Vuelve el puñetero veranillo del membrillo como una
maldición para todos los que como Jeanette tenemos “un corazón de poeta” y el
oro viejo de las hojas de los árboles otoñales nos provoca una congoja
sensiblera propicia al advenimiento de las musas. Un anticiclón se ha hecho
fuerte en la Península Ibérica y lleva camino de joder lo que prometía ser un
año glorioso en la recolección de setas silvestres. Esperemos que pronto vuelva
la lluvia haciendo que el paso del verano al invierno no sea tan abrupto como
la experiencia nos dice que es los años de verano interminable.
Con el repentino buen tiempo se ha reactivado con fuerza la
actividad de los insectos, en especial la de esa familia tan molesta conocida genéricamente
como moscas, voy a narrar mi experiencia con algunas de ellas.
En el difícil intento de bajar del peso crucero al
semipesado, trato de hacer cinco comidas al día. Comer poco pero muchas veces,
esa es la regla de oro de la alimentación del deportista de “elite”, por eso me
llevo almuerzo al trabajo. Por no tirar la basura todos los días, algunas
peladuras de fruta han fermentado en la papelera de mi despacho dando lugar a
la eclosión de un enjambre de drosophilas melanogaster o moscas de la fruta. He retirado y lavado la
papelera donde eclosiono la plaga de pequeñas moscas rojitas, pero un creciente
número de ellas sigue volando por mi oficina, ajenas a que su final está cada
vez más cerca. Cualquier madrugada clara que baje la temperatura por debajo de
los cero grados centígrados, serán solo un recuerdo difuso del buen tiempo.
El finde pasado por fin pude meter mano a la finca, que buena falta le hacía...
El trozo donde tengo mis animales, unos dos mil metros cuadrados, llevaba sin
limpiarse desde el principio del verano, algo más de tres meses. Contando sólo
al perro cuyos excrementos con mucho son los más asquerosos de la “granja
Miriquituli”, a razón de dos al día por cien días aproximadamente, nos dan la
nada despreciable cantidad de unas doscientas cacas de perro. El perro,
teniendo espacio, caga todo lo lejos que puede del lugar donde come y bebe, en
este caso en una zona donde aunque seca
permanece aún una buena parte de la hierba que creció la pasada primavera. Mi
trabajo en la finca el pasado fin de semana ha consistió en retirar esos
cientos de excrementos de perro situados en zona difícil. Para este fin me he
servido de una especie de escoba-rastrillo de láminas de acero y una pala.
Según rastrillaba-barría las cacas, la hierba vieja se desprendía dejando una
alfombra rala de hierba nueva, que seguramente no llegara a florecer ni
espigar, muriendo con las primeras heladas. El caso es que esa hierba muerta
mezclándose con los moñigos hacía algo menos asquerosa mi ingrata labor.
Mientras llevaba las carretillas al estercolero que hay justo en el límite del
terreno, un enjambre de moscas rabiosas de las variedades musca domestica y
chysomya megacephala o “mosca de
los excrementos” acometía enérgico el
montón de zurullos que removidos del suelo se presentaban con renovada
jugosidad ante los ojos compuestos de los fastidiosos bichos.
Para este fin de semana que se presenta igual de soleado,
tengo prevista la limpieza de lo que queda. Esto son palabras mayores ¡Catorce
carretillas de estiércol del borrico saqué la última vez! La limpieza de la
cuadra y el corral de Homero, tiene algunas ventajas sobre la que llevé a cabo
la semana pasada en el terreno donde se alivia mi perro Canelo. La caca está
localizada en pocos metros cuadrados y de largo los excrementos de un herbívoro
estricto son mucho menos asquerosos que los de los animales que consumen carne
de otros animales. Localizada en los establos se encuentra otra insecto
conocido como “mosca” es la stomixys calcitrans conocida coloquialmente
como “mosca brava o mosca de establo” este verano he sufrido en mis piernas
desnudas los mordiscos de este despiadado bicho.
Mientras limpio, saco al burro a pastar algunas plantas que permanecen verdes hasta
la llegada del frío. La hierba nueva, algo falta de agua, no parece que a ojos
del jumento represente una comida lo suficientemente sustanciosa aún. Al paso
que va el otoño, seguramente no lo sea hasta la próxima primavera. Mientras
pasta los matorrales antes mencionados, al poco rato observo como cabecea y
sacude las orejas con desesperación. Pese a que el interior de sus orejas está
lleno de un pelo largo y fino, unas pequeñas mosquitas se introducen dentro, se
adhieren a las paredes y le chupan la sangre al pobre Homero. Con un trapo le
limpio el interior de las orejas. Cuando saco el trapo este sale lleno de hematobias
irritans aplastadas y ahítas de sangre. Si la insectación es muy grande, la
sangre podría llegar a chorrearle de las orejas al burro. He probado varios
repelentes de insectos, en spray, rollón y collar, todos son poco efectivos. Lo
único que parece evitar que estos bichos ataquen al sufrido animal, es untarle
el interior de las orejas al borrico con un trapo empapado en aceite. Esto no
repele a las mosquitas, pero al menos impide que se le puedan pegar a la pared
interior de la oreja para alimentarse de su sangre como minúsculos vampiros.
Por último, aunque no voy a cambiar ahora nada ya que es más
bien una labor de primavera que de otoño, querría hablarles de cómo combato
otra plaga de moscas. El bichejo en cuestión es la bactrocera oleae o
“mosca del olivo” que se alimenta de la pulpa de la aceituna afeando su aspecto
y calidad. Esta resulta la plaga más grave en términos económicos que afecta a esos chaparros
árboles-monumento de dura madera gris. En la agricultura comercial convencional
se utilizan profusamente substancias insecticidas que al final acaban en los
estómagos de golondrinas, murciélagos y otros muchos animales insectívoros, o
lo que es peor, en los nuestros, al consumir el aceite o las aceitunas tratadas
con estos nocivos productos. El remedio que utilizo para combatir esta plaga
es: colocar cada dos o tres árboles unas botellas de plástico (Las de agua de
litro y medio son perfectas) rellenas a la cuarta parte con una mezcla de agua,
vinagre y un poco de azúcar. A las
botellas se les pone un trocito de alambre para fijarlas a las ramas y se les
hacen tres o cuatro agujeros en el cuello de la botella para que puedan
penetrar los insectos atraídos por el olor de la mezcla. En poco tiempo la
botella estará llena de moscas, de las del olivo y de otras muchas, así como de
algunas avispas y maripositas y es que en cualquier guerra, aún en esta guerra
química casera, siempre hay daños colaterales…
Dr Miriquituli.