Aquella mañana Pedro Pablo llegó tarde al trabajo, algo que
no sucedía desde hacía años. Se dirigió a la sala acristalada, donde ya estaban
reunidos los comerciales. Entró mascullando una excusa y ocupó el único sitio
que quedaba libre. Tras la consabida charla “motivadora” de Fernández de los
Ríos, la cual, básicamente consistía en recordarles “que no le resultaban
rentables a la empresa” y “que como no cambiaran la tendencia negativa,
estarían todos despedidos a final de mes”. El jefe de ventas dio por terminada
la reunión, pero antes de que cada uno se marchase a su zona, Carlos Fernández
de los Ríos ordenó a Miriam y a Oswaldo de Jesús al departamento de personal.
Eso sólo podía significar una cosa…
Pedro Pablo se quedó remoloneando por la recepción de Transportes
Butragueño, haciendo como que leía los papeles colgados en el tablón de
anuncios. A los veinte minutos salieron. Oswaldo de Jesús hecho un mar de
lágrimas, colgado del hombro de una Miriam cariacontecida, pero que a pesar de
todo trataba de dar ánimos al colombiano.
El veterano comercial les llevó a desayunar. Tras unas enormes porras mojadas
en café con leche, los dos cesantes parecieron recobrar un tanto los ánimos.
Luego Pedro Pablo les dejó en la boca del metro, con el compromiso de que hablaría
con Miriam tras la jornada laboral para ver en qué podía echarles un cable.
De camino a su zona, con el Audi sucio y algo destartalado
tras el fin de semana, el comercial pasó por delante de Transportes Butragueño.
En ese momento un BMW negro salió del parking sin respetar el stop y obligando
a Pedro Pablo a pegar un brusco frenazo. Tras el bocinazo y los improperios de
rigor, cayó en la cuenta de que el coche negro que aceleraba unos cuantos
metros por delante, no era otro que el de Carlos Fernández de los Ríos. Dejó
distancia y decidió seguir al jefe de ventas, sin saber muy bien a priori qué
hacer ni qué decir cuando se encontrase frente a él.
El BMW se dirigió hacia las afueras del polígono. En una de
las calles que dan al descampado el coche negro aminoró su marcha. Varias prostitutas
en pelota picada exhibían sus marchitos encantos, ante un tráfico incesante de
vehículos ocupados por hombres solos.
Carlos Fernández de los Ríos se paró junto a una morena con
las tetas gordas, bajó la ventanilla y se puso a negociar el precio. Una vez
que ambas partes quedaron de acuerdo, el jefe de ventas abrió la puerta y la
tetona se sentó en el asiento del copiloto.
Pedro Pablo con su smart phone de última generación
inmortalizaba la escena desde una gasolinera próxima. Luego en el wasap buscaba
la dirección del jefe de ventas y le daba a enviar.
El comercial se dirigió a la dirección que le había dado
Fernando en el vídeo de la víspera. Se trataba de una fábrica bastante grande.
Aparcó y tal y como le había pedido su hijo en el mensaje, preguntó por el
encargado. Un hombre joven, vestido con ropa de trabajo, el pelo largo y un par
de llamativos aros en la oreja derecha salió a la recepción.
-Buenos días ¿En que puedo ayudarle caballero?-
-Buenos días. Parece que hoy hace todavía más calor que
ayer…-
-Lo peor está aún por venir… ¿El señor Cogollo, supongo? Acompáñeme-
Dijo el melenudo conspirador que no las tenía todas consigo viendo la pinta
demasiado políticamente correcta del padre de Fernando.
En el almacén de Viuda de Corrochano e Hijos CB, rodeados de
bidones con productos químicos, ambos hombres entraron en una pequeña oficina. El
encargado de la fábrica, de nombre Manolo, sacó un sobre amarillo de esos que
tienen plástico de burbujas por dentro y se lo entregó al comercial.
-Debe hacer llegar este sobre a la dirección que pone en la
solapa lo antes posible, si puede ser hoy mismo-
Pedro Pablo conocía la dirección. Era un polígono cercano a
su antigua vivienda a no más de quince minutos del lugar en el que se
encontraba en ese momento.
-Voy a ir ahora mismo- dijo decidido a zanjar aquel
peliagudo asunto cuanto antes. -¿Se puede saber qué contiene ese sobre?-
Preguntó Pedro Pablo, aún con un cierto poso de duda ante las extrañas
actividades de su hijo y lo rocambolesco de la situación.
-Cuanto menos sepa, mejor para usted y para todos. Sólo le
puedo decir que es un disco duro, pero ignoro la información que contiene.
Seguramente le han seguido hasta aquí. Nos jugamos la seguridad de mucha gente.
Vaya en una furgoneta de reparto de las nuestras y deje aquí el coche-
Pedro Pablo obediente, hizo lo que Manolo le dijo y se
dirigió a la dirección indicada. Allí un individuo que lucía unas pobladas
patillas decimonónicas y un gorro de lana con bastante mierda pese a los
treinta y muchos grados de temperatura
ambiente, se hizo cargo del sobre. En el camino de vuelta, le pareció ver por
el espejo retrovisor, un Peugeot de color oscuro como el que llevaba tantos
días vigilando su calle. Aceleró un poco y cuando llegó a la fábrica de Viuda
de Corrochano e Hijos, lo hizo solo, sin ningún coche sospechoso a la vista.
Pedro Pablo había puesto en silencio el móvil, porque no
quería que nadie le molestara mientras cumplía con el encargo de su hijo. Al
volver a activar el sonido vio en la pantalla una decena de llamadas perdidas
de Carlos Fernández de los Ríos y un mensaje en el que le citaba para hablar
“sobre lo ocurrido” junto al monumento del Sagrado Corazón del Cerro de los
Ángeles, sobre las dos de la tarde.
Tras unas cuantas gestiones con pocos resultados tangibles,
Pedro Pablo se dirigió al lugar de su cita con el jefe de ventas, pasándose
antes por un área de servicio para dejar el coche como a él le gustaba llevarlo
¡Absolutamente impecable! Al guardar la bayeta y la cera abrillantadora en el
maletero, el comercial vio la caja de puros King Eduard que contenía a
“Margarita”, la pistola de su padre, de la que se había olvidado completamente.
Sin pensárselo dos veces, cogió el arma y se la metió en la parte de detrás del
pantalón de manera que la americana la tapase.
Pese a estar rodeado por varias autopistas, líneas de tren
de alta velocidad, polígonos industriales y urbanizaciones, este cerro testigo
en el que tradicionalmente se sitúa el centro geográfico de la Península
Ibérica, es un remanso de paz. Pedro Pablo comenzó el ascenso entre los pinos.
Era un sitio en el que con frecuencia paraba a medio día a comerse la fiambrera
y a estirar las piernas antes de seguir con las visitas de la tarde.
En la cumbre del cerro hay un monasterio y una estatua de
Jesucristo sobre un alto pedestal. A los pies de la estatua nueva, hay una
estatua antigua que las tropas republicanas que defendían Madrid se dedicaron a
fusilar durante la guerra. Cada vez que veía esa estatua, Pedro Pablo pensaba
“Cómo no iban a perder la guerra haciendo esas gilipolleces…”
Junto a la estatua tiroteada estaba aparcado el BMW del jefe
de ventas. Pedro Pablo aparcó unos metros más allá y se bajó del coche
abrochándose la chaqueta. Carlos Fernández de los Ríos también bajó. Llevaba
unas gafas de sol de un tamaño desmesuradamente grande. Aquellas gafas
acompañadas de un casco y una máscara de oxígeno, perfectamente podían formar
parte del equipo de un piloto militar de F-18. El jefe de ventas iba fumándose
un pitillo y lo primero que hizo fue echarle el humo directamente a la cara a
Pedro Pablo.
-¿De qué vas Cogollo? ¿Qué pasa que ahora te dedicas a
seguirme?-
-No Carlitos, yo me dedico a trabajar, como he hecho
siempre… Me importa un pepino lo que hagas o dejes de hacer, pero no estoy
dispuesto a tragar con la injusticia que has cometido con Miriam y con Oswaldo.
Los dos son muy trabajadores y total… la empresa les paga una mierda. Si tienes
algo contra mí ahora es el momento de hacérmelo saber.-
Tras volverle a echar el humo del cigarrillo, el jefe de
ventas habló así:
-Así que estás interesado en la putita de la Miriam… ¿O la
putita en la que estás interesado es el sudaca? Va a ser eso… ¡Tan modosito
siempre! Yo creo que eres un poquito julandrón. Pues que sepas que cualquiera
de los dos me hubiera comido la polla con tan solo haber chasqueado los dedos…
Es más, igual los readmito y les doy por culo a cambio ¿Qué te parece viejo?-
A Pedro Pablo, un hombre habitualmente de buen carácter, le resultaba
absolutamente intolerable aquel menoscabo hacia personas a las que quería y
apreciaba. Hablando con lentitud, casi arrastrando las palabras, el comercial
respondió a las provocadoras palabras del jefe de ventas
-Mira, tarado hijo de puta, te voy a decir lo que vamos a
hacer: Hoy mismo vas a readmitir a los dos. Di que te has equivocado o lo que
te salga de los cojones, pero mañana quiero ver en el departamento a Oswaldo y
a Miriam a primera hora de la mañana. ¿Lo has entendido?-
-¿O si no qué….?- Dijo Fernández de los Ríos con una sonrisa
socarrona.
Antes de que pudiera ni siquiera pestañear, Pedro Pablo le
arrimó tal hostia con la mano abierta en toda la cara, que las gafas de sol y
el pitillo del jefe de ventas salieron volando por los aires.
Tras los primeros instantes de estupor, Fernández de los
Ríos se rehizo. Iba a machacar a aquel viejo, que además de doblarle la edad
aparentemente no tenía media hostia. El jefe de ventas estaba completamente
seguro de poder con el comercial, no en vano pasaba largas horas haciendo
dolorosos ejercicios en los aparatos del gimnasio para lucir percha y
musculatura. Con esta idea fija en su mente, se abalanzó sobre Pedro Pablo,
pero éste dio un rápido paso atrás, sacó a “Margarita” del cinto y le puso el cañón debajo de la nariz.
-No muevas un músculo o te vas a tener que sujetar con
esparadrapo las gafas horteras esas que gastas-
Fernández de los Ríos temblaba de pies a cabeza. Tras unos
instantes en esa postura, el comercial bajo el arma y se la volvió a guardar.
En el fondo aquel mequetrefe le daba un poco de pena.
-Esta conversación no ha tenido lugar. Cuando llegues a la
oficina dices que ha sido un error tuyo, que sí que estaban cumpliendo
objetivos y los readmites ¿Lo has entendido?-
-Sí sí ahora mismo… pero por favor ¡No me hagas nada!-
Finalmente Pedro Pablo se quedó solo en la cima del cerro.
Cogió la caja de puros y metió la pistola dentro. No creía que Fernández de los
Ríos fuese a decir nada de la conversación que había tenido lugar, además no
había testigos de la misma, pero lo mejor que podía hacer era deshacerse de
Margarita y tratar de volver a su vida anterior una vez que se resolvieran los
problemas de su hijo. Anduvo un rato por el pinar para aclarar sus ideas,
finalmente escondió la caja con la pistola en el tocón hueco de un pino cortado
y se alejó en dirección al coche.
Pese a que la mayoría de empresas hacían horario de verano,
el comercial consiguió aquella tarde cerrar un par de operaciones pequeñas tras
las que llevaba bastante tiempo. Pedro Pablo estaba en el coche organizando el
papeleo, cuando sonó un mensaje en su móvil. Era de Miriam.
Hola Pedro Pablo,
Oswaldo y yo hemos encontrado trabajo. Te invito esta noche a cenar para
celebrarlo.
Inmediatamente llamó a Miriam pensando que el trabajo que
habían encontrado era el que hasta aquella mañana tenían Oswaldo y ella en
Transportes Butragueño, pero la bella comercial le informó de que en realidad era
como comerciales en reuniones tupper sex para Fresa y Menta Distribuciones, la
empresa de Melchor Cerrudo. El jefe de ventas les había llamado a primera hora
de la tarde pero como ya le habían dicho que sí a Cerrudo y las condiciones
eran mejores, habían rechazado la oferta de readmisión. Pedro Pablo sintió una
punzada de pena, pero su corazón generoso se alegró de que hubiera conseguido
un trabajo mejor aunque fuera lejos de él.
Al final la cosa quedaba en que a las nueve Pedro Pablo y
Miriam quedaban para una cena ellos dos solos en casa de Miriam. Después de un
día difícil parecía que por fin las cosas comenzaban a arreglarse. Pedro Pablo
se fue a casa más contento que unas castañuelas.
Para variar, aquella tarde encontró sitio en su barrio a la
primera, justo un par de plazas por detrás del Peugeot de color oscuro de los
hombres del inspector Cantero.
Ya en casa, Pedro se afeitó la poblada barba que comenzaba a
oscurecer su rostro, una herencia sin duda de su antepasado Jaime el Barbudo,
el legendario bandolero. Se duchó y se aplicó en sus partes pudendas un
producto a base de feromonas masculinas de ocelote que había comprado por
Internet a Fresa y Menta distribuciones. Tras constatar que la entrepierna le
olía a gato muerto, se duchó de nuevo, esta vez con jabón Lagarto. Especial
atención prestó a su higiene bucal. Tras el cepillado, se paso la seda
concienzudamente por los espacios interdentales. Es bien sabido que la lengua
es un órgano habitualmente plagadito de bacterias y otros microorganismos
indeseables y esa noche Pedro Pablo la pensaba utilizar de lo lindo, por lo que
se la cepilló con Perborato Dental del Doctor Jiménez. Remató la faena con unas
gárgaras de colutorio y unas gotas de su fragancia favorita, Eau de Gorilé, un
toque floral pero muy masculino.
Vestido con ropas frescas de lino, el comercial se dirigió
al encuentro de su amada. Miriam había estado cocinando toda la tarde. Un pollo
con ciruelas pasas, aromatizado con especias y un chorro de brandy, se asaba en
el horno llenando el piso con su delicioso aroma. La comercial llevaba un corto
vestido de tirantes y debajo del mismo sólo unas delicadas braguitas de encaje
como pudo apreciar Pedro Pablo, que andaba más caliente que el pollo del horno.
La opípara cena dio paso a la conversación íntima con una
copa de vino en la mano.
-¿Por qué te fuiste el otro día? Lo pasamos fenomenal por
los bares de las Vistillas ¿Es que no estabas cómodo?-
-La verdad es que pensé que entre tú y Alfredo había algo y
sinceramente viéndole a él y viéndome a mí…-
-Alfredo solamente es un amigo. Sí es verdad, está muy
bueno, pero tú eres un hombre tremendamente varonil… con esos pelos entrecanos
que te nacen en la espalda algo encorvada, esa barriguita prominente o ese
principio de alopecia que me vuelve loca. No debería seguir pegándole al
morapio o voy a acabar perdiendo los papeles como el otro día…- Dijo Miriam
acercando su rostro al de Pedro Pablo, mientras en el equipo de música sonaba
el tema central de la película Oficial y Caballero “Up where we belong”
Quién sabe lo que trae
el mañana
En un mundo en el que
pocos corazones sobreviven.
Todo lo que sé, es cómo
me siento
Sé que es real y rezo
una oración…
Ambos agentes comerciales se fundieron en un húmedo beso,
primero en el sofá y luego en todas las superficies tanto horizontales como
verticales que fueron encontrando camino del antaño mancillado lecho conyugal
de Miriam y que aquella noche se transformaba en la nave que conducía sus
cuerpos sudorosos a una tierra prometida de vida y de dicha.
Con los testículos vacíos y el riego sanguíneo bombeado
desde un corazón al que le habían nacido alas volviendo a circular por el
cerebro, Pedro Pablo que curraba al día siguiente y no tenía allí ninguna de
las cosas imprescindibles para un correcto descanso como: Su antifaz, su pijama
de hilo o su almohada de látex natural, se despidió de una Miriam algo
desilusionada con un beso cariñoso y la promesa de que al día siguiente los
primeros rayos del Astro Rey les iluminarían juntos en el lecho.
Pedro Pablo caminaba por las calles vacías en dirección al
coche. Si se espabilaba todavía dormía unas buenas cuatro horitas, luego una siestecita
en el Audi a medio día… suficiente para al día siguiente volver a darlo todo en
sus obligaciones, tanto laborales como en las sexuales recientemente
adquiridas.
Abrió la puerta del coche. Puso las llaves en el contacto y
cuando se iba a abrochar el cinturón, sintió cómo unas fuertes manos aferraban
su cabeza contra el asiento. Luego un pinchazo en el cuello y unos instantes
después, el negro vacío de la inconsciencia.
Despertó con un regusto amargo en la boca. Aunque estaba
oscuro, el lugar donde se encontraba tenía algo que le resultaba vagamente
familiar. Extendió la mano hasta donde intuía que había un interruptor de la
luz y lo pulsó. Aún estaba bajo los efectos de algún fuerte narcótico y sus
ojos no se habían acostumbrado a la luz. Poco a poco se fue ubicando. Estaba en
el dormitorio principal del chalet que hasta su separación había compartido con
Úrsula. Estaba sentado en la cama y con la pistola de su padre sobre el regazo.
Miró el arma sin comprender muy bien cómo ambos habían llegado hasta allí.
Luego se incorporó y dio unos pasos tambaleantes hacia la puerta. En su camino
tropezó con un objeto redondeado que rodó un trecho. Cuando Pedro Pablo bajó su
vista para ver con qué se había tropezado, observó horrorizado el rostro bovino
de su ex que le miraba sin expresión ¡Alguien había separado la cabeza del
cuerpo de Ursulita, el cual yacía unos metros más allá en un gran charco de
sangre!
Ahora sí que estaba metido en un lío de verdad. Alguien le
había tendido una trampa… y no iba a tardar en venir a cobrar su presa. Respiró
hondo y trato de aclarar su mente. Tenía la ropa toda manchada de sangre. Buscó
en el armario y encontró un chándal del Real Madrid sin estrenar que le había
regalado Úrsula poco antes de su separación. Se quitó las ropas manchadas y se
lo puso. No le quedaba bien con los zapatos, pero ese era ahora el menor de sus
problemas. Cogió la pistola y se encaminó escaleras abajo.
En la planta baja del chalet lo que vio confirmó todos sus
temores. Florin y Dimitri estaban muertos cada uno con un tiro en la cabeza y
Denisa… ¡Lo de Denisa superaba cualquier aberración que Pedro Pablo hubiera
imaginado para la asistenta! Estaba tumbada sobre la mesa de la cocina. Restos
de sangre y masa encefálica chorreaban por el televisor, el cual estaba
emitiendo imágenes de gente tonificada muscularmente usando un novedoso aparato
para hacer abdominales, que se podía adquirir por tan solo 69 € más gastos de
envío. Denisa tenía los ojos abiertos como platos. Junto a su mano un pitillo
se había consumido sobre la mesa, dejando un cerco de quemado y nicotina. Su
asesino le había bajado los pantalones y le había introducido por el ano un
botellín de Mahou. Pedro Pablo sobrecogido, deseó fervientemente a pesar de las
diferencias que había tenido en vida con la difunta, que la violación anal se
hubiera producido post mortem para que la asistenta rumana se hubiera ahorrado toda
esa humillación y sufrimiento antes de dejar este mundo.
El ruido de una sirena de policía se iba haciendo cada vez
más cercano. La trampa se cerraba sobe el comercial. Pedro Pablo abrió la
puerta de la cocina que daba al patio trasero del chalet. Solamente le separaba
el chalet del vecino de la inmensidad oscura del campo hasta las lejanas luces
de la ciudad.
Pedro Pablo saltó la valla de su antiguo chalet. Ya en el
patio del vecino, cuando se disponía a dar el salto hacia el descampado, oyó un
gruñido a su espalda. Al volverse vio un perro pequeño, de esos que parecen un
zorrito, un perrito como el que lleva Paris Hilton en el bolso. El comercial, aliviado
por el diminuto tamaño del perro, siguió a lo suyo ignorando al can que cada
vez gruñía más cabreado. Ya estaba a punto de brincar cuando sintió un dolor agudo
en la pantorrilla. El jodío chucho le estaba mordiendo la pierna. Le sacudió
una patada, pero volvió a arremeter contra él aún más enfurecido si cabe. Lo
que tenía de pequeño lo tenía de cabrón. Las sirenas de la policía sonaban cada
vez más cerca y una luz se encendió en la segunda planta del chalet. La
situación se volvía desesperada por momentos. Pedro Pablo tuvo que optar por
una solución extrema. Sacó la pistola y apuntó con ella al perrito. Una
llamarada salió por la bocacha del arma. El impacto levantó una nube de tierra junto
a la agresiva mascota la cual retrocedió unos pasos atrás. Luego, tras un
instante de incertidumbre en el que el comercial siguió encañonándole con el
arma, el perrito salió corriendo como una exhalación hacia su caseta, donde se
metió y no volvió a salir. Justo cuando un coche patrulla llegaba a la puerta
de su antiguo chalet, Pedro Pablo saltó la valla y se perdió en la noche del
extrarradio.
Dr Miriquituli.