueros y un polo Ralph Lauren de color oscuro, tras observar
que la camisa de su anterior cita con Miriam, estaba arruinada para siempre.
Sin afeitarse y con un cierto aire de rufián Pedro Pablo salió de casa a
grandes zancadas. Se despidió de Don Ángel, que estaba viendo un programa, en
el que unos norteamericanos blancos adornados con mucho oro, regentaban una
casa de empeños y trataban como basura a los negros pobres que allí acudían en
busca de un poco de dinero a cambio de sus míseras pertenencias. El decano de
los Cogollo emitió un gruñido por toda respuesta ante la despedida de su hijo.
Esta vez Pedro Pablo se llevó el coche, ya que
daba por hecho que iba a terminar la noche en el piso de Miriam.
Llegó a la Gran Vía y se tiró casi una hora
para aparcar. Si algo odiaba en el mundo Pedro Pablo, era llegar tarde a
cualquier cita. Así de un humor de perros, el comercial se dirigió a la plaza
de Callao, a la boca del metro donde había quedado con Miriam.
Sudoroso y jadeante vio a Miriam observando su
reloj al otro lado de la calle.
-Uf uf… Buenas tardes. Disculpa el retraso. He
venido en coche y me ha costado un triunfo aparcar. Da igual que sea verano o
invierno ¡Este Madrid es un asco!-
-Vale, no te preocupes, vamos a darnos prisa
que he quedado con unos amigos en Ópera ¿No te importa, verdad?-
Una luz de alarma se encendió en el cerebro de
Pedro Pablo. “Amigos”, el comercial veía alejarse sus expectativas de follar
aquella noche.
Llegaron a un bar con aspecto de mesón para guiris,
llamado la Rebotica que tenía una terraza con sombrillas y un sistema de
pulverizadores de agua de esos que “refrescan” el ambiente. Pedro Pablo, hombre
acostumbrado a los extremos climáticos de la meseta, llevaba bien el calor y no
necesitaba hidratación externa de ningún tipo.
Un par de tías bastante feas y viejas y tres
tíos formaban el grupo con el que Miriam se había dado cita. Dos de los hombres
le parecieron inofensivos. Uno era claramente gay y el otro, un gordito calvo,
con una higiene personal manifiestamente mejorable como pudo constatar la
sensible nariz de Pedro Pablo. Pero el tercer miembro masculino… Aquello era
otro cantar ¡Menudo ejemplar! Alto y musculoso, con una hermosa mata de pelo
rubia, dos grandes ojos azules de mirada dulce y una bella y blanca sonrisa
como de anuncio de pasta de dientes. Era un hombre bello y a la vez varonil.
Además, como pudo comprobar, era muy simpático e ingenioso y mantenía con elegancia cualquier
conversación.
Alfredo, que así es como se llamaba el
guaperas, le ponía ojitos a Miriam y esta, que como había podido comprobar de
primera mano la semana anterior, no era de piedra, tampoco permanecía ajena a
los encantos del rubiales.
Los pulverizadores de los cojones, ablandaban
el pan y le daban a las patatas de la tabla de salsas, una consistencia como de
chicle chupado al que le ha dado el sol. Además la cerveza estaba calentorra y
tirada con poco gas. Pedro Pablo aguantó estoicamente entre Miriam, que todo el
rato estaba vuelta hacia el bello Alfredo y el gordo que además de guarro, fumaba
un pitillo detrás de otro. Finalmente llegó la hora de pagar. Tras abonar la
cuenta a escote, propusieron ir a tomar una copa a un local de las Vistillas,
pero Pedro Pablo se despidió del grupo alegando que al día siguiente se tenía
que ir de viaje, lo que por otra parte, era verdad.
Al despedirse de los comensales de aquella
inesperada cena, Pedro Pablo pudo ver en los ojos de Miriam un cierto reflejo
de desilusión y también una súplica. No es que él no fuese un hombre capaz de
entregarse a una relación amorosa en cuerpo y alma, pero su último desastre
sentimental estaba aún muy reciente y no quería lanzarse a la piscina sin tener
claro que había agua. Además, aunque no era de los que se rajan ante las
dificultades, su desventaja ante un sujeto tan impresionante como el tal
Alfredo era evidente. Era más joven, más alto, más guapo y por lo que le había
oído durante la velada, al parecer tenia un negocio de importación-exportación
que marchaba viento en popa, vamos ¡Un auténtico triunfador! No como él, que
rondando el medio siglo, estaba solo y tenía que vivir en casa de su padre.
Tal vez el bálsamo del tiempo, restañaría las
heridas de su alma y algún día el pájaro enjaulado que era su corazón podría
volar libre de nuevo.
En estos pensamientos cursis andaba Pedro
Pablo camino del coche, cuando pudo ver parado en la esquina donde había
aparcado, un camión de la basura que estaba recogiendo los cubos de la calle.
Un chirrido metálico de roce de chapa con chapa le hizo salir de su ensoñación.
El camión de la basura al girar, le había endiñado un golpe al intermitente
delantero destrozándolo. El comercial corrió detrás de los basureros pero estos
enfilaron una calle más ancha, aceleraron y ante la imposibilidad de
alcanzarlos, tuvo que desistir de su persecución. Al mes siguiente tenía que
pasar la ITV y además lo tenía asegurado a terceros, por lo que cualquier daño
sin contrario, lo tenía que pagar de su bolsillo.
Ya en casa Pedro Pablo se fue a la cama
abatido y desazonado por como se habían desarrollado los acontecimientos del
día. Antes de acostarse vio que tenía correo electrónico sin abrir. Ya lo vería
al día siguiente, seguro que con la suerte que tenía se trataba de malas
noticias.
Pedro Pablo durmió toda la noche del tirón.
Madrugó y tomó un desayuno a base de fruta. Luego bajo a la calle y comprobó
los daños en el Audi. Casi no tenía dañada la chapa, pero el plástico del
intermitente ya no tenía arreglo.
Condujo hasta un polígono industrial que hay en San Martín de la Vega, donde la
mayoría de las empresas son chatarrerías y desguaces de coches. En Desguaces el
Baturro, “Especialistas en Mercedes, Audi y BMW”, el comercial encontró un
juego completo de intermitentes que valían para su Audi 100 un modelo que ya
no se fabricaba desde hacía más de una década y que tan solo le costaron,
veinte euros.
Con el intermitente
arreglado, Pedro Pablo volvió a casa y encontró a su padre desayunándose un tazón
de café con leche con galletas María. Juntos hicieron las maletas con las cosas
que don Ángel podía necesitar para pasar el verano en el pueblo y partieron
seguidos en todo momento por el Peugeot que desde hacía días estaba estacionado
en su calle.
Al atravesar la
sierra de Madrid por el túnel del Guadarrama, se abre inmensa, la llanura de la
vieja Castilla. Una tierra austera, casi desolada. Sobre lejanos oteros apenas
quedan en píe cuatro piedras de los castillos que en un pasado guerrero y feroz
dieron nombre a esta tierra. En las ciudades que jalonan la autovía,
esplendidas construcciones hablan de riqueza pasada, inmensos rebaños, tratados
y antiguas guerras.
Llegando a Benavente
se cruza el río Esla, por primera vez en el viaje por un puente de piedra. En
el puente, la Junta de Castilla-León ha puesto en un robusto caballero de piedra
que mira a la llanura con la lanza apoyada en el hombro. Sin duda los antiguos
castellanos debieron se así: Hombres algo toscos, agricultores, ganaderos o
guerreros según el ritmo de las estaciones. Pocos kilómetros después, desde lo
alto de una cuesta, se ven las primeras estribaciones de una serie de serranías
bajas, que terminan en el macizo Galaico-Leonés. En este punto Pedro Pablo
detuvo el coche y ambos Cogollo se apearon del mismo para observar las suaves
ondulaciones de la Sierra de la Culebra, que azuladas, se perfilaban en el
horizonte.
Antes de llegar al
pueblo hay que volver a cruzar la cinta de plata del Esla, encajonada entre
profundas gargantas. San Gumersindo de la Polvorosa, se encuentra en el pie de
monte de la Sierra de la Culebra, en un valle excavado por un arrollo, seco en
verano pero con agua en invierno y que va a morir en el río. Un pueblo de
apenas doscientas casas en el que se encuentran mezcladas construcciones
antiguas, con modernas sin ningún tipo de criterio.
En contraste con el anonimato de la ciudad, en
el pueblo todo el mundo conocía a los cogollo, incluso muchos habitantes del
pueblo estaban emparentados con ellos. Pedro Pablo pasó el fin de semana entre
saludos y visitas “imprescindibles”.
De vuelta en Madrid el domingo por la noche,
Pedro Pablo echo un vistazo al móvil al que no había hecho ni caso en todo el
fin de semana, entre otras cosas, por que en San Gumersindo no hay cobertura.
Vio que tenía varias llamadas y mensajes de Miriam. Decidió que lo mejor sería
hablar con ella al día siguiente y poner las cartas boca arriba. También tenía
varios correos, la mayoría sin importancia, pero uno de ellos le llamó
especialmente la atención. Se trataba de una oferta para recibir cursos de yoga
capaces de mejorar, desde tus relaciones laborales, hasta tus orgasmos y que
impartía un santón hindú de nombre Miriquituli Potinga Potángala. A Pedro Pablo
se le encendió una lucecita en la cabeza. Aquel era el nombre de un juego de
palmitas que su madre le había enseñado de niño y que a su vez él le había
enseñado a Fernando.
Pincho el enlace y accedió a la web del yogui
Miriquituli Potinga Potángala. El rostro de su hijo apareció en la pantalla y un
texto fue surgiendo sobre el fondo de la cara del menor de los Cogollo.
Hola papa:
Si estás
viendo este video. Es que estoy en problemas y necesito tu ayuda. Siento
haberte metido a ti y al abuelo en este lío, pero se que sois buenas personas y
que la gente os importa.
Necesito
que vayas a la siguiente dirección:
PRODUCTOS
QUÍMICOS VIUDA DE CORROCHANO E HIJOS CB.
Avda.
Real de Pinto 17
28053
MADRID
Es una empresa que cae por tu zona habitual de
trabajo, pregunta por el encargado y dile “Parece que hoy hace todavía más
calor que ayer” El te contestará “Lo peor está aún por venir”. Allí te
entregaran algo y te darán instrucciones sobre que hacer con ello.
Han
tratado de hackear tu ordenador, pero yo me he adelantado hace bastante tiempo
y filtro la información que los que nos espían reciben. Espero que puedas
perdonarme esa pequeña intromisión en tu intimidad, bastante aburrida por
cierto.
Os
quiero a ti y al abuelo y no voy a permitir que nada malo os pase. Mama no
tiene ni idea de nada y así debe de seguir. Necesito que confíes en mí a pesar
de que hasta ahora no lo has hecho mucho…Ariadna me apoya en lo que estoy
haciendo, al igual que otros amigos comprometidos con nuestra causa.
Por
favor, entiendeló, no intentes ponerte en contacto conmigo, pondrías a mucha
gente en peligro y facilitarías que unos importantes malhechores, se saliesen
con la suya. Cuando necesite decirte algo, te mandaré de nuevo este correo.
Te
quiere tu hijo Fernando.