Hoy ha sido un día un poco raro. A una mañana crispada, le
ha seguido una tarde donde el universo me ha devuelto hostia a hostia las que
yo en mí irracional actitud le he propinado por la mañana. Ya se sabe que una
de las leyes que rigen el universo es el principio de acción y reacción y la
reacción del universo a mis acciones teniendo en cuenta que este es algo infinitamente
más grande y absoluto que mi persona, pueden haceros imaginar lo que me han dolido
dichas hostias…
Por la tarde: me he hecho daño accidentalmente practicando
boxeo, esa loca pasión que, a la vejez viruelas, marca en una medida mayor que
lo que la prudencia dicta muchos de mis hábitos de vida de un tiempo a esta
parte. Este accidente, nada grave (Un impacto de mi antebrazo contra el codo de
mi oponente mientras guanteábamos) impedía que prosiguiera con el entrenamiento
con comodidad y he preferido salir a correr un poco. En un olivar cercano al
gimnasio, en un camino que va a parar a una vía ciclista por la que corro los
días que no estoy muy cansado después de entrenar, había una pareja paseando un
perro. El animal, un perdigalgo de mediano tamaño y aspecto vivaracho,
respondía al nombre de Bowie igual que el recientemente fallecido gran músico
británico muy admirado por mi. El caso es que el perro Bowie, desoyendo los
gritos de su ama, sin duda conocedora de su carácter traicionero, ha comenzado
a correr a mi lado, gesto que yo he interpretado como que tenía ganas de jugar.
En estas andábamos Bowie y yo, cuando ni corto ni perezoso el bicho me ha
tirado una tarascada por detrás cuando menos me lo he esperaba. Muy
probablemente mi cerebro aún no había abandonado el “modo combate” por lo que
he evitado el mordisco con un leve, pero suficiente saltito. Es cosa sabida que
los perros son básicamente frontales en sus ataques. Bowie al fallar la primera
vez ha intentado recomponer la postura avanzando por delante de mí darse la
vuelta y volver a acometer, cosa que yo, muy arteramente he aprovechado para a la que avanzaba propinarle
una contundente patada en los cojones. El can, aleccionado por el correctivo,
ha retornado con sus dueños, cuyos improperios me han perseguido durante todo el
trayecto por el camino de tierra, hasta que he alcanzado la vía ciclista.
Después de correr un rato, al sonar la alarma de mi móvil me
he dado la vuelta. En la entrada del camino de tierra he cogido un par de
piedras y me las he metido en los bolsillos, por si la pendencia con la manada
humano-canina continuaba. Unos pocos metros más para allá mi puntera, la misma
que unos minutos antes había impactado en los testículos del perro Bowie, ha
ido a chocar con un canto saliente del camino y he salido trompicado hasta
caer. Cojeando y con la rodilla y el amor propio magullados he llegado al gim y
me he sumado, con más pena que gloria, a una ronda de abdominales con la que el
grupo habitualmente suele acabar las clases.
Les puede parecer que mis desgracias no eran para tanto pero
yo andaba con la mosca detrás de la oreja al respecto de mi mala suerte. Otra
ley que rige el universo y que inexorablemente se cumple, nos dice que si algo
va mal siempre es susceptible de empeorar, por lo que he regresado muy
despacito al pueblo; primero a la finca, donde mi burro a pesar de mis temores
no me ha hecho pagar algún hambre o alguna sed o algún palo que le hubiera
propinado en el pasado y luego más tarde a casa, donde he podido ponerme un
poco de hielo y betadine.
Esta noche hay una tremenda luna llena, la más cercana del
año al equinoccio de otoño. Las molestias tras el vapuleo de esta tarde y la
blanca luz que se filtra a través de las persianas de mi habitación, no me
dejan dormir. En esta vigilia un pensamiento vuelve recurrente a mi cabeza.
Hace poco he visto fotos de un antiguo amor de más o menos
la época que estuvimos juntos. Era una chica realmente guapa. Menuda pero sin
que le faltase nada, con un flequillo recto bajo el que unos ojos pequeños y
negros relucían como los de los ratones cuando sorprendidos los ilumina la luz
de una bombilla. Hoy es una mujer madura con su familia e hijos y creo que es
razonablemente feliz. En aquel corto romance que mantuvimos, yo tenía muy poca
experiencia en esos temas y ella aún menos. Fue hace muchos veranos ya. Mi
forma de ser por aquel entonces era algo cercano a la barbarie, sin embargo
ella era una chica muy modosa y formal. Creo que aquella diferencia fue la
causa de nuestra mutua atracción.
Hoy se que una promesa en asuntos sentimentales no es algo
baladí, realmente siempre lo he sabido y lo que siento ahora no hace si no
confirmármelo y yo a esa persona le prometí algo a cambio de algo que nunca había
dado a nadie antes. Creo que fue mediado agosto, cuando aquella chica volvió a
Madrid con su familia y yo seguí de vacaciones unos días más. Mis vacaciones de
aquella época eran una sucesión de fiestas noche tras noche. En una de aquellas
noches tuve un accidente de moto en el que, gracias a mi juventud y a muchísima
suerte no me sucedió nada grave, tan solo el golpe y unas cuantas abrasiones
ocasionadas por el asfalto. Pocos días más tarde regresé a Madrid, aún no repuesto
del todo del percance.
Aunque me tenía que incorporar al trabajo, permanecí un
tiempo de baja laboral y en la ciudad me volví a encontrar con ella. Nunca he
sido paciente si no más bien algo inclinado a la ira fácil, cosa que voy
controlando salvo algunos estallidos puntuales que inapelablemente me pasan
factura. Una tarde después de ir al medico a que me practicara una cura, quede
con aquella chica. La cosa no funciono demasiado bien, a causa de mi
inexperiencia o de las heridas del accidente. Aquel pequeño fiasco dio lugar a
una discusión entre nosotros como nunca antes la habíamos tenido. Eche a la
chica de mi casa con cajas destempladas y tarde bastante tiempo en volverla a
llamar, más de lo que las circunstancias
del aquel enfado sin importancia aconsejaban. En aquella conversación rompimos
formalmente, aunque realmente ya lo habíamos hecho el día de la discusión
considerando por mi parte que “no éramos personas compatibles”
Ahora que los últimos jirones de la juventud se desprenden
inexorablemente de mi piel, uno piensa que le gustaría haber vivido varias
vidas para haber podido aprovechar las oportunidades perdidas, pero sólo se
tiene una vida y se hace con ella lo que se quiere y/o se puede. Tal vez
aquella chica y yo hubiéramos podido tener una historia importante en común,
tal vez si o tal vez no… tal vez…
El ordenador desde el que escribo estas líneas y que tiene
ya más de 10 años decide unilateralmente apagarse a las dos y pico por una
razón que no acabo de entender. A lo mejor el universo sigue guanteando
conmigo. Salgo a la terraza y la luna azul ilumina los cerrillos que enmarcan
la vega. Me hago un infusueños y decido acostarme. Igual es mejor que este
escrito se haya perdido. Al final el sueño me vence y me despierto bien entrado
el día. Enciendo el ordenador y parte de lo escrito se había conservado como “Documento
1” pese a no haberlo guardado. Decido acabarlo y publicarlo.
En cuestiones amorosas, respecto a aquella acción y otras,
tengo que decir que el universo ha sido implacable conmigo. Pero el universo es
algo absoluto y el individuo algo relativo no perdurable, por eso como
individuo siento las muchas cosas que he hecho “mal” no obstante la vida es
lucha y haga lo que haga, me seguiré equivocando. Algo si he sacado en claro en
estas horas “diferentes” es que tengo que intentar no volver a patear a ningún
perro y mucho menos si este se llama Bowie…